To all tomorrow’s parties. Una lectura crítica de Nacho Vigalondo

null

Hasta tal pun­to no aca­ba nun­ca Halloween que cuan­do ya se creía aca­ba­do apa­re­ce una pie­za más, una pe­que­ña jo­ya es­con­di­da, que has­ta en­ton­ces no ha­bía apa­re­ci­do. No quie­ro alar­gar­me más, así que aquí les de­jo con la vi­sión de The Lords of Salem de Nacho Vigalondo pa­ra que des­cu­bran por qué de­be­rían es­tar cons­tru­yen­do ya un al­tar a Satán, si es que no a Rob Zombie.

Salí del pa­se de The Lords of Salem en el fes­ti­val de Sitges con la sen­sa­ción de que la pe­lí­cu­la ha­bía es­ta­do re­bo­ta­do con­tra un re­cuer­do es­pe­cí­fi­co en mi ca­be­za du­ran­te to­da la pro­yec­ción. Al po­co tiem­po des­cu­brí a qué otra pe­lí­cu­la se pa­re­cía tan­to, has­ta el pun­to de po­der con­si­de­rar­se un re­ma­ke en­crip­ta­do. No se­ría la pri­me­ra vez que Rob Zombie cons­tru­ye una pe­lí­cu­la so­bre el eco de otra, y me re­fie­ro a The Devil’s Rejects, una re­cons­truc­ción per­fec­ta­men­te ca­mu­fla­da de la tra­ma de The Empire Strikes Back.

La pe­lí­cu­la a la que The Lords of Salem da pa­ta­das por de­ba­jo del man­tel es Twin Peaks: Fire, Walk with me, la pe­lí­cu­la más ex­tra­ña de David Lynch (que se di­ce rá­pi­do), una pe­lí­cu­la des­pe­cha­da ca­si uná­ni­me­men­te en su mo­men­to, pe­ro a la que el tiem­po le es­tá ha­cien­do bri­llar, otor­gán­do­le el ra­ro es­ta­tus de obra de cul­to to­tal, que es aque­lla que has­ta se atre­ve a ten­sar la re­la­ción con el fan­dom ini­cial­men­te más con­ven­ci­do. Y de la mis­ma ma­ne­ra que Fire, Walk with me re­sul­tó un de­sa­fío pa­ra el twin­pea­ker más con­ven­ci­do, The Lords of Salem tam­bién es­tá re­sul­ta­do es­qui­va pa­ra el fan fa­tal de Rob Zombie.

Pero los pa­ra­le­lis­mos más in­tere­san­tes en­tre las dos pe­lí­cu­las ya es­tán en su des­crip­ción ele­men­tal. Las dos re­la­tan los úl­ti­mos días en la vi­da de una mu­jer so­me­ti­da a un gra­dual, in­exo­ra­ble, pro­ce­so de co­rrup­ción de mano de una en­ti­dad de­mo­nía­ca. Son dos pe­lí­cu­las de una hon­da tris­te­za, re­for­za­da por un guión sin tra­ma, la des­crip­ción de un ri­tual en el que las víc­ti­mas ape­nas opo­ne re­sis­ten­cia. Los per­so­na­jes in­ter­pre­ta­dos por Sheryl Lee y Sheri Moon Zombie su­fren un des­gas­te emo­cio­nal mien­tras la reali­dad, a su al­re­de­dor, se des­com­po­ne fun­dién­do­se con el es­pa­cio oní­ri­co. Al lle­gar la úl­ti­ma no­che, an­tes de com­ple­tar­se la con­de­na, se des­pi­den de lo más pa­re­ci­do que tie­nen a un aman­te en una es­ce­na lle­na de pe­na e im­po­ten­cia. La úl­ti­ma se­cuen­cia no trans­cu­rre en es­te mundo.

