Hongos de Yuggoth, de H.P. Lovecraft
Ésta es la hora en que los poetas lunáticos saben
Para hablar de poesía, pero también para hablar del mundo, es determinante hablar de la estética en tanto es nuestra forma de comprender y delimitar la significación del mundo, ¿cómo podemos explicar a través de esta la imposibilidad de conocer el mundo? Si lo bello es aquello que resulta agradable a la vista, lo siniestro es aquello que esconde realidades oscuras dentro de sí, lo grotesco es lo que resulta desagradable a los sentidos y lo curioso ya su propio nombre lo dice, lo sublime es el intersticio extraño donde se da la fascinación por todo aquello que no puede ser comprendido ‑éste es el punto donde conocemos lo que no podemos conocer, donde la estética se time de irracionalidad; la comprensión clásica de lo sublime ‑o, al menos, la de Edmund Burke- nos permuta en la posición de nuestra finitud con respecto del infinito: nosotros nos sentimos fascinados por la tormenta, porque somos infinitamente pequeños con respecto de su dimensión y poder. En lo sublime hay una fascinación perentoria que no es necesariamente una sensación positiva, es la actitud del hombre que se paraliza ante la visión de aquello que es incapaz de racionalizar, aquello que es incapaz de aprehender desde su finitud propia, con respecto del mundo. Lo sublime es una de las conformaciones más tenebrosas de la estética natural a las cuales el hombre debe confrentar.
Qué hongos brotan en Yugoth, y qué perfumes
Esto lo vería fácilmente un alma sensible como fue H.P. Lovecraft ‑sensible por lo cual, por pura extensión, también torturada por la recursividad de lo sublime en cada rincón del mundo- ante su incapacidad de aceptar los cambios bruscos que estaba sufriendo el mundo. Profundamente racista, misántropo hasta la más virulenta de las nauseas y un anti-tecnología rayana la obsesión más puramente benjaminiana no era capaz de comprender ni aceptar la visión del mundo y el progreso como algo positivo para el hombre, ¿qué se puede esconder más allá de lo sublime, de lo que no puede ser comprendido, si no la oscura cara de algo más monstruoso que la humanidad misma? Detrás de los lagos, de las estrellas, de las tormentas y de los insectos se esconde el monstruoso recuerdo de que estamos en el universo de prestado, y que nuestra pretensión de esclavizar cuanto existe de natural sólo nos llevará hasta nuestra más pronta extinción sí insistimos en seguir revolviendo el trastero de la naturaleza.
Y matices de flores, desconocidos en nuestros pobres
En Hongos de Yuggoth lleva esta obsesión por la radical (y bendita) ignorancia del hombre hasta sus extremos más radicales, sí mientras en sus relatos el terror se esconde siempre en la forma de monstruosos dioses alienígenas contra los que nada se puede hacer, aquí también cobran la forma de naturalezas desatadas que ni sienten ni padecen por el aniquilamiento del hombre. Todo cuanto hay de sublime en el mundo se presenta ante los ojos del hijo pródigo de Detroit como el alma muerta de un humanismo corrompido; no hay intencionalidad negativa en el mundo, pero todo cuanto habita en él se rige por un caos tan profundo e impersonal que sólo cabe la destrucción caprichosa por su mano. Es así que la naturaleza se nos presenta como el torbellino letal que nos destruye sistemáticamente, pero que además es nuestro sello desconocido contra la aparición de unos crueles monstruos alienígenas que hacen y deshacen a su antojo ante todo cuanto existe en el mundo. Es por ello que para Lovecraft la incomprensión de la realidad profunda de la naturaleza no se da porque esta sea el Templo de el mal elemental, sino porque en esta se esconde todo lo que hay de oscuro en un mundo que sólo podemos habitar en tanto no es comprendido, en tanto no es atisbado como corrupto.
Jardines terrestres, llenan los continentes de Nithon.
Hasta aquí es donde llegaría el discurso estético de Lovecraft canónico de su prosa: somos polvo de estrella que será destruido por la diferencia radical que no podemos comprender ‑sea esta Cthulhu, sea esta los negros no esclavizados; siempre la diferencia radical- pero insistimos en intentar hacer uno con nosotros a través del entendimiento. Para él no habrá nada más vomitivo que la razón, aquello que nos hace comportarnos como estúpidos arrogantes llevándonos más allá de lo que ningún ser vivo debería aceptar jamás. La razón no es la gran bendición del hombre, es el virus sistémico que recorre su cuerpo para destruirlo desde dentro; la razón es el impulso que hace mirar el abismo para que el abismo nos devuelva la mirada.
¡Pero por cada sueño que nos traen estos vientos
¿Existe entonces alguna posibilidad de salvación en un mundo corrupto? En tanto somos humanos no podemos denegar la razón, pues es parte esencial de nosotros, pero sí nos podemos refugiar en el subconsciente profundo del hombre: en el mundo de los sueños. En los sueños la sinrazón domina el cuerpo del hombre, ya que en los sueños he vivido mis vidas sin número, he sondeado todas las cosas con mi mirada sin enfrentarse ante el terror que le arrastra hacia la locura indeterminada, sin enfrentarse ante la el infinito inaprensible de lo sublime. Y esto es así porque en sueños podemos hacer cualquier cosa, somos pura potencialidad en acto que deviene incesantemente en nuevas conformaciones para confrontar aquello de lo que no somos capaces naturalmente, pues me he lanzado como un ciervo a través de la bóveda / de la inmemorial espesura originaria. En los sueños no vivimos bajo el terror de vivir en un universo infinito que no podemos conquistar, pues sólo en ese mundo somos los auténticos dueños del cosmos.
Nos arrebatan una docena de los nuestros!
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