Colores prohibidos (XV) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

Todos te­ne­mos Colores prohi­bi­dos. Pero es­tos son los míos y no los cam­bia­ría por otros.

Una se­ma­na más el con­te­ni­do es va­ria­do. Seguimos con una ra­cha de ci­ne no de­ma­sia­do bueno, sal­vo las hon­ro­sas ex­cep­cio­nes de ci­ne asiá­ti­co, igual que trae­mos al­go de li­te­ra­tu­ra de o so­bre el le­jano orien­te, con Japón siem­pre en nues­tros pen­sa­mien­tos. Del mis­mo mo­do en Canino se ha pu­bli­ca­do un ar­tícu­lo don­de ex­pon­go un buen pu­ña­do de man­gas que no se han pu­bli­ca­do en España, pe­ro de los cua­les las edi­to­ria­les de­be­rían to­mar bue­na no­ta. Para aca­bar en Studio Suicide, ade­más de las Taxidermias Concretas, ha­blo del hip-hop de la tai­wa­ne­sa Aristophanes, fir­me can­di­da­ta a ha­ber fir­ma­do el dis­co del año. Ya en la par­te de Lo que se es­tá ha­cien­do es­ta se­ma­na to­ca ha­blar de mujeres.

Eso es to­do. ¿Eso es to­do? No. Si te­néis in­te­rés po­déis es­cu­char mis im­pre­sio­nes so­bre el ya pa­sa­do E3, po­dréis ha­cer­lo en el pod­cast El ma­pa del tiem­po, pro­du­ci­do por los in­com­bus­ti­bles chi­cos de Start Magazine. Pero ni así es­tá to­do aún. Porque nos vol­ve­re­mos a ver pron­to. ¿Cuándo? La se­ma­na que vie­ne, se­gu­ra­men­te. ¿Y dón­de? Dónde va a ser: aquí, en Colores prohi­bi­dos.

Lo que hago

Japón ignoto: 8 mangas que no se han publicado en España (pero deberían) | Canino

El man­ga ya no es lo que era. En el buen sen­ti­do. Donde ha­ce no tan­tos años la po­si­bi­li­dad de en­con­trar man­gas que se sa­lie­ran de la nor­ma era prác­ti­ca­men­te un mi­la­gro, hoy en día las pu­bli­ca­cio­nes se han di­ver­si­fi­ca­do has­ta un pun­to don­de ya no pa­re­ce que el man­ga sea un gé­ne­ro mo­no­cor­de. Y si bien aún no es­ta­mos al ni­vel de sa­lud edi­to­rial de paí­ses co­mo Francia e Italia, la co­sa pa­re­ce ir mejorando. 

Eso no ex­clu­ye que ha­ya mar­gen de me­jo­ra. Problemas. Ciertos pre­jui­cios he­re­da­dos de los cua­les la in­dus­tria no con­si­gue des­ha­cer­se. No por na­da, fue­ra de las no­ve­da­des y de cier­tos au­to­res fe­ti­ches, el man­ga que se pu­bli­ca en nues­tro país si­gue sien­do bas­tan­te uni­for­me. Falta, en su­ma, ver al man­ga tal cual es: un me­dio sin lí­mi­tes con to­da cla­se de historias.

El imperio de los signos, de Roland Barthes | Goodreads

A Roland Barthes no le in­tere­sa la reali­dad. O no tan­to co­mo pa­ra su­bor­di­nar la po­si­bi­li­dad de la fic­ción, de otros mun­dos po­si­bles o la ima­gi­na­ción, al ac­to pro­sai­co de la des­crip­ción. Pues sa­bien­do que to­do sím­bo­lo es una dis­tor­sión de lo real, ¿por qué con­for­mar­se con el su­ce­dá­neo de una invención? 

Autasasinofilia. Quiero ser asesinado por una colegiala, de Usumaru Furuya | Goodreads

Haruto Higashiyama no quie­re mo­rir. De he­cho, sien­te una in­ten­sa an­gus­tia an­te la idea de la muer­te. Sabe que es in­evi­ta­ble, pe­ro no la de­sea. O no de­sea la idea de de­jar de vi­vir. Porque Higasihyama, de 34 años y pro­fe­sor de ins­ti­tu­to, tie­ne un se­cre­to os­cu­ro: ya que en al­gún mo­men­to mo­ri­rá, de­sea ser ase­si­na­do por una chi­ca adolescente.