En un pun­to muy con­cre­to el jue­go es opues­to. Laura Palmer irrum­pe en Fire, Walk with me co­mo una ado­les­cen­te mo­dé­li­ca, pe­ro en se­gui­da des­cu­bri­re­mos (si no he­mos vis­to nin­gún ca­pí­tu­lo de la se­rie) una do­ble vi­da lle­na de al­cohol, co­caí­na y se­xo fur­ti­vo. Heidi Hawthorne se pre­sen­ta en Lords of Salem con el cu­lo al ai­re, una po­se abier­ta­men­te sexy, de­ca­den­te, po­si­ble­men­te otro gui­ño más al cu­lo al ai­re más ci­né­fi­lo de la his­to­ria, el de Brigitte Bardot en Le Mépris. Por la pe­sa­dez con la que se le­van­ta de la ca­ma y se arras­tra por su pi­so sos­pe­cha­mos que Heidi aca­ba de so­bre­vi­vir de una no­che de des­pen­do­le. Pero más tar­de des­cu­bri­re­mos que, en es­te Salem, el se­xo y las dro­gas han que­da­do atrás. Toda es­ta pri­me­ra se­cuen­cia es una ilu­sión, la evo­ca­ción de una ju­ven­tud pa­sa­da de ros­ca, del roc­kan­droll. Y to­do es­to es in­evi­ta­ble­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vo en una pe­lí­cu­la de te­rror en la que no se ve a nin­gún jo­ven en nin­gún fo­to­gra­ma. Ni si­quie­ra en se­gun­do tér­mino. Ninguno. The Lords of Salem es una pe­lí­cu­la en la que la eti­que­ta «só­lo pa­ra adul­tos» co­bra un sen­ti­do más li­te­ral de la cuenta.

Soy tan fan de los ma­la­ba­ris­mos vi­sua­les de Rob Zombie co­mo el que más, pe­ro la se­cuen­cia de es­ta pe­lí­cu­la en la que más he pen­sa­do es una com­po­si­ción bas­tan­te sen­ci­lla. Heidi ce­na en su pi­so con un com­pa­ñe­ro de tra­ba­jo en la emi­so­ra de ra­dio, Herman, in­ter­pre­ta­do por Jeff Daniel Philips (co­mo bien apun­ta Rubén Lardín, con un pa­re­ci­do des­aso­se­gan­te con Señor Chinarro). En un mo­men­to da­do, en­tre ri­sas, Heidi po­ne la es­ca­lo­frian­te Venus in Furs de The Velvet Underground en el re­pro­duc­tor mu­si­cal. Una can­ción apro­pia­da pa­ra ilus­trar una or­gía me­die­val o una se­sión de azo­tes aquí sir­ve, sin em­bar­go, pa­ra acom­pa­ñar una es­ce­na de Borja Cobeaga; es­tá cla­ro que en­tre Heidi y y Herman no va a ha­ber se­xo, por más que quie­ra él. Y es­to úl­ti­mo nos lle­va a otra ca­rac­te­rís­ti­ca del uni­ver­so de The Lords of Salem a la que no de­jo de dar vuel­tas. Se tra­ta de un mun­do adul­to que, ade­más es es­té­ril. Es un mun­do de sol­te­ros que vi­ven so­los, de se­ño­ras que vi­ven de tres en tres, de pa­re­jas que han de­ci­di­do no te­ner hi­jos, co­mo re­co­no­ce el fan­tás­ti­co Bruce Davidson en uno de los pa­pe­les más ado­ra­bles (y tris­tes) de to­da la película.

Y ahí es don­de Rob Zombie da en la dia­na mien­tras to­dos mi­ran pa­ra otro la­do. The Lords of Salem guar­da mu­chos pa­ra­le­lís­mos, es­ta vez mu­cho más evi­den­tes, con Rosemary’s Baby. Pero si en la pe­lí­cu­la de Polanski el de­mo­nio le arre­ba­ta­ba el hi­jo a una pa­re­ja jo­ven y sa­na, aquí, en un mun­do pa­sa­da la trein­te­na, tris­te, in­ver­nal y so­li­ta­rio, Satán es… la úni­ca po­si­bi­li­dad de fertilidad.

La se­cuen­cia pa­ga­fán­ti­ca no ter­mi­na en el pi­so. La cá­ma­ra sa­le al pa­si­llo, aca­ri­cia la puer­ta de pi­so en el que ha­bi­ta Satán, The Velvet Underground re­tum­ba a tra­vés de las pa­re­des del edi­fi­cio, Venus in Furs vuel­ve a asustarnos.

One thought on “To all tomorrow’s parties. Una lectura crítica de Nacho Vigalondo”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *