Según Paul Virilio la fotografía no es un arte ya que representa imágenes absolutamente objetivas, carentes de cualquier subjetividad propia del autor que las hagan arte. Esto es así porque la cámara juega a una velocidad mayor que la percepción humana y congela tanto el tiempo absoluto como el tiempo del hombre. Pero si la fotografía destruye el tiempo del hombre, ¿qué no hará entonces el cine con nosotros?
En este caso sería posible una película tan obscenamente brutal, tan absolutamente objetiva que su auténtico horror llevaría a la más terrible de las locuras psicóticas a todo aquel que la presencie. Al menos así lo cree el Sr. Ballinger, un coleccionista de películas oscuras y extremas haciéndole el encargo de la búsqueda de tal película al gerente de una ruinosa sala de cine cuyo nombre es Kirby Sweetman, que es su yerno. La búsqueda de Sweetman de la demencial La fin absolue du monde le llevará por los más pútridos y brutales renglones de la industria del cine. Así conocerá el horror que fue capaz de producir una película que no dejo vivo más que a un crítico en un tormentoso viaje final. Incluso cuando choque de frente con la realidad de la existencia del cine snuff no se echará atrás y seguirá con su incansable búsqueda de la película que, además, le permitirá seguir manteniendo en pie su cine. Así John Carpenter nos presenta y desarrolla su excelente Cigarette Burns, un mediometraje concebido para la serie de terror Masters of Horror.
Y es que Carpenter desarrolla una película meta-fílmica donde reflexiona en gran medida en las posibilidades del cine como agitador de conciencias, como exterminio del tiempo puramente humano. Por ello, en cierta medida, se podría colocar en paralelo a la excelente Arrebato de Iván Zulueta ya que ambas nos hablan de una película que deniega no solo el tiempo, sino la existencia misma de quienes están ante ella. Así ambas películas renuncian a la posibilidad del tiempo fílmico como realidad pues este siempre deniega la subjetividad personal en favor de una objetividad absoluta, fría, atemporal. El cine como catalizador del ser es aséptico e inexistente ya que no puede existir alteridad alguna ante lo fílmico; solo existe lo que hay en pantalla y nada más. Así nos plantean ambas que no solo es negado de la existencia lo que es filmado sino que también quienes son partícipes en su visionado, en su objetividad descarnada, quedan obliterados de cualquier posible subjetividad.
La vida se convierte en tiempo fílmico y lo vemos en las quemaduras de cigarro de su título. Pero precisamente estas quemaduras nos desvelan una verdad más allá de la comprensión humana. Además de un bonito efecto de estilo para la película es la representación del olvido del ser, de la denegación del tiempo del hombre. Si bien la película no tiene grandes aciertos (ni grandes fallos) en lo formal, no pasando de ser meramente correcta, el uso de las quemaduras de cigarro es ejemplar. Cada vez que Sweetman se ve asediado por las quemaduras de cigarro, cada vez más y más frecuentes, el tiempo fílmico y el humano se solapan en una simbiosis. Finalmente, en un éxtasis total, se solapan completamente uno en el otro solo quedando un tiempo cristalizado, perfecto, objetivo. Ya solo queda lo incorrupto, lo que no puede cambiar nunca, que es nada más que lo inerte como lo muerto que ya no tiene posibilidad de cambiar más.
Sea como fuere y aunque no sea (o quizás sí) el cine un arte para Virilio la conclusión es tan turbadora como deliciosa. Dos genios del cine coincidieron en que el cine actúa como una suerte de vampiro que devora la existencia inane de aquellos con los que interactua. Y por ello, nada mejor que dejarnos llevar por estas películas para conocer el auténtico Fin Absoluto.