¿Es posible hacer algo así como una poética de la política? La pregunta no es baladí, porque eso podría ayudarnos a comprender cómo se expresa la ideología. Las contradicciones propias de determinados actos discursivos, aquellas que se atienen a principios básicos cuya aplicación práctica se da siempre en una interpretación abstracta, son difíciles de detectar; la diferencia existente entre palabra y acto, su distancia inviolable, puede dificultad la comprensión de las posibles contradicciones, o ausencia de ellas, en una ideología dada. Es más eficiente juzgar los textos desde los textos. O lo que es lo mismo, carece de sentido interpretar ninguna presunción política en su sentido literal o en sus consecuencias fácticas; todo texto oculta siempre un subtexto, lo que en realidad quiere decir en el fondo. No debe extrañarnos pues que conocer el pensamiento de un político pase necesariamente por diseccionar sus textos como si fueran literarios, no teóricos. Incluso cuando no siempre nos encontramos con exactamente lo que ellos o sus exegetas han pretendido vendernos como su pensamiento.
La poesía de Mao tiene estructura clásica, sin detalles de vanguardia o la introducción de un marcado estilo propio —lo cual no sólo demuestra querencia por la cultura clásica, sino también desprecio por las formas modernas — , que permite seguir sin demasiadas dificultades lo que intenta transmitirnos. La temática no podría ser más clara: el proletariado como entidad absoluta contra la tiranía histórica de la burguesía. A partir de ahí puede llevar a cabo su programa. Según él la belleza artística del discurso debe sublimarse a su adecuación política, por eso elegimos un poema bélico de carácter triunfal, De Tingzhou a Changsha, para diseccionar su pensamiento.
En junio los soldados celestes
atacan al pútrido mal,
con cuerda larga de diez mil pies
amarrarán al leviathan y al roc.
Siendo la descripción de una batalla que en el momento es considerada como determinante, su análisis minucioso nos puede clarificar los pliegues del pensamiento maoísta. Y la primera clave ya está en el primer verso: «los soldados celestes». ¿Por qué celestes? Porque vienen del cielo, porque son aquellos que traen el viento del cambio descendiendo desde lo más alto para derrotar al mal que acecha el mundo; mal pútrido, corruptor, dada su condición de entidad corrompida. Es una lucha entre el cielo y el infierno, entre la pureza y la corrupción. Es curioso como, a pesar de utilizar figuras retóricas asiáticas —especialmente en versos subsiguientes, aunque no solo — , nos presenta una escatología de corte cristiana: el mal tiene forma de lo corrompido, de lo caído del cielo, y sólo el bien descendiendo para poner orden sobre ello puede traer paz al mundo. Ese carácter teológico-occidental seguirá en versos posteriores.
Los dos siguientes versos son importantes para entender su carga política. Dice que amarrarán al leviathan y al roc —el primero una figura mítica occidental que representa al estado, pudiendo ser el roc su equivalente oriental; «China no se doblega ante nadie, ni siquiera ante sí misma» parece querer decirnos Mao— con una cuerda larga de diez mil pies. Dado que «diez mil» en la numeración de la antigua china implica «infinito», la «cuerda larga» en realidad es una «cuerda infinita»; la pretensión de Mao es cerrar toda posibilidad de que escapen, de que formas políticas que no sea la dictadura del proletariado pueda gobernar alguna vez sobre la tierra y el cielo. No viene aquí para matar al leviathan al roc, lo cual equivaldría a sustituirlos en sus labores, sino para apartarlos de la existencia política.
A orillas del Gan
un ángulo de tierra ha enrojecido
los soldados han permitido
que lo ocupase Huang Gonglue
Aunque «un ángulo de tierra ha enrojecido» nos puede pensar en la sangre derramada, Mao seguramente se refiere a la valentía de aquellos que intervinieron en la batalla. En cualquier caso, la ambigüedad es deliberada. Hace honor a la muerte en batalla, pero también al hecho de arrojarse a ella sin miedo a las consecuencias: lo importante es la victoria, no permanecer con vida. Por eso son los soldados los que permiten que Huang Gonglue, un comandante de alto rango, ocupe el lugar y no al revés. No existen héroes, o siquiera entidades individualidades, que marquen diferencia alguna en la batalla, ni siquiera cuando crean una táctica victoriosa —lo cual contradice la teoría de los grandes hombres de la historiografía occidental, demostrando su carácter ideológico en el proceso — , sino que es la totalidad de los soldados, del proletariado, el que lo ha conseguido. Ellos han traído al estratega la victoria, no al revés.
El valor último del proletario es devenir el soldado de la verdadera fe. Lo que ha conferido la posibilidad de conquistar ese pedazo de tierra no es el pensamiento o la acción, sino el arrojo que demostraron todos aquellos que se lanzaron hacia su conquista sin cuestionarse nada en el proceso. Aquí no cabe el pensamiento: ni el del soldado ni el del estratega deben pensar. El valor es la esencia última del hombre, el pensamiento un vicio que lo distrae de su auténtico cometido. El carácter de la reflexión es teológico, rozando lo místico, como si los soldados fueran ángeles guiados por la voluntad divina.
Un millón de obreros y campesinos
saltan todos de alegría,
conquistado el Jiangxi
Con «un millón de obreros y campesinos» desea crear el mismo efecto que con «cuerda larga de diez mil pies», pero amplificado. No son diez mil, mucho menos un millón, pero quiere transmitir que son una cantidad infinita de individuos: es el proletariado del mundo entero, todos los hombres que han existido y existirán pertenecientes al mismo. Habla de obreros y campesinos como de una entidad abstracta global, fuera del espacio y el tiempo, de una forma de divinidad colectiva desarrollada en un panpsiquismo de entidades individuales que conforman un único ser absoluto: El Proletariado. «Saltan todos de alegría, conquistando el Jiangxi» no tiene mayor secreto que transmitirnos cómo el único modo de satisfacer al proletariado, a la entidad universal que representa a los hombres, es seguir los pasos de Mao. Conquistar China en nombre del comunismo no es una opción política, es una necesidad religiosa.
como se enrolla una estera
atacan derechos sobre Xiang y E.
El canto grave de la Internacional
violento huracán, para mí, del cielo.
No es sólo una necesidad religiosa, sino que también es un acto completamente natural. Ya que «como se enrolla una estera atacan derechos sobre Xiang y E» debemos suponer que es un acto natural, cotidiano, que se debe hacer porque la alfombra ya no nos vale; nos transmite, al menos, tres cosas: el avance inexorable de las tropas, la necesidad de retirar el sistema actual y la inevitabilidad de que esto ocurra. Es algo que debe ocurrir, por lo cual no ayudar es atentar contra los intereses de todos. Para acabar reafirma el carácter teológico de todo lo que ha estado presenciando, ya que, para Mao, el canto grave de la Internacional es un violento huracán del cielo. No es la decisión racional de los hombres, es el gesto inevitable de una voluntad por encima de cualquier lógica —por eso resulta más importante el arrojo que el intelecto: no podemos, ni tenemos por qué, comprender las razones del cielo, sólo seguirlas— que nos lleva hacia un gesto inevitable.
«Las actividades del hombre en la producción determinan todas las otras actividades» —dijo Mao en «Sobre la práctica». El problema es que las actividades del hombre no parecen determinar nada, ya que en el maoísmo sólo cabe la voluntad de una entidad abstracta llamada El Cielo que bien podría ser sustituida por Dios o El Proletariado. La voluntad o la actividad del hombre no vale nada, porque está en el mundo sólo para ajustar al deseo último de una entidad abstracta cuyo único portavoz último es uno: Mao Zedong.
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