Infernal Affairs
Andrew Lau y Alan Mak
2002
Explicar cómo Infernal Affairs logra la excelencia sin enfangarse jamás en el campo del arte es complejo. Quienes la disfrutarán en mayor grado no serán capaces de ver sus mecanismos y quienes sí los vean los confundirán con llevar las costuras al aire: es una película de diseño, una obra de artesano.
¿De qué hablamos cuando hablamos de diseño? Algo hecho a medida del gusto medio de la población, en este caso, asiática. Infernal Affairs es un trabajo de artesanía, la búsqueda de la funcionalidad como objetivo último, como bien puede apreciarse en su desarrollo: constantes giros dramáticos, imposibles romances quebrados, evidentes paralelismos entre los dos protagonistas y la ambigüedad moral en los actos de los personajes vienen a sumarse a la presencia de dos jóvenes actores, que estaban despuntando, junto con dos actores de renombre, ejerciendo de mentores. Si le sumamos a lo anterior que el guión se tuvo que modificar para incluir dos actrices jóvenes que venían pisando fuerte, se comprende a la perfección por qué hablamos de película de diseño. Diseño no sólo porque esté hecha a medida, sino porque la medida está bien tomada.
Hay que admitir, en cualquier caso, las críticas puristas. Es fácil ver por donde van Andrew Lau y Alan Mak en cada momento: cómo harán cada giro, dónde situarán cada momento de tensión, cuándo sucederá cada revelación. Si bien es posible adelantar todo ello cuando se conocen ciertas bases de narrativa, no resulta difícil dejarse llevar; no hay agujeros de entidad, pero sí muchas insinuaciones —o lo que es lo mismo, una total ausencia de personajes explicando la trama — , por lo cual es fácil no caer en su sencillez hasta el final del metraje. Su guión es limpio, efectivo, agradecido. Sencillo, desde luego, un buen bestseller o un rompe pistas de manual, pero también para la artesanía hace falta arte.
Si sumamos al conjunto que las actuaciones son más que dignas y que el montaje y la fotografía están (muy) por encima de la media, sólo es posible pensar una cosa del resultado: es posible hacer cine mainstream, cine pensando en recaudar, sin partir de la premisa de que el público es menor de edad mental.
Es cierto que la película nunca termina de explotar sus propias premisas hasta el final, prescindiendo en gran medida de la odisea de violenta amoralidad profunda y oscura que nos insinúa, pero no por ello se siente que se haya quedado nada por el camino. Es un thriller que va directo al corazón, apelando a los sentimientos, sin por ello despreciar a la razón; es un ejercicio efectivo, pulcro, sin mayor intención que su propio ojo echado en la recaudación, pero no por ello desprovisto de interés como producto de entretenimiento auténtico.
¿Qué se ve entonces entre sus diferentes partes? No las costuras, sino donde encajan todas las piezas.