Hot Tub Time Machine, de Steve Pink | Letterboxd

A una co­me­dia hay que pe­dir­le que sea gra­cio­sa. Esto, que pa­re­ce una ob­vie­dad, no lo es pa­ra mu­chas per­so­nas: se ha con­ver­ti­do ya en un lu­gar co­mún el crí­ti­co que, de­fe­nes­tran­do el va­lor de una co­me­dia, sen­ten­cia al fi­nal «pe­ro al me­nos te ríes». Como si la fun­ción na­rra­ti­va de la co­me­dia no fue­ra, pre­ci­sa­men­te, eso. Hacerte reír. Hacerte cos­qui­llas es­tra­té­gi­ca­men­te has­ta que no pue­des evi­tar reír a carcajadas. 

Hot Tub Time Machine no es una obra maes­tra. Tampoco lo pre­ten­de. Su bur­la a los tro­pos clá­si­cos del via­je en el tiem­po, su te­ma so­bre có­mo no exis­ten vi­das es­cri­tas de an­te­mano y su tono ge­ne­ral gam­be­rro, sin de­jar de ser ama­ble y di­ver­ti­do, ha­cen de la pe­lí­cu­la una co­me­dia des­en­fa­da­da y divertida. 

David Lynch: The Art Life, de Rick Barnes, Olivia Neergaard-Holm y Jon Nguyen | Letterboxd

Autor y obra son dos co­sas di­fe­ren­tes. No pue­den ser juz­ga­dos co­mo un to­do in­di­so­lu­ble; hay en­cuen­tros, pun­tos don­de se re­la­cio­nan, pe­ro ni la obra es la to­ta­li­dad del au­tor ni la to­ta­li­dad del au­tor es su obra. Triste y si­nies­tro se­ría lo contrario. 

Goth, de Gen Takahashi | Letterboxd

A ve­ces ir des­pa­cio es bueno. Permite ver co­sas que no son evidentes.

Goth se to­ma las co­sas con cal­ma. Nos pre­sen­ta des­de el prin­ci­pio que hay un ase­sino en se­rie que le gus­ta cor­tar las ma­nos de sus víc­ti­mas, pe­ro a par­tir de ahí to­do va des­pa­cio. Relajado. Sin de­ma­sia­da pre­ten­sión de lle­gar rá­pi­do a nin­gu­na conclusión.

Taxi 2, de Gérard Krawczyk | Letterboxd

Ninjas. Humor chus­co. Japón en sus es­te­reo­ti­pos más ab­sur­dos (aun­que evi­tan­do los ofen­si­vos). Velocidad. Coches im­po­si­bles. Taxi 2.

Barking Dogs Never Bite, de Bong Joon-ho | Letterboxd

Solipsismo, ob­se­sión, in­ca­pa­ci­dad de co­mu­ni­car­se. Todos te­mas hil­va­na­dos en­tre sí. Pero cuan­do ade­más se in­tro­du­ce en la ecua­ción un pe­rro —o una se­rie de pe­rros— to­do se des­con­tro­la por el mo­ti­vo más evi­den­te de to­dos: las per­so­nas se com­por­tan con los pe­rros co­mo nun­ca se atre­ve­rían a com­por­tar­se co­mo las per­so­nas. Para bien o pa­ra mal. Y de ese mo­do ca­da pe­rro es en la ope­ra pri­ma de Bong Joon-ho un ca­ta­li­za­dor de los ver­da­de­ros sen­ti­mien­tos de los per­so­na­jes. Buenos, ma­los, ne­fas­tos. Pero sentimientos. 

Aristophanes – Humans Become Machines (2017) | Studio Suicide

Si al­go bueno ha traí­do Internet es rom­per el pe­que­ño ca­pa­ra­zón que su­po­nen los me­dios de pro­duc­ción na­cio­na­les. Al crear un sis­te­ma de co­mu­ni­ca­ción glo­bal cu­yo uso es (re­la­ti­va­men­te) in­tui­ti­vo y no de­pen­dien­te (en­te­ra­men­te) del len­gua­je, es fá­cil en­con­trar al­ter­na­ti­vas al dis­cur­so he­ge­mó­ni­co pre­sen­te en ca­da lu­gar. En otras pa­la­bras, quien se con­for­ma con es­cu­char lo que po­nen en su ra­dio de re­fe­ren­cia, es por­que no tie­ne nin­gún in­te­rés de sa­lir de su pe­que­ña bur­bu­ja de lu­ga­res comunes.

