Correspondencia (1945−1970)
Yasunari Kawabata y Yukio Mishima
2003
Entre protocolo se pierde la correspondencia. La inmediatez de la conversación como género literario, donde no hace falta pedir disculpas ni desearle lo mejor al otro —porque el intercambio epistolar se define por lo contrario, por alejarse de lo inmediato para sumergirse en lo literario — , se diluye por la necesidad de hacer al otro participe de aquellos aspectos de la vida donde se le considera relevante a pesar de su ausencia; siempre hay algo incómodamente personal en la correspondencia que nos es legada. Conocer la dimensión humana de dos escritores como Yasunari Kawabata y Yukio Mishima sería suficiente para interesarse en aquello que tuvieran a bien compartir entre sí, de no ser porque incluso el protocolo que ejercen cara al otro acaba siendo explicativo de ciertas condiciones literarias.
Entre detalles de vida cotidiana o dudas sobre lo escrito, se dejan entrever algunas lineas sobre la creación literaria o los tejemanejes detrás de la industria cultural; aquellos momentos donde consiguen sintetizar sus vidas como pequeñas historias literarias, pequeñas narraciones a salto de mata, es cuando consiguen sorprendernos por su precisión quirúrgica incluso cuando escribir se convierte en una concesión a la comunicación primaria: repiten ciertos símbolos, muchos giros, y en esas constantes se intuye el alma de los escritores: Mishima, siempre dado a la extensión y al detalle sentimental; Kawabata, mínimo y abandonado al pesimismo y la inacción. No por ello se debe olvidar que la correspondencia nunca fue realizada con intención de que se publicara. Son notaciones, detalles, conversaciones privadas de las cuales somos invitados indeseados o indeseables; todo su mérito literario nace de aquello que tiene de indeleble la escritura, de la incapacidad del artista de escribir algo, por fatuo que sea considerado, que no esté atravesado por lo literario.
Aunque tenga un valor artístico, no excluye que la actitud al leerlo sólo pueda ser la del voyeur: el placer nace de ver disfrutar a otros. Quienes están jugando son los escritores, en el recogimiento de su intimidad, siendo nosotros nada más que los viciosos que aprovechan sus desvelos para hacer de ellos su placer. Placer, por lo demás, inventado: lo erotizado es nuestra mirada, no el intercambio.
Leer un libro de correspondencia entre dos escritores, más aún en el caso del que nos ocupa, tiene más interés por lo que nos dice sobre nosotros mismos que de los autores. Somos depravados si nos acercamos para conocer sus trapos sucios, somos viciosos si sólo queremos literatura en vena, somos amantes si queremos rastrear hasta el último garabato del objeto de nuestro deseo; el valor de la correspondencia nunca puede ser ver desnudo a quienes siempre se nos presentan engalanados, porque aquellos jamás se muestran totalmente desnudos por escrito —enseñan algo aquí y allá, mucho por accidente en cualquier caso — , sino descubrirnos, una vez más y siempre, con que clase de orgullo vestimos nuestro nudismo.