Otro pionero, de David Foster Wallace
La búsqueda del conocimiento por parte del hombre está mediada por la dificultad que supone el pensar en sí mismo: para conocer hay que aprender a conocer, lo cual nos arroja en una obscena cantidad de círculos viciosos a sortear ante la más mínima pregunta que nos formulemos. Cuando un hombre comienza a pensar, y necesariamente en algún momento lo hará, se está enfrentado contra la inexorable realidad de que incluso para pensar es necesario aprender ciertas formas, que todo se aprende, incluso aquello que se da por hecho que es algo inherente de la raza humana; aunque el pensamiento sea algo humano per sé eso no significa, en caso alguno, que todo el mundo sea capaz de pensar: para pensar hace falta redaños, arreglos, conexiones y aprendizaje, es necesario articular ciertas formas particulares de ver y preguntarse por el mundo para así poder obtener las conclusiones adecuadas al respecto mismo del acto del pensamiento. Igual que cualquier arte se da a sí mismo el sentido o igual que el hombre se da a sí mismo el sentido de su vida, podríamos afirmar que el acto de pensar sólo se puede articular desde el mismo instante que la reflexividad se piensa (y se pone en cuestión) a sí misma.
Sólo a partir de esta noción del pensamiento podríamos entender que tenga algún valor una anécdota que nos llega de tercera mano, teñida además de una cantidad prejuiciosa de subjetividad de un interlocutor dudoso, que además nos narra una peculiaridad que no suscita mayor interés como para articular un denso y abrupto ascenso hacia la catarsis trágica de una historia interminable: el nacimiento de un niño excepcional en el seno de una tribu hace miles de años capaz de contestar a todas las preguntas que se le hagan. La aclaración hace miles de años es necesario para no caer en el trágico pensar de un niño salvaje que puede tener un conocimiento osmótico que vaya más allá de lo que se le ha transmitido en sí ‑pues esto no ha sido escrito por un Rousseau enajenado, casi antitético de sí mismo, buscando una suerte de comunión con las ideas humanistas de una época donde acabaron condenándolo en la práctica al ostracismo más absoluto, por otra parte, como de hecho acontecería al protagonista del relato por sus mismas circunstancias- porque de hecho cumple dos condiciones extrañas: 1) nace en el seno de una familia normal (lo cual hace que no crean a los padres con que ha sido engendrado por ellos), 2) tiene un conocimiento intuitivo primero que el resto de hombres ni han desarrollado ni conocen.
La ritualización del pequeño hasta que no es tan pequeño lleva a la aldea a la creación de una posición privilegiada sólo para él ‑hacerle una cabaña en el centro de la aldea, darle comida a cambio de sus respuestas, que conteste sólo un determinado día al mes a las respuestas- además de la economía que surge alrededor de él en forma de consultores que ayudan a formular la pregunta de la forma más adecuada posible para maximizar los beneficios obtenidos de la respuesta, lo cual podría entenderse como un precedente tribalista del capitalismo, si es que el capitalismo no fuera un neo-tribalismo fundacional donde se sustituye la labor técnica progresivamente por la exploración del acontecimiento intelectual (como en el caso de este otro pionero). El vive erigido en su módulo dando respuestas primero exactas y preclaras, pretendiendo hacer ver realidades exactas que conoce, para después descubrir de manos de un malvado hechicero de una tribu rival la realidad de toda su existencia: está condenado a la muerte por no poder dar la respuesta a todo, pues sus respuestas necesariamente se acabarán en un determinado punto de ser ciertas. Es por ello que ahí no responderá más respuestas, no hará ciencia de las preguntas, sino que se convertirá en un filósofo: contestará a las preguntas con otras preguntas, cuestionará la cultura a través de otras posibilidades en la cultura.
¿Qué es el filósofo, el escritor, el artista, el humanista, sino el pequeño homo-wathever que se conforma como el que da respuestas inexactas, crípticas cuando no mistéricas, para responder algo que está más capacitado para responder que los demás pero que en ningún caso puede conocer la respuesta de forma fehaciente? Miren a David Foster Wallace subido en su pequeña cabaña de madera, la cabaña de madera que se pone en las universidades para que el que sabe todas las respuestas comunique su información, la cabaña de madera que está hecha de papel y tinta donde se acude para responder unas preguntas cuyas respuestas nos dan siempre cifradas a partir de su imposibilidad de contestar plenamente; ese es David Foster Wallace, pero también es cualquier otro humanista. Como David Foster Wallace comenzaría haciendo ciencia, contestando de forma fehaciente realidades objetivas que son así en sí, pero pronto evolucionaría hasta la realidad intangible del conocimiento humano donde todo es pura intuición del mundo — ¿pretendes conocer la verdad del mundo? Se científico, ¿pretendes explorar las posibilidades de conformar el mundo? Se un humanista.
Nunca prenderán fuego la cabaña donde se sostiene el que da respuestas fehacientes, pero sí abandonarán y destruirán el pueblo de aquel que no puede darles respuestas evidentes y absolutas para problemas que nunca fueron ninguna de las dos cosas. Un hombre hablándole muy alto a otro que parece tener mal el oído, teniendo que repetir taxativamente las mismas frases muy despacio y de forma muy clara, permitiendo así que se oiga la conversación incluso más allá del motor de avión funcionando a su lado; ¿qué podemos comunicar si todo pensamiento es como intentar oír como habla un joven con un señor duro de oído (o poco versado en el idioma) mientras suena un estruendoso sonido de motor por culpa de las turbulencias que en éste momento atravesamos? Y sin embargo, se entiende. Se entienden pedazos, los colocamos según nos convienen y, si el joven nos resulta lo suficientemente familiar por otros vuelos anteriores, ya sea porque ambos fuimos pasajeros en los que íbamos escuchando en común o porque de hecho ya antes le escuchamos en otros viajes, aunque bien podría ser porque simple y llanamente conocemos sus giros más comunes pudiendo rellenar lo que nos falta oculto por el ruido sin ningún motivo particular, incluso podremos comprender el sentido profundo de aquello que nos pretende transmitir en un sentido incompleto y saturado, dejado siempre como un fragmento de un todo irreconstruible, pero que de hecho nos permite contestar nuestra propia pregunta. Eso significa escribir, eso significa pensar.