¡Abolir el dinero! Una reflexión intempestiva de Shūsui Kōtoku

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El pre­sen­te tex­to es una tra­duc­ción de un ar­tícu­lo so­bre la ne­ce­si­dad de la abo­li­ción del di­ne­ro del pe­rio­dis­ta so­cia­lis­ta Shūsui Kōtoku que apa­re­ció el 9 de Febrero de 1900 en el pe­rió­di­co Yorozu Choho. La tra­duc­ción del tex­to es de pro­duc­ción propia.

Cuando una bac­te­ria en­tra en el to­rren­te san­guí­neo de una per­so­na, la sa­lud de esa per­so­na es gra­dual­men­te socavada.

Con el di­ne­ro ocu­rre lo mis­mo que con las bac­te­rias. Puesto que el di­ne­ro tie­ne un po­der ili­mi­ta­do en el mun­do, los ca­mi­nos del mun­do es­tán des­ti­na­dos a es­tar ca­da vez más de­gra­da­dos. Paso a pa­so, la mo­ral se en­cuen­tra arro­ja­da en la rui­na y la na­tu­ra­le­za hu­ma­na se en­ca­ra con la co­rrup­ción. Al fi­nal, la so­cie­dad es con­du­ci­da a la destrucción.

Hay per­so­nas que pi­den la abo­li­ción de la pros­ti­tu­ción, la eli­mi­na­ción de la in­dig­nan­te for­ma por en­ci­ma de la de­pra­va­ción de la bur­gue­sía, abo­gan­do por la re­for­ma de las cos­tum­bres po­pu­la­res ale­gan­do que la mo­ra­li­dad pue­de me­jo­rar… y así su­ce­si­va­men­te. Sin em­bar­go, me pa­re­ce que en mo­men­tos co­mo es­tos, cuan­do se ne­ce­si­ta ha­cer­se con un gran vo­lu­men de di­ne­ro in­clu­so pa­ra tra­tar el te­ma de la mo­ra­li­dad o de la ad­mi­sión en un cur­so de me­dio día de cla­ses, to­da la chá­cha­ra in­ter­mi­na­ble de sus ser­mo­nes es com­ple­ta­men­te inútil.

Nadie se con­vier­te de bue­na ga­na en pros­ti­tu­ta. Nadie vo­lun­ta­ria­men­te ven­de su ho­nor. No hay na­die que no quie­ra que se re­for­men las cos­tum­bres po­pu­la­res o que no ha­ya me­jo­ras en és­tas. Sin em­bar­go, la ra­zón por la que las co­sas fun­cio­nan de for­ma di­fe­ren­te es sim­ple­men­te por dinero.

En lu­gar de po­ner la gen­te tan­to es­fuer­zo en tra­ba­jar en ex­ce­so la len­gua y el uso de sus plu­mas, se­ría me­jor pa­ra ellos dar prio­ri­dad a de­mos­trar el po­der om­ni­po­ten­te del di­ne­ro. Si uno no se des­ha­ce del di­ne­ro, en­ton­ces uno no pue­de des­truir el po­der om­ni­po­ten­te que ejer­ce el di­ne­ro en otras es­fe­ras. Por de­cir­lo de otra ma­ne­ra, a me­nos que se eli­mi­ne la ne­ce­si­dad de di­ne­ro en es­te mun­do, es ab­so­lu­ta­men­te im­po­si­ble me­jo­rar los ca­mi­nos del mun­do o de la na­tu­ra­le­za humana.

Alguien que no tie­ne di­ne­ro no pue­de vi­vir. Esta es la for­ma en que el mun­do es en la ac­tua­li­dad. Sin em­bar­go, in­clu­so en la so­cie­dad co­rrup­ta de hoy, na­die pue­de de­cir que es­to sea co­rrec­to y apro­pia­do. En ver­dad, una per­so­na vi­ve de otras co­sas apar­te del di­ne­ro. Más allá del di­ne­ro, hay fuer­za y hay ho­nor. Hay lo jus­to y lo de­bi­do. Hay pan y hay ro­pa. Sin em­bar­go, hoy en día, cuan­do el di­ne­ro tie­ne un po­der ili­mi­ta­do, ¿hay lu­gar pa­ra la ver­dad en el mundo?¿Puede ha­cer­se lo que es correcto?

Si un buen día se dis­pu­sie­ran a pro­bar­lo, si el di­ne­ro se abo­lie­ra y su ne­ce­si­dad fue­ra com­ple­ta­men­te erra­di­ca­da, ¡que no­ble lu­gar se­ría el mundo!¡Que pacífico!¡Que feliz!

