La vida es un eterno devenir hacia nuevos estados del ser que, hasta el momento, nos habían sido desconocidos. Esto, la eterna evolución de las cosas, parece que tiene su propio toque de queda pues, en cuanto entidades finitas, llegará un momento en el que no estemos como tal en el mundo. Sin embargo nuestro devenir como entidades es tan potente que es capaz de dilucidar su presencia más allá del espacio y el tiempo por lo cual el final de las cosas tal y como son no es nunca un Final, sino un cambio de paradigma. Al principio del último episodio de la sexta temporada de Futurama, Reincarnation, nos proponen que nada muere sino que deviene en una nueva conformación física, y es eso exactamente de lo que trata el episodio: de como toda entidad en el mundo jamás desaparece, sino que evoluciona en nuevas conformaciones de sí. Y lo hace en tres actos a través del uso de tres técnicas de animación aparentemente excluyentes entre sí.
En el primer fragmento, Colorama, cuando el Professor Farnsworth descubra un cometa de diamondium, el material sólido más fuerte y brillante del universo, verá la oportunidad de poder darle un brillo especial a su dispositivo del día final, pero Fry tendrá otros planes. Usando el dispositivo destruirá el diamante para así conseguir una piedra que sea la medida exacta del amor que siente por Leela, cosa que no conseguirá pero, a cambio, sí obtendrá un nuevo color de cuya existencia antes no había noticia ‑que, en tanto es en blanco y negro, nosotros no podemos ver- y conseguir cristalizar el momento para la eternidad, literalmente. En el segundo episodio, Future Challenge 3000, el Professor Farnsworth consigue una lente de aumento de diamondium lo que le permite realizar la unificación de las teorías científicas lo cual, ante la imposibilidad de la necesidad de responder más preguntas, queda huérfano intelectualmente. Finalmente emprenderá una investigación suicida que dará sentido a su vida: ¿por qué las leyes del universo son las que son? En el tercer y último fragmento, Action Delivery Force, la Tierra será invadida por unos alienigenas adoradores del meteorito destruido por Fry los cuales sólo podrán enviar de vuelta a su planeta a través del lenguaje corporal, el único idioma que son capaces de comprender. Lo interesante de todo esto es como al final todo acaba siempre en el mismo punto: la imposibilidad de llegar al punto final de lo cognoscible; de la trascendencia.
Cuando algo deviene en otra cosa no hay una finalización de nada sino que se está originando una nueva realidad presente de esa cosa. Cuando el amor de Fry y Leela se cristalizan en esa tormenta de polvo de diamante, se sintetiza un momentum único, el instante y lugar exacto donde el amor les alcanzó, creando una realidad inmanente eterna que no es ni principio ni final, sino un instante del universo; esto es el comienzo pero no principio de algo, sino que es una síntesis eterna informacional que está ahí de forma inmanente al mundo. Esto se ve más claro cuando pensamos en el auténtico descubrimiento del Professor Farnsworth: no hay una última respuesta sobre la Realidad del Universo ‑única Realidad posible, ya que es la única constatable- ya que siempre habrá una pregunta más. Toda realidad, sea una Realidad física objetiva o una realidad informacional subjetiva, es sólo un pedazo de información, una de las respuestas, de un puzzle que jamás se podrá resolver. ¿Entonces para que vale hacerse preguntas si jamás podremos responderlas? Para vivir con nosotros mismos, como el Professor Farnsworth, o para vivir con los demás, como es el caso de los alien gelatinosos. Porque quizás jamás podamos saber todas las respuestas, pero sí podremos ir aprendiendo las adecuadas para conseguir lo que necesitamos y para vivir con los otros.
Pero Futurama nunca ha jugado sólo en una banda, menos aun en éste capítulo. Por ello en el primero de los segmentos nos encontramos un diseño inspirado en el de Fleischer y Walter Lantz con una gran cantidad de movimiento estático. El movimiento incesante de los personajes, repetitivo ad nauseam, oculta una de las primeras peculiaridades de esta clase de animación: el escaso movimiento real de los mismos. Aunque no paran de balancear sus cuerpos o parte de su anatomía se disparen incontroladamente siempre están, esencialmente, en reposo. En el segundo, al estilo 8‑Bits, el movimiento alcanza una forma de arte al acudir a un inmovilismo total: toda acción es representada a través de saltos de percepción sin pasos medios en las acciones. Por su parte el último segmento, inspirado en el anime de los 70’s-80’s, es justamente la antítesis del primero: se encuentran esencialmente estáticos en reposo pero tienen una gran cantidad de movimientos en detalle en acción. ¿Por qué es importante esto? Porque en todos los casos se acaba en una inacción mimética una de otros.
Cuando Fleischer y Walter Lantz vieron que podían re-aprovechar dibujos para dinamizar la animación sin necesidad de dibujar nuevos dibujos, hasta el punto de poder llegar hasta tirar de archivo para realizar nuevos fragmentos en serie sin esfuerzo, se lanzaron a ello. Y hasta los 70’s, apróximadamente, el anime era la antítesis de esto: movimientos fluidos, sin ninguna clase de repetición y todo material original, pero la llegada de Disney a Japón cambiaría todo; con el caso paradigmático de Gundam el re-aprovechamiento de dibujos se convertiría en la base misma del dibujo. En el caso de los 8‑bits, por la dificultad de su movimiento por limitaciones técnicas del mismo, se adquirió ese inmovilismo como mímesis forzada pero presente. Por eso la elección de los diferentes estilos en el capítulo no son casuales: en todos los casos se aprovecha una limitación connatural donde tienen que aprovecharse los recursos anteriores y, a su vez, los tres estilos de animación se basan en el re-aprovechamiento que el anterior había presentado. Porque quizás jamás tengamos todas las respuestas necesarias para hacer la mejor animación posible, pero siempre podemos reciclar aquellas propuestas que nos resulten más provechosas para responder preguntas actualmente difícilmente contestables.
Reincarnation de Futurama no habla tanto de la reencarnación como de la consciencia del que se sabe devenir; de aquel que se sabe ni principio ni final, sino un tránsito de paso en el tiempo. Por eso la elección de animación no podía ser otra, ni las historias podían no estar inconexas pero, a su vez, relacionadas con un cierto débil nexo argumental pues tenía que ser así con necesidad; porque así es el mundo. Aunque pudiéramos constatar todas las causas para todos los efectos a través de una sistematización de todo cuanto ocurre en el cosmos, el universo, y el microcosmos, el individuo, siempre cabrá preguntarse “¿por qué es así y no de otra manera?”; porque es el mundo quien nos habita a nosotros en la misma medida que nosotros lo habitamos a él. Porque el mundo, como la vida, es una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma.