No existe ser humano que no tenga por cara una máscara. Incluso quienes pretenden lo contrario. A fin de cuentas, vivir exponiendo nuestros miedos, deseos y sentimientos es el método más rápido y eficaz para acabar siendo dañado, si es que no explotado. De ahí la necesidad de una máscara. De ocultar aquello que somos a través de alguna clase de filtro.
Pero no acaba ahí la función de la máscara. Al igual que oculta aquello que somos, también oculta aquello que son los otros; no porque los otros vayan enmascarados, que también, sino porque, en la elección de nuestra máscara, estamos creando un modo de ver el mundo. Porque, del mismo modo que ni los símbolos ni las ideas son inocentes, el rostro con el que nos presentamos también dice algo al respecto de nuestros prejuicios y necesidades. De aquello con lo que queremos interactuar, con lo que no y cómo queremos hacerlo. Porque, en última instancia, la máscara no sirve sólo para ocultarse, sino también para mostrarse.
Men Against Fire es un episodio que se esconde detrás de máscaras. Da la apariencia de tener temática militar, pero no trata sobre militarismo. Transcurre durante un trasunto de la guerra contra el terror, en la que aún hoy estamos sumergidos, pero no se centra en ese aspecto de la misma. Parece ciencia ficción, terror e incluso podríamos añadirle toques de fantasía —debido a las cucarachas, mutantes monstruosos que nos remiten a las peores pesadillas del horror nuclear; no por nada, todo el episodio parece salido de una pesadilla lisérgica post-soviética à la S.T.A.L.K.E.R.— y, con todo, seguiríamos sin dar en el blanco. Seguiríamos fijándonos sólo en lo aparente. En lo que él quiere que pensemos que es.
El episodio porta su máscara y no nos deja ver qué hay detrás de ella. Nada raro hasta aquí. Ninguna obra de ficción que se precie explicita nunca su mensaje, porque su interés radica en ocultar, pero Men Against Fire lo hace con particular enjundia. ¿Por qué? Porque quiere mantenernos confusos el máximo tiempo posible. Incluso después de haberlo visto.
Esa es la base del episodio. No sólo de su relación con el espectador, sino también de la narrativa: la confusión. Todo cuanto ocurre se nos aparece en un marasmo de glitchs, explicaciones que no son tal y un contexto que se nos escamotea constantemente para situarnos en medio de un proceso que se nos antoja familiar —incluso si, en realidad, no lo es; aquí Charlie Brooker juega con nuestro bagaje cultural, con nuestro conocimiento y obsesión con las clásicas rutinas del cine bélico, para hacer pasar por familiar algo que, en verdad, nunca nos llega a explicar— que, en última instancia, no hacen sino sumergirnos en un contexto de irrealidad que resulta difícil de digerir. No porque sea ininteligible, sino porque lo es demasiado.
Todo cuanto ocurre lo presuponemos. No lo sabemos. Ni siquiera cuando se nos dice explícitamente. Nosotros tiramos de archivo, pues conoce la casuística de esa clase de cine —del bélico, sea ciencia ficción o no — , y rellenamos todo con un entendimiento tácito de las circunstancias. Más que narrarse, Men Against Fire se nos escupe.
Eso no implica algo negativo. O no necesariamente. Su manera de ocultarnos cada pequeño aspecto de la trama es poniéndolo delante de nuestras narices, haciendo que sea obvio, rozando lo absolutamente evidente, para cualquiera que tenga un conocimiento mínimamente decente de narrativa. Pero por eso funciona. No oculta nada, va al grano, se salta todas las partes aburridas; cada aspecto es un desencadenante de la construcción de personajes, ignorando el contexto o el subtexto ideológico, porque ya lo sabemos. No hace falta explicar todo, porque ya estaba todo explicado de antemano.
En ese sentido, el episodio es más sutil de lo que parece. Para ser exacto, lo es porque no lo es en absoluto: es sutil, pues puede ser entendido como una alegoría, pero no lo es, porque es absolutamente literal. Entonces, ¿qué clase de alegoría permitiría una lectura absolutamente literal? Aquella que no nos obliga a leer lo narrado como una verdad unívoca. Men Against Fire habla sobre la guerra, sobre todas las guerras del mundo, sobre cómo es necesario deshumanizar al enemigo a ojos de la gente para que sean capaces de matarlos. De acabar con la vida de otro ser humano. Y ahí es donde funciona su alegoría: todo ese ruido, todo ese «yo sé que tú sabes lo que yo estoy haciendo», sirve no para sorprendernos, sino para ir un paso más allá. Para llegar hasta las profundidades abisales de algo de lo que somos conscientes, pero no queremos admitir.
