Acabamos siempre dando vueltas sobre el amor, sobre sus dificultades y sus beneficios, sus agravios y sus bondades; incluso aunque queramos creer lo contrario, no sabríamos vivir una existencia exenta de todo amor. Pocas narraciones pueden saldarse sin subtrama amorosa. Del amor emana todo, como de la muerte emana todo, incluso cuando lo que resulta problemático es su ausencia o su negación: es imposible renunciar al conocimiento del mismo, como si por ignorarlo o acorazarnos contra su idea ya pudiéramos evitar su llegada —no es baladí la comparación con la muerte en este nivel, la cual se puede ignorar pero cuando llegue golpea sin que podamos hacer nada: como el amor, como la vida — , en tanto es un acontecimiento que no se busca, sino que llega como presencia de lo imprevisto. No podemos pretender ignorar su existencia en nuestras vidas, porque sólo conseguiríamos hacernos daño.
Alfie es un caradura encantador capaz de enamorar a cualquier mujer con su saber estar; es un hombre guapo, pues Jude Law no necesita mucho más que ser él para serlo, que sabe lo suficiente de moda para tener siempre el aspecto preciso y los bolsillos rotos como para no querer ser el más rico del cementerio, lo cual hace que pueda permitirse vivir con comodidad saltando de cama en cama acabando rara vez en la suya: es, en el imaginario masculino, un triunfador; es, en el imaginario femenino, un buen partido. Alfie es una película que trasciende su condición de comedia romántica, en particular porque su tono de comedia dista mucho de lo bobalicón propio del género —aquí no hay ni enredos amorosos ni reprimendas normativas de «los chicos malos acaban sentando la cabeza para casarse con la chica buena» — , para enmarcarse como una película romántica sin ser del género romántico; en cualquier caso, romántica no entendido como algo pegajoso por su incapacidad para establecer una narrativa que trascienda lo que ya se ha contado antes mejor, romántica sosteniéndose bajo una narrativa férrea y llena de detalles excelentes: es, en el ámbito narrativo, una región vagamente familiar mejor explorada; es, en el ámbito estético, una joya familiar por vez primera bien pulida.
Alejado de cualquier concepción romántica como una serie de hitos narrativos inevitables que se podrían resumir en un esquema clásico repetido hasta la extenuación —chico y chica se enamoran (inicio), existe un problema que los separa (incidente incitador), fase de duelo (cambio), chico y/o chica se oponen (conflicto), final feliz o trágico según convenga (resolución) — , el logro de Alfie nace de aferrarse a la deconstrucción del concepto de amor que emana de tal estructura: el conflicto no nace de la imposibilidad de llevar a consecución el amor, sino de no saber o no querer llevarlo a consecución por parte de quien lo tiene. Con Alfie el conflicto es que él decide evitar de forma consciente y constante no sólo el compromiso, sino todo modo amoroso. Su historia se nos narra a cinco tiempos, a través de cinco mujeres con un tratamiento desigual y en ningún caso ejerciendo el papel de meros clichés; a diferencia de en la mayoría de narraciones de su género, en Alfie encontramos que las mujeres tienen una personalidad que se define como reflejo del protagonista, pero son, en última medida, autónomas de éste: no viven por y para él, no son arquetipos o figuras vacías donde proyectar los actos del protagonista a los cuales responden como más convenga. Son mujeres de carne y huevo son sus virtudes y defectos, por eso debemos hablar de ellas.
Dorie está casada con un hombre que ni la toca y tiene sexo ocasional con Alfie en la limusina que conduce, pero cuando busca algo más serio con él éste le miente y deja de devolverle las llamadas; Julie es una chica a la cual acude cuando quiere una buena cena y un baño caliente, un casi-novia con la cual tiene una vida familiar junto con su hijo, que le abandona cuando descubre sus líos de faldas fuera de casa; Terry es la novia de su mejor amigo y su acto más censurable; Nikki es la novia: se enamoran, viven juntos, pero siente la necesidad de huir; Liz es su contrapartida femenina y acaba experimentando con ella lo que supone estar con él. La progresión a través de las mujeres aleja la película de la idea de narrativa romántica, ¿y dónde la sitúa? En una historia de amor narrada como una trama de redención.
Aquí deberíamos quitarnos en prejuicio de entender la redención como «pasar de ser malo a ser bueno» para entenderlo como «pasar de una concepción equívoca de la existencia a una más acertada», no por ello siendo más justa o auspiciando para nosotros de forma automática un final feliz. Esa idea es pueril. La redención de Alfie consiste no en darse cuenta que sus actos estaban mal, sino en percatarse de que sus actos no servían para sí mismo, a partir de cierto momento, más que para huir de todo aquello que se negaba a sentir; su imposibilidad de aceptar el amor en su vida, ya sea por miedo al compromiso o por hacer o que le hagan daño, le lleva a refugiarse en unos actos a través de los cuales, de forma subconsciente, busca refugiarse de su propia necesidad de amar. Su pánico no es ni al compromiso ni a la pérdida de autonomía ni a posibilidad de sufrimiento, sino hacia algo mucho más concreto: su pánico es a la necesidad de ser amado por la persona indicada. Por eso huye. Lo que le aterra es la posibilidad del amor mismo, tanto es así que cuando llega y le pasa por encima es incapaz de afrontarlo y sale huyendo ante el primer problema. Se derrumba y busca soluciones en su modo de vida, pero ya no es lo mismo: ya sea por una respuesta fisiológica o sentimental, al huir del amor sólo ha conseguido multiplicar el daño que han sufrido y sufrirán todos los implicados.
Su redención es descubrir que la paz mental no llega sólo tomando las riendas de nuestras vidas, sino que es necesario no mentirnos por el camino. Aquellos que se engañan pretendiendo seguir una vida que ya no es suya porque el amor les ha golpeado, aunque hasta entonces fuera válida como cualquier otra —en ningún momento Alfie juzga como inadecuado el sexo ocasional; la redención se da en aceptar que a veces ese no es el modo de vida adecuado, no cuando encontrado a esa persona—, jamás conocerán lo que es la serenidad. Vivirán con la culpa siempre marcada en el corazón. Alfie conoció, al menos, a una mujer especial con la que pudo haber llegado a más, pero salió huyendo: creyó que así era mejor para los dos. Sólo después descubrió que las personas especiales no abundan, mucho menos con las cuales se puede edificar una vida y un compromiso común, que cuando el amor llega hay que aferrarse a él como a un clavo ardiendo y darlo todo por salvarlo. Porque huir dolerá más a todos que intentarlo.
Alfie es una película sobre el amor, pero no es una comedia romántica ni una película romántica. Es algo más complejo. Es la historia de un hombre que descubre que es necesario congraciarse con la vida antes de que nos pase por encima, abrazar el amor antes de que éste decida arrancarnos algo de nosotros mismos que jamás recuperaremos y, quizás, nunca volveremos a sentir.