La estupidez puede ser malévola, pero al menos será graciosa
Frobisher Says!, de Ricky Hagget
La diferencia entre la maldad y la estupidez es tan fina que, en muchas ocasiones, es dificil diferenciarlas entre sí ‑cosa que, por otra parte, en España se puede dar fe de una forma particularmente espectacular a día de hoy por causa de los políticos que están en el poder. La diferencia sustancial entre un acto malvado y un acto meramente estúpido es el nivel de consciente con el que este se ejecuta: el malvado sabe perfectamente que su acto perjudicará al próximo, el estúpido aun cree que lo ensalzará. Es por ello que no todo acto malvado, entendiendo malvado porque perjudica al prójimo, es siempre una demostración de toda ausencia ética del sujeto que comete esa falta; se puede actuar mal porque de hecho se deaea actuar mal, porque hay una intención de hacer daño al prójimo por algún motivo, o se puede actuar mal por inconsciencia (estupidez coyuntural) o por mera imbecilidad: hay tantas clases de actos malvados como formas de hacer las cosas en general. Es por ello que toda clasificación del mal, toda clasificación ética, estará incompleta en tanto no aborde su objeto de estudio como algo no-homogéneo.
En el caso de Frobisher Says! nos encontramos precisamente en un caso donde el abuso de poder parece oscilar siempre entre la maldad y la estupidez, entre el mandato que se hace por capricho y aquel que se hace por una absoluta idiocia del que manda. Esto es así en tanto el juego no deja de ser un Simon dice… caracterizado en la figura de Frobisher, un hombrecillo siniestro que nos va ordenando la práctica de acciones de una forma más o menos aleatoria con respecto de sus deseos. Para ello nos dará un tiempo límite para cumplir sus deseos ‑y, en muchos casos, para deshacer lo que ya hemos hecho- implicándonos en una serie de pruebas que siempre van oscilando entre lo grotesco y lo imbécil pasando por toda la gama de lo estúpido que podamos tener en mente.