Aristophanes hu­bie­ra si­do im­po­si­ble an­tes de la apa­ri­ción de Internet. Eso es ob­vio pa­ra cual­quie­ra. Taiwanesa, ra­pe­ra, fe­mi­nis­ta y pro­fe­so­ra de es­cri­tu­ra crea­ti­va, sus ba­ses áci­das y sus fra­seos agre­si­vos y poé­ti­cos fue­ron des­cu­bier­tos a oc­ci­den­te cuan­do, bu­cean­do por SoundCloud, Grimes la en­con­tró y de­ci­dió con­tar con ella pa­ra la can­ción más in­tere­san­te de Art Angels, Scream. Por eso es­ta­mos hoy aquí. Porque gra­cias a esa co­la­bo­ra­ción ha po­di­do fir­mar Humans Become Machines, un dis­co con pre­ten­sión global.

Taxidermias concretas vol. VIII | Studio Suicide

16 Psyche es cru­do. Oscuro. Como si al­guien, en mi­tad de la no­che, se me­tie­ra en tu cuar­to, te aga­rra de pies y ma­nos, y te apo­rrea­ra de for­ma cons­tan­te sin per­mi­tir­te reac­cio­nar. Pero tam­bién ocu­rri­ría al­go di­fe­ren­te. Algo sen­sual. Erótico. Descubrir al­go cá­li­do y ju­gue­tón en ese apo­rrear, al­go que, más allá del do­lor, quie­re ha­cer­te dis­fru­tar de la ex­pe­rien­cia. Y cuan­do se va, y se aca­ba, de­seas se­cre­ta­men­te que cuan­do vuel­vas a dor­mir­te vuel­van a des­per­tar­te esos garrotazos.

Y lo que se está haciendo

La directora más feminista (y censurada) de España | Cinemanía

«La pri­me­ra vez que oí ha­blar de Cecilia Bartolomé pen­sé que era un hom­bre. Fue en 2014, du­ran­te la pro­mo­ción de La is­la mí­ni­ma, cuan­do el di­rec­tor Alberto Rodríguez ci­tó co­mo fuen­te de ins­pi­ra­ción los do­cu­men­ta­les de los her­ma­nos Bartolomé. Dos años des­pués, re­cién cum­pli­dos mis 32, me to­pé, en un ma­nual so­bre el Nuevo Cine Español, con el nom­bre en fe­me­nino. Pero se­guí sin caer en que Cecilia Bartolomé era uno de los her­ma­nos. Mosqueada por los es­cue­tos pá­rra­fos que le de­di­ca­ba el li­bro, en com­pa­ra­ción con sus com­pa­ñe­ros va­ro­nes Saura, Patino, Summers, Regueiro, etc, acu­dí po­cos días des­pués a la bi­blio­te­ca de la Academia de Cine, uno de los se­cre­tos me­jor guar­da­dos de Madrid pa­ra ci­né­fi­los y aman­tes de nues­tra his­to­ria del ci­ne. Tampoco allí en­con­tré nin­gún li­bro so­bre Cecilia Bartolomé –más tar­de co­no­ce­ría la exis­ten­cia de El en­can­to de la ló­gi­ca, com­pen­dio de tex­tos so­bre la ci­neas­ta reu­ni­dos por Josetxo Cerdán y Marina Díaz López den­tro de una se­rie de tí­tu­lo pro­fé­ti­co, Los ol­vi­da­dos – . Lo que sí que des­cu­brí aquel día fue una co­pia de tra­ba­jo de una pe­lí­cu­la su­ya, un me­dio­me­tra­je ti­tu­la­do Margarita y el lobo».

Esta es en realidad Mar de Marchis, la misteriosa mujer que dirige “Jot Down” | El Confidencial

«Es un fan­tas­ma, una voz sin ros­tro. De to­das las per­so­nas con in­fluen­cia cul­tu­ral en es­te país, Mar de Marchis, fun­da­do­ra y edi­to­ra de la re­vis­ta “Jot Down”, es de lar­go la me­nos co­no­ci­da. Su nom­bre no fi­gu­ra en nin­gún re­gis­tro ni exis­te ras­tro do­cu­men­tal de una de las per­so­nas fuer­tes en el pa­no­ra­ma edi­to­rial. Ni si­quie­ra sus más es­tre­chos co­la­bo­ra­do­res, aque­llos que lle­van seis años tra­ba­jan­do con ella a dia­rio edi­tan­do la re­vis­ta, son ca­pa­ces de iden­ti­fi­car­la en una fo­to­gra­fía. La es­cu­chan día a día, pe­ro nun­ca se han sen­ta­do fren­te a frente».

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