Indie Game: The Movie, de James Swirsky y Lisanne Pajot
¿Por qué crear? En un mundo sobresaturado donde cualquier cosa que pretendamos arrojar en él se encontrará con una competición absolutamente feroz donde incluso la supervivencia es dúctil, maleable sólo para aquellos que descubren como aprehenderla, parece ilógico hacerle eso a aquello que se supone amar. ¿Por qué escribir, tener hijos, hacer videojuegos? Porque no somos más que la expresión infinita de una contingencia que necesitamos hacer pública, porque necesitamos saber que hay otros ahí afuera que se sienten como nosotros. Necesitamos dejar nuestra huella en el mundo.
Desde esta perspectiva se entiende que Indie Game: The Movie no es sólo la historia documental de como se construyó una escena que aun está naciendo lentamente, revolucionando en el proceso toda la cadena de producción artística del videojuego —entendiendo esto como una implicación doble, porque tanto los cambios de producción como los cambios artísticos son indisolubles en su concepción; no hay un a priori de la relación, son ambos una consecuencia bipoiética del presente — , sino también la historia crítica de aquellos que han quedado irónicamente relegados al segundo plano de toda creación: los autores. Porque si bien Walter Benjamin o Michel Foucault claudicaban la historiografía en favor de una historia de los vencidos, por ello se hace necesario que nosotros decupliquemos su concepto para aplicarlo sobre su propia tesis: si bien el autor está muerto en tanto su intencionalidad no agota el significado de la obra, porque de hecho ésta siempre tendrá tantas interpretaciones como formulaciones coherentes con la misma se puedan extraer de ella en todo tiempo y espacio, aun está vivo en tanto esas interpretaciones ni agotan ni anulan el papel creador del autor. Si bien el acto creador del autor es un acto de compilación, de referentes asumidos a través de la cultura, todo autor impregna una parte de sí, una parte de su propio ser, en toda obra de arte.
El autor (de Schrödinger) conseguiría a través del arte una obra en posesión de un aura que se definiría sólo a través del propio ser del autor; aun cuando en toda creación oímos los ecos de todos aquellos que una vez anterior engendraron creaciones, y de ahí la obsesión ya más paródica que periódica de la muerte de todo arte y forma cultural, hay algo en la obra que pertenece sólo a su autor: el orden de todas esas formas anteriores, el como encajarlas y darles forma dentro de la obra en sí. Del mismo modo que cuando uno tiene un hijo éste es la carga genética de todos nuestros ascendentes y los de nuestra pareja, y de hecho es un ser independiente que se debe evaluar por aquello que el hace y no lo que hicieran sus padres, él tiene de forma quintaesencial algo que es sólo parte de sus padres: la vivencia del cuerpo, el amor, la asunción cultural particular en la cual es traído al mundo. Toda creación está determinada por como su autor, su padre, lo arroja en el mundo y le enseña a relacionarse con él. Aunque luego otros juzguen los actos de ese hijo por aquello que estos hagan, en él aun resonará aquello que se ha creado sólo por las enseñanzas particulares que se originaron en los actos de la paternidad. El autor/padre está muerto porque la creación/hijo es independiente de él, pero no lo está porque en él se contiene de forma indefectible un aura que se manifiesta en ese modo de ser en el mundo que este primero infundo en su arrojamiento al segundo.
Aunque toda obra de arte nos habla de una verdad del mundo, el eco de esa verdad siempre es la voz humana que la engendró. La vuelta hacia una infancia donde el fenómeno era una recepción inmediata donde con cada aparición resultaba como algo nuevo en FEZ de Phil Fish, la imposibilidad de huir en la memoria de aquellos objetos y situaciones que actúan como anclas de nuestros auténticos sentimientos en Braid de Jonathan Blow y la delicada situación donde sólo el amor nos da la posibilidad de seguir adelante en un mundo donde incluso lo más inofensivo puede dañarnos en Super Meat Boy de Edmund McMillen y Tommy Refenes guardan un evidente reflejo de sus autores —entendiendo por tal reflejo el aura que impregna sus creaciones; los autores nos hablan a través de la obra, incluso cuando la obra también habla de sus propias cosas — . El autor es siempre un eco en la voz de toda creación.
El diseño de una vida está tan íntimamente ligado con el diseño de una creación de cualquier clase que es imposible disociar ambas cosas, como si el autor pudiera desaparecer como si nunca hubiera existido pretendiendo así que la obra pudiera aparecer ex nihilo como una necesidad que hubiera sido igual salida de la mente de cualquier otra persona. Lo cual es mentira. Toda creación, como todo hijo, es el acto independiente único en el cual sacrificamos parte de nuestro propio ser para que él se manifieste en el mundo. Y, por extensión, nuestra sombra se cuela siempre entre sus actos.