Pretender que en la realidad existen historias de epicidad donde los buenos son de tan intachable virtud como los malos dementes megalómanos es mantener una excesiva ingenuidad. Aun con todo, de vez en cuando, pueden darse coincidencias donde acaben colisionando esta clase de personajes, más míticos que reales. Como no podría ser de otro modo estoy hablando de la peculiar The King of Kong de Seth Gordon.
Este documental nos cuenta la historia detrás del record mundial de la máxima puntuación del justamente famoso Donkey Kong. Su imbatible campeón, Billy Mitchell, durante algo más de dos décadas ve como aparece un aspirante, Steve Wiebe, dispuesto a quitarle el título al superar su espectacular puntuación por casi 200.000 puntos. A partir de aquí comenzará una tragedia clásica que perfectamente podría haber sido escrita por Homero donde hasta la más mínima de las acciones conocerá de consecuencias en la lucha del bien contra el mal. Así no debería extrañarnos que Billy Mitchell sea un megalómano peligroso, de carisma arrolladora, tramposo y obsesivo hasta rallar lo insano, capaz de cualquier cosa para seguir siendo el campeón de la recreativa. Por su lado Steve Wiebe tampoco se queda atrás en lo irónico de su personalidad profundamente arquetípica. Un pobre eterno segundón, obsesivo compulsivo y con sospechas de sus allegados de tendencias autistas que, gracias a su condición única y especial, logra hacerse con el el triunfo sobre el mundo. Así lo que nos plantean es una pura epopeya donde, el problema, es que se diluye toda posibilidad de realidad.
El documental, muy lejos de mantener la coda de realismo que se le exige al género, abraza sin concesiones todos los elementos fantasiosos que nos presenta. No sólo es que los dos protagonistas sean puros arquetipos griegos donde la ὕϐρις sea una de las condiciones sine qua non del héroe, es que todos los elementos propios de estas historias están presentes. Las repetitivas condiciones de la caprichosidad de la maquina o las proclamas de la necesidad de la suerte, la Fortuna, no dejan de ser cánticos a los dioses; aquí dios es, literalmente, una maquina. El hecho de que Roy Shildt le ceda una placa del juego a Wieb no tendría mayor importancia de no ser porque Shildt es un gurú del fitness. Aquí todo se transforma para encontrarnos otro elemento clásico de esta clase de historias: el héroe que se encuentra con un viejo sabio que le concede alguna guía, bien sea espiritual bien puramente material, para poder derrotar a su enemigo. Y el problema de esto es que, aun haciendo más divertida la historia, hacen de todo un conjunto irreal imposible de creer; hacen de lo fáctico espectacular en todas sus posibles acepciones.
Como estrictamente documental quizás fracase The King of Kong pero como una revisitación de los mitos de la humanidad, ya no sólo griegos sino todos los cánticos épicos, es sin duda una obra brillante. Quizás Donkey Kong nunca pudo imaginar que no sólo secuestraría una chica a la cual sería imposible rescatar, sino que se convertiría en el Dios absoluto de un sentir posmoderno. La cotidianidad también conoce de épica.