El so­borno, la co­rrup­ción, la gen­te que ven­de sus prin­ci­pios: to­do es­to des­apa­re­ce­ría por com­ple­to. El ase­si­na­to, el ro­bo y el adul­te­rio se re­du­ci­ría con­si­de­ra­ble­men­te tam­bién. No ha­bría ne­ce­si­dad de pe­dir la abo­li­ción de la pros­ti­tu­ción, ni abo­gar por la re­for­ma de las cos­tum­bres po­pu­la­res. De pron­to to­do se­ría co­mo la tie­rra pu­ra de los bu­dis­tas y el cie­lo de los cristianos.

Es na­tu­ral que ha­ya cual­quie­ra nú­me­ro de as­cen­sos y caí­das a lo lar­go de la his­to­ria, pe­ro si el di­ne­ro no hu­bie­ra exis­ti­do en las ci­vi­li­za­cio­nes de la an­ti­gua India, Egipto, Grecia y Roma, creo que hu­bie­ra si­do po­si­ble que és­tas hu­bie­ran du­ra­do va­rios mi­le­nios más.

Pero en días co­mo es­tos en que el di­ne­ro tie­ne tal po­der, si pro­nun­cia­mos las pa­la­bras «abo­li­ción del di­ne­ro», la gen­te nos mi­ra co­mo si es­tu­vié­ra­mos lo­cos. Es una lo­cu­ra, ¿no? ¿Entonces es­tá us­ted dis­pues­to a de­cir que los so­cia­lis­tas eu­ro­peos mo­der­nos que se es­tán ex­ten­dien­do por to­das par­tes en el mun­do es­tán to­dos lo­cos? Porque los so­cia­lis­tas tie­nen la abo­li­ción del di­ne­ro y la su­pre­sión de la pro­pie­dad pri­va­da del ca­pi­tal co­mo sus ideales.

Ellos asu­men tal po­si­ción por­que quie­ren ver al in­di­vi­duo —y a la so­cie­dad en su con­jun­to— vi­vien­do pa­ra otras co­sas apar­te del di­ne­ro. En otras pa­la­bras, quie­ren sus­ti­tuir el di­ne­ro por la fuer­za y el ho­nor, por el de­re­cho y el de­ber. En efec­to, la ver­dad y la jus­ti­cia con­sis­ten en ha­cer exac­ta­men­te es­to. Así que si us­ted es­tá de acuer­do en que la ver­dad y la jus­ti­cia de­be­ría ser pues­tos en prác­ti­ca, ¿por qué de­be­ría pen­sar en el so­cia­lis­mo co­mo di­fí­cil de rea­li­zar en la vi­da real? El so­cia­lis­mo es­tá le­jos de ser im­po­si­ble. Más bien, es só­lo que no se ha pues­to en prác­ti­ca has­ta ahora.

¿Por qué la gen­te que quie­re me­jo­rar la na­tu­ra­le­za hu­ma­na y las for­mas del mun­do no de­jan sus dispu­tas mez­qui­nas y en­fo­can sus es­fuer­zos en lo­grar el so­cia­lis­mo? Si hi­cie­ran és­to, se­ría la for­ma más rá­pi­da pa­ra el lo­gro de sus objetivos.

El si­glo XIX fue la épo­ca del li­be­ra­lis­mo, pe­ro el si­glo XX es­tá a pun­to de con­ver­tir­se en la era del so­cia­lis­mo. Todas las per­so­nas ca­pa­ces ne­ce­si­ta­mos des­per­tar a es­ta nue­va ten­den­cia en el mun­do; y na­da más.

2 thoughts on “¡Abolir el dinero! Una reflexión intempestiva de Shūsui Kōtoku”

  1. Super in­tere­san­te!!! siem­pre emo­cio­na en­con­trar en ar­queo­lo­gía pop a per­so­na­jes que con­tra­vi­nien­do la ló­gi­ca de su tiem­po fue­ron ca­pa­ces de enun­ciar lo que mu­chas dé­ca­das des­pués se con­ver­ti­ría en los asun­tos más ur­gen­tes: apues­to a que es­te ja­po fue to­ma­do en su día por un com­ple­to chalado!!!

  2. De la ar­queo­lo­gía pop aca­ba sa­lien­do siem­pre al­gu­na jo­ya im­po­si­ble, he ahí su va­lor. Y Kōtoku qui­zás fue­ra con­si­de­ra­do un lo­co, que no tan­to co­mo te ima­gi­nas, pe­ro aca­bó muy, pe­ro que muy, mal: fue acu­sa­do de al­ta trai­ción por in­ten­tar ase­si­nar al Emperador Meiji. Si su­ma­mos a es­to que ade­más fue el pri­me­ro en tra­du­cir El ma­ni­fies­to co­mu­nis­ta al ja­po­nés no só­lo es un per­so­na­je tre­men­da­men­te pop, sino que se su im­por­tan­cia his­tó­ri­ca es­tá muy de­va­lua­da pa­ra el in­te­rés que tie­ne. Que es mucho.

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