la biebexplotation; guerra en la generación youtube

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1.

La de­mo­cra­ti­za­ción de cual­quier fa­ce­ta de la reali­dad hu­ma­na, aten­dien­do a Spinoza cuan­do afir­ma­ba que con per­so­nas con­du­ci­das por las ba­jas pa­sio­nes y no la ra­zón no se pue­de pen­sar en uto­pías, es un po­ten­cial de­sas­tre de pro­por­cio­nes épi­cas. Y es que di­ri­gir su­til­men­te la mi­ra­da de los ig­no­ran­tes, cuan­do se tie­nen los me­dios ade­cua­dos, es al­go tan sen­ci­llo que aca­ba por tor­nar­se trá­gi­co. Por ello, to­do lo que tie­ne Internet de re­vo­lu­cio­na­rio y má­gi­co lo tie­ne, po­ten­cial­men­te, de de­sas­tro­so. Los ejem­plos más trans­pa­ren­tes siem­pre se dan en el pop a tra­vés del hype.

2.

Justin Bieber es un jo­ven ca­na­dien­se de ma­dre ca­tó­li­ca con una gran pa­sión por el can­to, tan­to co­mo pa­ra que su ma­dre aca­ba­ra por su­bir vi­des su­yos can­tan­do can­cio­nes fa­mo­sas a la siem­pre in­fi­ni­ta­men­te po­pu­lar you­tu­be, dan­do la ca­sua­li­dad que aca­ba­rían en el or­de­na­dor de Scooter Braun, un eje­cu­ti­vo de mar­ke­ting de una dis­co­grá­fi­ca. La pía ma­dre de Bieber afir­ma­ría que es sin du­da una obra de Dios al cual re­zó in­can­sa­ble­men­te pa­ra que una bue­na dis­co­grá­fi­ca de va­lo­res cris­tia­nos se fi­ja­ran en su cán­di­do pri­mo­gé­ni­to. Y Dios, en for­ma de eje­cu­ti­vo, es­cu­chó sus ora­cio­nes, en for­ma de in­sis­ten­tes emails y lla­ma­das de te­lé­fono. Aquí co­mo co­mien­za la Biebexplotation.

3.

Aquel ni­ño Dios
co­mo Cobain di­jo ser,
mar­ke­ting atroz.

4.

Una jo­ven que se ha­ce lla­mar 4jonatica sube un ví­deo a you­tu­be de­fen­dien­do al ni­ño Dios con la in­ten­ción de sal­va­guar­dar su in­te­gri­dad y fra­ca­sa. Su ma­yor de­fen­sa es ne­gar la ho­mo­se­xua­li­dad del ni­ño Dios, co­mo si fue­ra al­go im­pío y ho­rri­ble. La de­fi­ni­ción de Bieber co­mo un se­men­tal, un au­tén­ti­co hom­bre, un ma­cho al­fa ca­paz de do­mi­nar a to­da hem­bra que se le acer­que es el cen­tro del dis­cur­so. Las con­ti­nuas des­ca­li­fi­ca­cio­nes a cual­quie­ra que ha­ble del ni­ño Dios ha­cien­do re­fe­ren­cia a la se­xua­li­dad aje­na y de­cla­rán­do­los en­vi­dio­sos es cla­ri­fi­ca­dor. Por un la­do, só­lo se ad­mi­te una nor­ma­li­dad ab­so­lu­ta y ta­jan­te, al­guien no pue­de ser fa­mo­so y po­pu­lar sino es blan­co, ca­tó­li­co, he­te­ro­se­xual y de un gé­ne­ro de­fi­ni­do de un mo­do es­tric­to. Por el otro el hy­pe pro­du­ce un ejer­ci­to de fa­ná­ti­cos in­ca­pa­ces de re­co­no­cer al­go que no sea el frá­gil si­mu­la­cro exis­ten­cial en los que les han su­mer­gi­do pa­ra con­du­cir sus va­cías pa­sio­nes. El re­sul­ta­do es una po­ten­cial Mark Chapman que mas­ca chi­cle con la mis­ma chu­le­ría que mi­ra con ojos de psi­có­pa­ta a cá­ma­ra y cree que el co­no­cer a al­guien pa­sa por leer to­das sus en­tre­vis­tas. He aquí la ge­ne­ra­ción de la ima­gen, la ge­ne­ra­ción youtube.

5.

Una flor no es una flor, ¿y aca­so im­por­ta si lo es?

6.

