Fenomenología del espacio sonoro #2: Avril 14th, de Aphex Twin

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Los ra­yos de luz so­lar se fil­tran en­tre la desidía de la ma­ña­na, co­mo el des­pe­re­zar ca­pri­cho­so de una tie­rra que no se le pe­gan las sá­ba­nas, sino que dis­fru­ta de su en­ros­ca­mien­to en­tre ellas; la no­che y las es­tre­llas ti­li­la­ban co­mo un can­to, aho­ra só­lo se arro­pa por el pá­li­do cie­lo diurno co­mo un pe­que­ño ca­pri­cho con­ce­di­do. Más allá de la pe­re­za, los co­lo­res vi­bran con un co­lor que tras­lu­ce la ma­gia de la ma­ña­na. Es 14 de Abril y to­dos bai­la­mos en la borda. 

Entre la nie­bla se tras­lu­ce la de­li­ca­da ca­li­dez del sol po­nién­do­se, ha­cién­do­nos ol­vi­dar los ex­ce­sos de la no­che, em­pu­ján­do­nos ha­cia la ter­nu­ra fa­mi­liar de los jue­gos in­fan­ti­les: co­rre, sal­ta, jue­ga; bai­la, co­me, ama; res­pi­ra, an­da, to­ca. La de­li­ca­de­za in­fi­ni­ta de la ma­ña­na su­su­rra ca­pri­cho­sos mo­men­tos con­ce­di­dos por la pa­li­dez de su ins­tan­te. ¿Cómo no en­ten­der la ci­cló­ni­ca dis­po­si­ción por el ma­ña­na? Es 14 de Abril y to­dos bai­la­mos en la bor­da; can­ta­mos y gri­ta­mos, nos mo­ve­mos es­tá­ti­cos en nues­tros co­ra­zo­nes, aga­rra­re­mos con fuer­za los ca­bos que nos atan a los otros: co­mo si hu­bie­ra aun al­go que en­ten­der, co­mo si hu­bie­ra aun al­go que aprehen­der, co­mo si hu­bie­ra aun al­go que retener.

Los ra­yos de sol rom­pen la nie­bla de la ma­ña­na del Kali Yuga. La noc­tur­na épo­ca de la vio­len­cia, cuan­do ma­ta­mos va­cas por­que des­cu­bri­mos que los dia­man­tes lus­tra­ban pe­ro no se po­dían co­mer, dio pa­so a la diur­na épo­ca de la pu­bli­ci­dad: los vi­bran­tes co­lo­res del plás­ti­co, el vi­drio, el cinc: las sá­ba­nas de los ti­li­tan­tes sue­ños in­dus­tria­les he­chos por en­car­go. La fe­li­ci­dad del en­cuen­tro en­tre los des­te­llos, las lu­ces, los pia­nos: es 14 de Abril y to­dos bai­la­mos en la borda.

Como un ice­berg, el mun­do siem­pre se nos mues­tra co­mo el pá­li­do ca­pri­cho ocul­to ba­jo las pro­ce­lo­sas aguas de aque­llo que só­lo pue­de in­tuír­se des­de la su­per­fi­cie. Enrocados en nues­tras po­si­cio­nes, dis­fru­tan­do del ase­ro­so dis­cu­rrir del tiem­po so­bre la car­ne, nos des­cu­bri­mos na­dan­do en di­rec­ción ha­cia el in­ten­so azul que lo cu­bre to­do; ¿có­mo no en­ten­der aho­ra el tiem­po? Es 14 de Abril y to­dos bai­lá­ba­mos en la bor­da; can­tá­ba­mos y gri­tá­ba­mos, nos mo­vía­mos es­tá­ti­cos en nues­tros co­ra­zo­nes, aga­rra­mos con fuer­za los ca­bos que nos atan a los otros: el ase­ro­so dis­cu­rrir del tiem­po so­bre la car­ne ha lle­ga­do, en un mo­vi­mien­to, el abrir des­car­na­do, de un fluír que creía­mos no se de­rra­ma­ría de nues­tro interior.

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