El mundo cambio de forma constante y, con ello, también tienen que cambiar nuestras tradiciones a rebufo de esos cambios que hemos constituído en lo real, por ello el fantástico Noel Burgundy nos va a ilustrar como llegamos hasta nuestro paradigma presente del terror, de Halloween, de la vida.
Ronald Clark O’Bryan cantando Blessed Assurance en la misa dominical, después del entierro de Timothy, su hijo de ocho años. Ha modificado la letra del himno para rendir tributo a su alma inmortal: “This was Tim’s story, this was Tim’s song / Praising his Savior all day long”. Semanas después, un miembro de su parroquia recordaría que no quedó un solo ojo seco en la sala cuando O’Bryan bajó del púlpito. Tim amaba a sus padres, amaba la escuela, amaba el béisbol y, sobre todas las cosas, amaba a Jesús. Su profesora declaró a la prensa que, en una ocasión, el mayor de los O’Bryan se puso de pie en su clase y empezó a saltar: estaba viendo a Cristo, tan lleno de gozo que ni ella ni los otros niños se atrevieron a molestarlo. Tim murió en la noche de Halloween de 1974, después de ingerir una pajita de Pixy Stix a cuyo contenido en polvo habitual (dextrosa, ácido cítrico, menos de un 2% de sabores artificiales y naturales) le habían añadido suficiente cianuro como para matar a un elefante.
¿Conoces la leyenda urbana de los caramelos en la puerta del colegio? ¿Las calcamonías que tus padres te pidieron que no cogieras nunca de las manos de un extraño? ¿El dorso de los cromos de La Pandilla Basura? Ron O’Bryan tiene la culpa. Padre y marido ejemplar, devoto baptista, amante de los coches. Ocho meses por detrás en el pago de su deportivo rojo. Casi 100.000 dólares de deuda carcomiendo su alma con un gigantesco, pavoroso agujero negro. Así que Daynene O’Bryan no entiende por qué su marido se empeña en hacerle una póliza de vida a sus dos hijos, Tim y Elizabeth, por valor de 10.000 dólares: todas esas charlas en la cocina intentando convencer a Ron de que es absurdo dar ese paso cuando resulta más apremiante mantener alimentadas esas dos bocas todos los días con su delicado nivel de ingresos. La compañía aseguradora también considera inadecuados esos 20.000 dólares adicionales en cada niño que el señor O’Bryen añade poco antes de Halloween. Hay que entender que Ron amaba a sus hijos, los adoraba, pero su coche y Jesús-su-Salvador-Personal estaban por encima de ellos. Por encima de todas las cosas. Un comprensible error humano, como declararía poco antes de recibir la inyección letal.
31 de octubre de 1974 en Deer Park, Texas: una noche de Truco o Trato donde destacaron los tratos. Si el pequeño Tim no hubiera sido tan impaciente por comerse sus golosinas… La idea era que tanto él como su hermana Elizabeth y el resto de su grupo de amigos masticaran el polvo de sus palitos Pixy Stix más o menos al mismo tiempo, lo que (Ron pensaba) cubriría sus huellas y le garantizaría esos 60.000 del seguro sin tener que responder a demasiadas preguntas. Dios mío, había un monstruo en el vecindario, un diablo que ha segado la vida de mis dos preciosos hijos en su noche preferida del año, cómo es posible que suceda algo tan espantoso, tan, Dios mío, inconcebible en una comunidad tan pacífica como esta. Sí, agentes, les puedo guiar hasta el hombre que les dio los caramelos: Courtney Melvin, un viejo solitario que vive en la última casa de la urbanización. ¿No es la clase de persona responsable de estas atrocidades? ¿No es el perfil que están buscando? Por supuesto que sí. Por supuesto que les llevaré hasta él. Cuando ese demonio esté entre rejas y el alma de mis pequeños descanse en el Cielo, entonces Daynene y yo podremos seguir con nuestras vidas. Quién sabe: quizá mudarnos a otro clima, pues caminar por estas calles sin recordar las sonrisas de Tim y Eli va a ser muy difícil agente. Muy difícil.
Sólo que Tim se comió su condenado Pixy Stix demasiado pronto y Daynene llamó a una ambulancia y la policía actuó con presteza al impedir que el resto de los niños se comieran su cianuro y Melvin tenía la coartada más sólida del mundo aquella noche y los del seguro no tuvieron el más mínimo reparo en ponerse en contacto con la policía y, antes de que puedas decir “truco-o-trato”, Ronald está enganchado a un polígrafo. Culpó a la crueldad de la vida moderna, a la crisis económica, a los bancos, incluso a su mujer (después de que esta, horrorizada, le diera la espalda en el juicio). Al final, los únicos que estaban de lado del Hombre que Arruinó Halloween (la prensa, siempre tan dispuesta a darle nombre a las cosas) eran asociaciones de detractores de la pena de muerte que no tenían un interés particular en el caso de Ron. Es difícil saber si llegaron a su celda noticias de que alguien llamado John Carpenter tuvo muy en cuenta su caso a la hora de rodar La noche de Halloween (1978), la primera película de terror que se hizo eco del cambio de paradigma que el caso O’Bryen supuso en el imaginario norteamericano. Ahora, las ansiedades colectivas no estaban provocadas por historias de duendes y criaturas del folklore, sino por asesinos psicópatas. La maquinaria ancestral de Halloween seguía adaptándose a los tiempos y los cambios culturales.
Ronald Clark O’Bryan fue ejecutado el 31 de marzo de 1984. Fuera de la penitenciaría, un grupo de estudiantes universitarios se congregaron para celebrarlo. Llevaban máscaras de Halloween.