La fobia a ser percibido como ganado bovino o boviscopofobia es un hecho común entre aquellos que se sienten fuera de lugar tanto dentro como fuera de su propio territorio común. Cierto tipo de persona en un grupo de turistas se sentirá aterrado por la percepción de ganado bovino que presentan sus congéneres pero, igualmente, sabrá su condición de lo otro cara al hastiado vulgo del lugar. Precisamente ese situarse fuera de este mundo es lo que hace fabuloso Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de David Foster Wallace.
En este breve ensayo David Foster Wallace sobrevuela sobre lo que supuso para él viajar abordo de un crucero de lujo, el Nadir, por el Caribe. En éste redescubrirá la fuerza del auténtico pánico cotidiano; la cara más costumbrista de la realidad cotidiana. Es imposible no dejarse llevar por el estudio humano desde lo gonzo que practica con una hilaridad mordiente. Cada pieza de espantoso ridículo de los viajeros, cualquier absurdo hecho nimio o sus particulares obsesiones pueden ser el hilo que desentrañar durante páginas mientras otros hechos más vistosos a priori son totalmente despreciados. Pero la intención de DFW no es otra que la de retratar como es para él el mundo desde su absoluta singularidad; nos da su visión subjetivante de la realidad patente. Cada dato biográfico, cada mordaz insulto velado o cada interminable pie de pagina de media docena de páginas esconde el auténtico valor representacional del libro. Y además, es un placer leer su florida prosa.
Una primera tentación para definir esta lectura hubiera sido que es profundamente antropológica, pero eso habría sido caer bajo un mal cliché que el mismo evade. Lejos de mantenerse fuera de las costumbres de los «nativos» se introduce de lleno en la cultura primitiva de estos sujetos; una cultura siempre a medio camino entre la tradición redneck y la vida acomodada del yuppie contemporáneo. Tampoco cabría ver aquí ni el más mínimo avisto de objetividad pues una y otra vez nos remarca sus afecciones particulares, sus fobias y pasiones. Su incapacidad de bajar a tierra en momento alguno por su aguda boviscopofobia le delata como un individuo contradictorio: intenta mezclarse con la baja cultura de la masa pero es incapaz de sentirse arropado por el sentimiento grupal. Y en esta contradicción es donde nace la brillante neurosis de DFW: tras su incapacidad para ser parte constituyente de la masa pero su deseo de poder estudiarla desde dentro acaba anulándose como espectador de la realidad. Él sería, en último término, un anti-antropólogo; sería un filósofo.
¿Por qué cabría decir que DFW sería lo contrario a un antropólogo? Porque define los límites de su mundo y no del mundo. Con su verbo define los límites de lo que se puede pensar y, ante la barrera de lo que le resulta impensable, se da de cabezazos intentando empujarla hasta ese lugar impensable a través del uso del lenguaje. Hace lo que Wittgenstein siempre pensó que sería imposible hacer, definir la realidad (humana) desde fuera de la realidad; desde otra realidad particular. Y esto lo logra acudiendo a su razón de ser, una rara avis en la condición humana.