Las con­tes­ta­cio­nes no tar­da­ron de­ma­sia­do en lle­gar en for­ma de res­pues­tas a tra­vés del mis­mo you­tu­be. Jóvenes heavys ofen­di­dos le re­cri­mi­nan que si no co­no­ce el heavy me­tal y no pue­de de­cla­rar­lo co­mo una mú­si­ca ho­rri­ble por­que su ama­do ni­ño Dios lo crea así. Todos de­fien­den la opi­nión co­mo el ban­de­ra, el to­do va­le. Escudándose en el pa­ra­pe­to del «es que yo creo que…» se de­di­can a lan­zar­se pu­ña­les en­ve­ne­na­dos inefec­ti­vos los unos a los otros con lo cual só­lo con­si­guen, esen­cial­men­te, dos co­sas de nue­vo. La pri­me­ra de ellas es crear un hy­pe aun ma­yor ha­cia Bieber, con­se­guir que más gen­te lo es­cu­che y se si­túe en es­te cí­cli­co vai­vén de fa­na­tis­mos cie­gos. La se­gun­da, y qui­zás más in­tere­san­te, es co­mo au­tén­ti­cas ma­sas de gen­te de­fien­den un pro­duc­to ma­nu­fac­tu­ra­do a su me­di­da con la in­ten­ción de sal­var su có­mo­da reali­dad pa­sio­nal. En vez de sen­tir­se par­te de un to­do ma­yor en for­ma de la so­cie­dad, reali­dad ideal pa­ra Spinoza, se si­túan co­mo un co­na­tus ma­yor a tra­vés de un pro­duc­to ma­nu­fac­tu­ra­do; son en­tes fa­ná­ti­cos que cons­ti­tu­yen una reali­dad con­tro­la­da. Si des­apa­re­cie­ran sus adep­tos y sus enemi­gos de­ja­ran de ha­blar de él, Bieber se­ría obli­te­ra­do de la ma­ris­ma de los tiempos.

7.

Los heavys tie­nen web­cams cu­tres, las adep­tas del ni­ño Dios web­cams que dan una bue­na de­fi­ni­ción. La prio­ri­za­ción del ca­pi­tal es una mues­tra de los in­tere­ses pri­ma­rios de ca­da bando.

8.

Al fi­nal, en­tre las rui­nas de una gue­rra de re­li­gión, de hy­pe, ex­tra­po­la­do al ám­bi­to mu­si­cal el úni­co que ga­na es el ni­ño Dios que se ali­men­ta del co­na­tus, de la in­te­gri­dad per­so­nal en for­ma de ca­pi­tal si lo pre­fie­ren, de sus in­sus­tan­cia­les adep­tos. Sus enemi­gos, en cual­quier ca­so, han per­di­do un va­lio­so tiem­po en com­ba­tir un mons­truo que ja­más es­tu­vo ni si­quie­ra cer­ca de po­der ha­cer­les un da­ño tan­gi­ble en vez de en se­guir crean­do su pro­pio co­na­tus. Al fi­nal, la de­mo­cra­cia, llo­ra en un rin­cón del pi­so pre­gun­tán­do­se que ha he­cho pa­ra me­re­cer esto.

5 thoughts on “la biebexplotation; guerra en la generación youtube”

  1. Bah, es­to siem­pre ha pa­sa­do, lo úni­co que cam­bian son los medios.

    La si­guien­te ge­ne­ra­ción ten­drá su pro­pio Justin Bieber, y se­rá más di­ver­ti­do, por­que los me­dios se­rán más entretenidos.

    Interesante en to­do ca­so, Mr Mortem.

  2. Algo que me lla­ma mu­cho la aten­ción es to­do el ro­llo se­xual del tema.

    Gran par­te del dis­cur­so de la jail­bait es­ta se ar­ti­cu­la en torno a la vi­ri­li­dad de si ído­lo, que se ha en­ro­lla­do con un mon­tón de tías, y quie­nes lo cri­ti­can, que son vír­ge­nes y pa­ji­lle­ros. Por no ha­blar de to­das las pa­la­bro­tas que usa: a to­mar por cu­lo, que os fo­llen, co­ño, jo­der… Y lue­go es­tán los co­men­ta­ris­tas del vi­deo, que com­pi­ten por po­ner la gua­rra­da más gor­da o la in­vi­tan a ir­se a fregar. 

    Pero no es pa­ra tan­to, ya sa­be­mos que la fi­na­li­dad nú­me­ro 1 de in­ter­net es el se­xo, en to­das sus variantes.

  3. Obviamente siem­pre ha pa­sa­do des­de el mis­mo mo­men­to que el hy­pe no es al­go nue­vo, es exac­ta­men­te lo mis­mo que ya hi­zo en su día to­da religión. 

    Y gra­cias por el cumplido.

  4. La ju­ven­tud es­tá hi­per­se­xua­li­za­da, Francis, se tien­de a ver to­do des­de una pers­pec­ti­va de sexualidad/género co­mo una for­ma de de­fi­nir quie­nes so­mos no­so­tros pe­ro tam­bién, cui­da­do, quien es El Otro. Y he ahí lo pro­ble­má­ti­co, co­mo mo­do de crear una cier­ta je­rar­qui­za­ción se de­fi­ne lo que es bueno y lo que es ma­lo a tra­vés de una cues­tión de gé­ne­ro. Patético, en su­ma, tan­to los ví­deos co­mo sus comentarios.

    Y oja­la la fi­na­li­dad nu­me­ro 1 de Internet fue­ra lo se­xual, que no el se­xo, y no fue­ra la fi­na­li­dad nu­me­ro 1 de prác­ti­ca­men­te to­do cuan­to ocu­rre en la sociedad.

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