Toda lectura es interpretación, toda interpretación es una mitología de las experiencias de cada persona en el mundo. Nunca leemos un texto sin llevarlo hacia nuestro terreno, hacia nuestra existencia, para hacerlo encajar dentro de nuestra ordenada cosmovisión del mundo; todos disponemos de una mitología personal, consciente o inconsciente, a través de la cual asimilamos cualquier acontecimiento físico o cultural dentro de nuestras cabezas. La religión emana desde nuestro interior. La divinidad reside en el corazón del hombre que observa el mundo, porque sólo a través de la interpretación —que es, por necesidad, dotar de un sentido último a los acontecimientos que carecen de significado fuera del que nosotros le demos— nos es posible observar, entendiendo por «observar» más bien «conocer», el mundo.
El interés de William Blake por el libro de Job —el más heterodoxo de los libros canónicos, incluso a pesar de la insistencia (espuria) en su desconexión temático-religiosa con el resto de los libros; Job es coherente con el caótico Dios del Antiguo Testamento, no así con el benevolente padre del Nuevo— va más allá de la ortodoxia, retorciendo de forma sistemática el mensaje original de la obra. A través de la selección de imágenes del libro que va plasmando en sus ilustraciones, todas ellas acompañadas de citas bíblicas no necesariamente extraídas de Job, va construyendo una interpretación personal del mismo que acaba por convertirse en una versión alternativa del texto; no tiene sentido pretender leer las desventuras de Job desde la deconstrucción de Blake como una interpretación o versión canónica del libro original, porque lo único que le interesa es ver cómo encaja éste dentro de su particular mitología como una figura prometeica. Convierte a Job en algo más en tanto no pretende plasmar el significado de su existencia, sino la razón tras la misma.
¿Por qué decimos que convierte la figura del santo Job en prometeica? Por lo que tiene de mito fundacional, de comportamiento óptimo oculto tras su visión religiosa subyacente. He ahí donde los cambios narrativos, dentro de la lógica estructural de la historia, tienen sentido: Job se nos presenta como un antecedente de Jesucristo —no por capricho interpretativo, sino porque Job tiene visiones con Jesucristo y los fragmentos elegidos por Blake valen igualmente para él; Job y Jesuscristo son uno y el mismo a través de una transferencia icónica de valores— y, al mismo tiempo, una entidad de valor capaz de provocar la caída de Satanás. Ambos acontecimientos ausentes del texto original, ambos cambios erigen su figura como algo más que un doliente; ya no es sólo un santo, es el caballero de la fe infinita: su fe en el absurdo, en que todo tiene un sentido descifrable a través de la interpretación, instaura la posibilidad de la divinidad.
Si bien instaura la posibilidad de la divinidad, ¿con qué Dios nos enfrentamos en el proceso? Si interpretamos la figura de Dios como un ente externo que actúa por crueldad infinita (si es lógicamente humano) o por un razonamiento ininteligible), las ilustraciones al libro de Job carecen de cualquier clase de sentido último. O Dios es caprichoso, cruel y vengativo —pues en tanto omnisciente sabía que pasaría las pruebas, por tanto, su sufrimiento es en vano — , o Dios es contraintuitivo, ilógico e inconsistente —en tanto omnisciente sabía que pasaría las pruebas, por tanto, su sufrimiento no demuestra nada que no supiera de antemano — . Si consideramos que no existe divinidad externa al hombre, sino la condición interna de cada individuo —que los dioses nacen del corazón, de la interpretación que se dan a los acontecimientos del mundo — , entonces la pasión de Job tiene un sentido práctico inalienable: el mundo acontece según capricho del absurdo, siendo nuestro deber darle un sentido último que nos permita comprender la finalidad de los acontecimientos mundanos. La divinidad nace del corazón, porque desde el corazón leemos el mundo.
«Todo lo grande está en medio de la tempestad» —dijo Martin Heidegger en su discurso del rectorado de 1933. No debería entonces extrañarnos que Job sufra hasta cuatro clases de revelaciones diferentes entre visiones y pesadillas, las cuales culminan con el conocimiento fáctico de por qué ha acontecido todo cuanto ha ocurrido: nada aplaca la ira de Dios porque no existe razón detrás del concepto «dios», sólo el absurdo mismo de la existencia. A partir de ese momento erige su propia divinidad, acepta su condición divina, y por eso ocurren cosas: se hace el mundo, nacen Behemoth y Leviathan —recordemos, figuras metafóricas del poder civil y estatal respectivamente según Thomas Hobbes—, Satanás es condenado al infierno y él recupera la salud, la riqueza y su familia después de haberla perdido. O lo que es lo mismo, crea una basta interpretación del porqué de sus males a través de figuras míticas deconstruidas a través de las cuales plasmar, y encontrar el modo de combatir, sus desdichas. Sin milagros, sin intervenciones divinas, todo lo que ocurre es que, cuando Job es capaz de racionalizar los acontecimientos, le es posible tomar las riendas de su existencia y recuperar aquello que es su deseo.
Toda religión es la razón articulando el caos en un discurso lógico de orden mitológico, todo discurso lógico de orden mitológico es una manera de confrontar desde lo personal un mundo carente de sentido. La búsqueda de Blake radica en abrirnos los ojos, en crear una mitología única válida sólo para sí mismo y que refuerce la idea de la necesidad de cada uno en crear la suya propia; el mundo no se rige por el capricho de dioses antropomórficos que quieren ser adorados, sino por un absurdo que toma forma de pequeños dioses a los cuales tenemos que dar nombre y significado a sus acciones. Cualquier intento de rendirse ante la religión institucional o el pensamiento blando de los otros es un intento de huir de la responsabilidad de uno mismo para con la existencia, para con el sentido de la vida propia.
No existe transparencia posible en el mundo, por eso todo lo que nos queda es la constante interpretación para dotar de sentido a una existencia que escora siempre hacia el absurdo. Tener fe en el absurdo para que no nos fagocite el sinsentido, hacer del sinsentido la base desde la cual extraer significados, abrazar el canto de los ángeles como método contra el terror de sabernos siempre mirando hacia el abismo.