El tiempo pasa, las personas cambian, la realidad aparece y desaparece en una danza invisible y mientras, el ser humano está desarraigado en su propio mundo. Solo el arte, los recuerdos y los sueños permanecen donde ahora solo quedan las ruinas de lo que fueron. Y nada más. Algo así debían sentir The Beatniks cuando crearon una de sus pequeñas obras maestras, Inevitable.
Con el sonido de una clásica balada de Takahashi consiguen desplegar una orgía de sonidos melancólicos que anidan en una viva melodía. El como su minimalismo de sonidos va originando la portentosa melodía de tintes pop es una cuestión casi mágica. La balada trasciende su condición para convertirse en algo más, una canción que alude sentimientos más allá de la comprensión. A su vez, su sencillez de escuchar hace que sea una canción que se clave como una espina en el cerebro, sin embargo esconde algo detrás de todo ello. Su atmósfera, única e inimitable, es como un canto onírico tejido con los sueños de un robot. Por todo esto, su sencillez nos arroja a la más absoluta de las bellezas en una canción ajena al tiempo que podrá sonar ahora y siempre, no como parte de nuestro tiempo, sino como la materia de la que están hechos los sueños.
En la sencillez, en la aparente sencillez, se encuentra el más absoluto de los prodigios. Solo en esa teórica economía de recursos encontramos, de vez en cuando, aquellas pequeñas y delicadas cosas que tejen con fervor las razones de la existencia. Las grandes joyas se sitúan fuera del tiempo, no por atemporales, sino por universales.
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