BXI. Sobre rituales thelémicos para despertar la voluntad dormida del Sol.
La magia ‑y por magia deberíamos entender, aludiendo a términos anglosajones sin traducción, no la magic con sus implicaciones de prestidigitador sino la magick de Thelema- es quizás el sistema más polimorfo de cuantos ha creado el hombre: aun cuando se circunscribe en visiones culturales de la realidad siempre alude a su patronazgo esencialmente natural; construye con herramientas culturales ‑o conceptuales, para ser más exactos- cambios devenidos en la entidad naturalizada del mundo. Por eso Aleister Crowley jamás propuso un uso de la magia que se basara en la distorsión de los sentidos del que tenemos delante, sino que edificó su sistema como una brújula intencional de la voluntad de cada individuo particular. Es por eso que la magia, lejos de ser una casualidad de feriantes ‑o, al menos, en tanto su interpretación no literal‑, se define como una auténtica filosofía vital: canaliza los deseos dormidos de los individuos hacia una recreación real en el mundo. Por eso BXI de Boris e Ian Astbury podríamos considerarlo una evocación del microcosmos thelémico a través de un ritual mágico canalizado a través de la música, porque va en búsqueda de un despertar de la conciencia del individuo a través de la canalización de sus deseos reprimidos.
En la tormenta ante las puertas del cielo sólo el amor enmarcado en la violencia podrá encender el auténtico deseo. El tiránico Dios verá como la creación natural, totalmente ajena de sí en tanto entidad cultural, lo destripará para lanzarlo sobre las estrellas implosionando en pura belleza salvaje. Porque aunque él se haya intentado hacer dueño y señor de una naturaleza que no le pertenece éste le ha rechazado con el deseo febril de ver muerto a su impostor; con garras y dientes a través de la balbuceante voz de un niño. La magia es parte de la naturaleza, de la libertad y el deseo, no de un tirano entronizado culturalmente.