音の中の『痙攣的』な美は、観念を超え肉体に訪れる野生の戦慄。, de té
Ya desde la antigua Grecia, pero incluso ya antes en los primeros mitos orientales, existe la creencia férrea de que el universo se rige por un binomio insondable que podríamos visualizar a través de las figuras del orden y el caos: el orden —lo apolíneo, lo bello, lo armónico; lo violento como construcción- es aquello que alude a todo aquello que está bien formado y se nos presenta como la sinuosa perfección de las formas, el caos —lo dionisíaco, lo excesivo, lo disarmónico; lo desconocido como posibilidad— se nos presenta como la fuerza destructiva que alude al desorden de todo aquello que es bello por sí mismo. Toda posibilidad de trascender esta dualidad a través de alguna clase de dialéctica es inútil en tanto siempre acontecen en su propia negatividad: el orden lo es sólo en tanto contiene su propio caos, al igual que éste sólo se origina a partir de su aniquilación de todo orden. A partir de esta premisa podríamos entender por qué sólo a través del caos ordenado, 「del té」, puede originarse algo nuevo, porque en la destrucción del orden se abre un espacio de un nuevo orden, porque sólo en él se encuentra la posibilidad de un nuevo génesis singular. He ahí el por qué abrazar la metódica violencia de la imperfección desatada en té.
Aunque ya desde sus primeras referencias té demostraron ser uno de los grupos más violentos de su género, el post-rock, en éste 音の中の「痙攣的」な美は,観念を超え肉体に訪れる野生の戦慄。 (Belleza «desigual» en el sonido, el horror del cuerpo más allá de la idea de visitar la selva., en una traducción aproximada aun cuando traidora —porque no existe la posibilidad de la traducción, toda traducción es caótica: destruye el significado y lo resignifica en otro orden; toda traducción no es sólo una traición, es el ciclo de una nueva génesis para el texto) lanzan toda la carne al asador con una catapulta de precisión que hace restallar la grasa y la carne más allá de lo que la vista puede ver; aquí el asador es kilométrico y la carne son los pedazos de los gigantes a los cuales estaban subidos momentos antes de haber comenzado su descuartizamiento. Lejos de situarse ya sobre hombros de gigantes, abandonan toda posible referencia hacia Mogwai o Mono, sus dos referencias rastreables de un modo más evidente, arrancándoles todo el proceloso estilo bien definido de pequeño caos controlado para sumergirse en lo más profundo de unas composiciones que nos arrullan como titánicos huracanes. Desde el primer hasta el último segundo no encontramos nada más que una desaforada embestida tras otra, una salvaje concatenación de sonidos oscuros que abogan por la brutalidad desatada que laceran nuestros oídos en catárticos procesos de animalidad encarnada que querrían poder disponer para sí la mayoría de grupos que se auto-denominan extremos. En suma, un proceso de éxtasis.
Ahora bien, no se lleven a engaño, aunque el caos que desatan té es sólo ponderable en escalas astrofísicas, controlan de una forma sistemática cada una de las posibles rutas de deflagración que toman cada fuga musical que parece erigirse como orgullosa escapada hacia el vacío. Las guitarras están afiladas como katanas, pero su precisión es la esperada en un buen samurái: cada movimiento de guitarra es de una precisión terrible, de un profundo calado místico, dirigiéndose entre contorsiones anti-naturales hacia ninguna parte conocida en una danza catártica propia de una bestia corrupia de más allá de la realidad inmediata. La batería incorruptible, desencadenada en uso y abuso de más platillos que movimientos por segundo puede realizar la mano humana, y el bajo desaforado, arrancándose como el soporte que fluctúa temporal como espacio a partir del cual desarrollarse la noche de la instrumentación, dan forma a un disco al cual querríamos poder alimentar con nuestra alma sólo para poder decir que somos parte inherente de él. Una música que trasciende todo género y estrato geológico-musical, que ya no es post-rock sino que es otra cosa en sí misma, porque su incapacidad de ser reducido a un presupuesto básico de lo que en teoría es impide que pueda ser clasificado más allá de ser té. Y nada más.
Aquí ser té además lo es en la implicación japonesa, en el dicho de tener demasiado té: el té de té es aquel 「té」 que se juega en la noción de lo inmediato, es la cualidad a partir de la cual entendemos que hay una comunión mística con el mundo a través de una imperfección generada en el caos que nos muestra el significado profundo del mismo. Ser té implica la condición de perderse en una vorágine absoluta, en un maelstrom de sentimientos desbocados que vacían de forma radical el sentido de la existencia. Pero ese vacío 「del té」 no implica estar vacío, tanto como estar vaciado (caóticamente) en una aceptación profunda del devenir; el vaciamiento no es por tanto un vaciar de todo significado en tanto referente, sino el estar abierto a todo devenir presente. Tener té, y té sin duda lo tienen, es permitir que el mundo nos atraviese de forma radical — tener té es dejarse arrastrar por el mundo, por sus condiciones inmediatas más allá de lo racional, no hacer distinción entre uno mismo y el mundo.
Estamos ante el que es probable que sea el disco más salvaje, oscuro y desaforado —el disco con más té— de cuantos vayamos a oír en mucho tiempo —e incluso, vista su capacidad para generar un vacío de silencio tan profundo como el universo mismo detrás de sí, quizás en demasiado tiempo. Por eso, por su propia medida gargantuesca, sólo podemos admirarlo desde la distancia de lo que sabemos sublime pero no terminamos de comprender por qué: sólo se entiende desde el impulso inmediato, el arrebato, el fenómeno desnudo, el éxtasis donde no existe distancia crítica.
té han cocinado para nosotros carne de gigantes donde antes otros se subían a ellos. Y los gigantes resultaron ser ángeles del caos creador de un vitalismo más profundo que el sentido de la vida misma.
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