Men Against Fire no trata sobre la guerra, trata sobre la sociedad. Sobre Internet. Sobre lo que votamos cuando echamos la cortina y metemos el sobre en la urna. O lo que votan otros, gente normal, gente como nosotros, que nos negamos a concebir como eso: gente como nosotros.
Trata sobre Boris Johnson. Sobre Donald Trump. Sobre toda esa gente que buena parte del electorado desea ver triunfar no porque quieran ver el mundo arder o sean malvados, sino porque dan respuestas; entre el caos ininteligible que ningún político puede explicar y las respuestas fáciles de amenaza-reacción de los populistas devenidos líderes, ¿qué es más fácil de aceptar? Al menos la idea de que la culpa es de otro, de alguien no del todo humano, implica que hay una solución, que se puede hacer algo. Incluso si ese algo es monstruoso e inhumano.
El problema es que eso ya lo sabemos. Todos conocemos que en el nazismo Hitler no era precisamente un líder impopular, como el Brexit ha ocurrido y Donald Trump sigue imbatible hacia su cima. Entonces, ¿qué podría aportar un episodio a entender ese clima de crispación? No hacerlo. Hacer como que habla de otra cosa.
Men Against Fire trata, metafóricamente, sobre un hombre intentando enfrentarse al fuego. Al odio. A la mentira. A esas falsedades de un gobierno populista que le promete la posibilidad de un hogar, una mujer y una familia y que, al final, no es nada más que un espejismo. Una máscara para ocultar los problemas reales del país. Que el problema es estructural, que lo es en la diferencia de clases, que cada vez hay más pobres y hay toda una generación cuya expectativa de futuro es la nada absoluta. Pero ese mensaje no vende. Es mejor ocultarlo todo detrás de máscaras convenientemente colocadas para no mostrar aquello de nuestro mundo, de nuestro país y nuestro sistema, que preferimos no ver.
Todo en el episodio es equívoco. Es tan explícito, tan claro, que no lo es en absoluto; todo son entendimientos tácitos e imposiciones que no aportan contexto. Es una explotación de nuestro imaginario bélico. También su crítica. Nos da respuestas fáciles para preguntas complejas, de ahí que, cuando rasquemos un poco, nos veamos reflejados en él. En las falsedades, en las mentiras, en todas esas verdades del barquero que nos decimos para mantenernos tranquilos.
«El Brexit no ocurrirá nunca», «es imposible que gane Trump», «Francia ha sufrido mucho como para votar a un partido de extrema derecha». Nos decimos eso cada día incluso si el mundo insiste en mostrarnos que es mentira. Que el problema es que hemos depuesto las armas antes de tiempo ante un enemigo más inteligente y quimérico que nosotros. Que nunca ha dejado de pelear, porque el mejor truco del diablo es hacernos creer que está muerto. Porque si creemos que Men Against Fire no hace sino repetir obviedades, cosas que ya sabemos bajo un sustrato cinematográfico, ¿por qué seguimos despreciando la posibilidad de enfrentarnos con el diablo al grito de «la bruja ha muerto»? ¿Por qué seguimos pensando que «no, esta vez no pasará» cada vez que todo apunta a otra victoria populista?
Porque, ¡bienvenidos al desierto de lo hiperreal! Charlie Brooker ha aplicado con nosotros lo que Johnson, Trump o LePen hacen de diario con sus votantes.
A ellos parece que no les está saliendo mal la jugada, ocultarse con la conveniente máscara del populismo xenófobo del «nosotros contra el mundo». ¿Y a Brooker (y Adam Curtis) que tal le está saliendo? Sólo el tiempo, y nuestras luchas, lo dirán. Porque, si seguimos haciendo lo que hasta ahora, tal vez no haya ni tiempo ni nada por lo que luchar en un futuro próximo.
Gracias por la critica de este capitulo, men against fire, llenò el vacio que me dejo despues de verlo, senti muchas cosas pero no pude ordenarlas hasta que te leì.