III, de Crystal Castles
Una de las problemáticas principales durante toda la historia de la humanidad ha sido la descorporalización del hombre en favor de su interpretación puramente maquínica; desde las ideas dualistas del espíritu hasta las convenciones cientificistas que pretenden que no somos más que máquinas, se ha privilegiado durante toda la historia del pensamiento hasta el presente lo orgánico sobre lo corporal; para el pensamiento normativo no somos más que órganos con cuerpo, una acumulación de procesos auto-replicantes sin posibilidad de evolución. Uno de los grandes méritos de la filosofía del siglo XX sería, precisamente, el mismo que ahora aplican Crystal Castles en todo ámbito de su existencia: una desterritorialización del pensamiento que nos permita pensar el cuerpo no como un pedazo de materia que sostiene una red orgánica, sino como un cuerpo sin órganos.
Esto puede parecer particularmente paradójico, sino es que directamente contradictorio, con la evidencia empírica que se sostiene a través de la nomenclatura sostenida a lo largo del disco. Pale Flesh o Sad Eyes evocan de forma directa y sin concesiones hacia dos órganos específicos pero, y he ahí el interés radical en ello, lo hacen siempre aludiendo una adjetivación negativa: es carne pálida, de aspecto mortecino, igual que son tristes los ojos; las canciones que aluden a lo orgánico, a lo netamente establecido, siempre nos encamina hacia una terribilitas de lo acabado: no hay sitio para lo orgánico, pues siempre que aparece lo hace en su propia desaparición. Más interesantes son las consideraciones puramente corporales —entendiendo por corporales no específicamente lo que acontece como materia física, sino como aquello que se pueda rastrear como parte de un mapa configurativo de aquello que somos: los afectos, el género, el sexo, la subjetividad; todo aquello que puede devenir en otra cosa, en otro estado, en otra forma de ser— a través de las cuales se pueden entender las propuestas abiertas del grupo: Transgender, devenir género; Plague, devenir grupo; Affection, devenir sentimiento. Al cerrar la puerta a lo orgánico, a lo que constituye y solidifica formas específicas a través de las cuales existir, se abre la puerta al polimorfismo por el cual entender en un sentido abierto nuestra propia identidad. Ya no somos los órganos que nos constituyen, ni los literales (la piel, los ojos, el corazón), ni los metafóricos (las categorías políticas, sexuales, ideológicas), sino el devenir constante de nuestra propia afección corporal: la subjetividad varía según el devenir hacia mi ser-como-presente.
Si la identidad es capaz de devenir más allá de los elementos que la configuran siendo aun una identidad definida en sí misma, pues yo sigo siendo yo aun cuando cambien mis condiciones corporales, entonces III no es sólo un disco de Crystal Castles, sino el paradigma último del grupo de Alice Glass como cuerpo sin órganos a través del cual fluyen infinitas formas del deseo. La descarada escalada a graves de los samplers, la cual favorece a su vez una radical reducción de las distorsiones, aunada con ciertas influencias del estilo Detroit en los bajos y una fuerte influencia vía Autreche/Boards of Canada del acid techno, seguramente bebiendo de la rica fuente de Mike & Rich, produce un disco de marcado acento 90’s. Esto producirá la personalidad del grupo se refuerce en el proceso, precisamente, al hacer de la marca Crystal Castles algo más rico y profundo de lo que antes ya era —o, lo que es lo mismo, la intermediación de flujos divergentes que definen nuevas formas corporales (otros estilos, nuevas influencias, diferentes modos de interactuar con la composición musical) no sólo no producen que sea un cuerpo distinto, sino que en el proceso purifican de órganos (la convención Crystal Castles debe sonar de x modo) su corporalidad para acabar aconteciendo como una identidad más pura.
El cuerpo siempre está ahí y, aunque varíe, siempre es un cuerpo único; yo soy yo porque no hay nadie más como yo, que cambie como yo, en el orden que yo y en las direcciones que yo: yo soy los cambios en mi cuerpo. En el caso de Crystal Castles esto resulta de una obviedad que casi resulta pesado remarcar, pues éstos siempre son ellos a pesar de que decidan cambiar radicalmente porque de hecho su identidad permanece aquí inalterada: su trayectoria, lo que deciden hacer y como, nunca se aleja de aquello que es lógico que acaben siendo a partir de los caminos que han decidido ir asumiendo en cada ocasión; aun cuando carecen de órganos, de convenciones a seguir, su cuerpo se va modelando por una hoja de ruta que se dibuja en su propia cuerpo. He ahí el sentido de III no sólo como un buen disco, sino como el mejor de los discos posibles actualmente para Crystal Castles. Las influencias, el modo de integrarlas y su coherencia con su discurso tanto presente como pasado son sólo uno, pues su devenir es lógico cuando podemos triangular su posición en ese mapa que es la evolución de su cuerpo, ese mapa que es el progreso rastreable tanto en su discografía como en el devenir sostenido a partir de sus influencias cambiantes.
¿Qué significa esto? Que Crystal Castles lo serán siempre y cuando se muestren coherentes con respecto tanto de su propia evolución como de aquello que toman de otros, mantendrán su personalidad sólo en tanto aquello que se define en su cuerpo, en su mapa existencial, es coherente con lo que se traza en él. En tanto es posible encontrar los puntos comunes obvios tanto en la teoría como en la práctica del disco pero, también, es posible encontrarlo como una progresión de sus anteriores trabajos y de otras influencias que transitan a través de ese mapa particular, podemos afirmar que III es una extensión de su propio cuerpo, de su propio corpus estético. Crystal Castles no lo son porque suenen como deberían sonar, sino porque exploran los límites de como pueden sonar sin dejar de serlo.