It’s tropical, de The Greeks
Si la acción define el valor estético intrínseco para la valoración de cualquier clase de imagen entonces deberíamos suponer que toda acción instrumental es, por si misma, definidora de los objetos que las realicen. Por supuesto esta suposición debería hacerse obviando el hecho de que toda acción puede estar sublimada a otra serie de acciones relativas a través de las cuales se re-define el nivel discursivo de esa acción misma. O, lo que es lo mismo, toda acción es un objeto en sí mismo que se define de igual modo que los demás objetos, en relación con las acciones producidas; toda relación objetual es una (inter)relación imposible de idas y venidas constantes hacia el seno de un entendimiento, en ocasiones, imposible. Veremos esto muy bien al nivel que ahora nos interesa, el estético, en el vídeo realizado por Megaforce.
La estética es como un grupo de niños jugando con pistolas de plástico a la guerra. Esta recreación de la guerra, que no deja de ser una recreación mimética de segunda mano amparada en las representaciones propias del cine contemporáneo, se articula como una realidad de segundo nivel para los niños en tanto mímesis pero que, en última instancia, articulan desde la fantasía como real; el juego se presenta como representación de la realidad interna, de la mirada real, del individuo. Es por ello que vídeo de The Tropicals que nos ocupa nos resulta especialmente interesante: toma como real el juego; hace tangible lo inaprensible. ¿Cómo consiguen puesta esta pirueta magnífica? Con dos elementos esenciales: la adición en formato animado de una violencia descarnada y la inclusión de una escena costumbrista tejida como mediación real entre realidades. A través de la consecución de estas dos escenas se puede vislumbrar como se articula la dicotomía fantasía-realidad que se maneja, necesariamente, en el discurso estético de la imagen.
Con respecto de la violencia lo que se consigue es literalizar el nivel no-real del juego. Todo juego se sostiene a través de la simulación y por ello los niños definen unas reglas (que desconocemos pero, en cualquier caso, suponemos) a través de las cuales articular una experiencia real del mundo de la guerra. La inclusión de efectos animados que subrayen ese nivel de violencia ‑a través del dibujado de disparos, explosiones o sangrados- no hace más real o irreal las acciones sino que actúan como un mediador de acción de las propias acciones. Lo que a priori es un juego inofensivo, cargado de una significación violenta carente de violencia de repente se transforma en una escena de excesos splatter; a través de la acción estetizadora se literaliza, se torna real y tangible, las formas violentas de una acción sublimada en la fantasía. En este caso el valor de la estética no es el de definirse a través de la acción sino que sería la imagen-tiempo, la imagen definida en su consecución de momentos temporales, la que cargaría de significación lo que estamos viendo. Si el videoclip es violento no lo es sólo por las acciones mostradas (el juego inherente pero subrepticiamente violento) sino por las imágenes-tiempo insertas en la propia acción (las consecuencias violentas traídas a un plano tangible).
Si, como hemos visto antes, todo está orquestado de tal manera que nos meten en el interior de la mente de los niños, traen el juego a un plano real, provocando que deje de ser un juego para ser sustancialmente real (en la ficción), ¿cómo se compagina esto con una escena costumbrista como la madre dando de comer a los niños? La tensión se mantiene, en ningún momento salen del juego, estos se miran con rabia mientras comen a toda prisa para seguir el juego, lo cual es indistinguible del hecho de seguir en un combate auto-perpetuizante. La ficción entonces se alimenta de la realidad, anida en ella, haciéndose indistinguible de esta (¿esa tensión durante la comida es parte del juego o es ajena a él?) hasta el punto de que para nosotros, el espectador, el conflicto es sustancialmente real. No tenemos razón para creer que no es real, que la historia no podría ser real, porque de hecho sea parte del juego o no los hechos fantasiosos han conducido a una consecuencia en la realidad: la tensión en la interrupción del juego para cenar es palpable en el ambiente.
Por ello la representación es una fantasía literalizada en la realidad con una serie de consecuencias reales, al menos a ojos del espectador, lo cual define el auténtico campo de la acción estética. La imagen por si misma es sólo una imagen vacía de significado que se define a través de toda acción de la cual se vea atravesada; la imagen tiene valor por si misma sólo en tanto se defina un espacio propio (en el espacio o el tiempo) que defina una serie de relaciones que la carguen de significado. Es por ello que cualquier clase de agente artístico y/o cultural que ponga cierto peso sobre las imágenes ‑lo cual incluye desde la pintura hasta el teatro o el cine pasando por sospechosos poco habituales como la literatura- se define a través del uso discurso, bien sea implícito o explícito, que de estas se haga. Las imágenes de los niños disparándose son, por definición, siempre violentas y por ello la única diferencia en su estetización radical, el llevarlas a la mímesis mínima exigible para ser real, sólo se explicita como fantasía tangible pero no real de facto, pero sí real para el espectador. Y sólo se hace real precisamente en las consecuencias de las acciones que producen que, sea juego o tiroteo, la tensión se origine en el amargo final que carga el ambiente tras su paso.