Es tradición en esta santa casa que en toda celebración de Halloween se inviten a los amigos para que escriban sobre los márgenes del terror que a un servidor se le hayan escapado o, como en este caso, que no los haya tratado desde todas las perspectivas posibles. Para abrir fuego tenemos a uno de los colaboradores más constantes de éste blog, Henrique Lage, hablándonos de The Cabin in the Woods
The Cabin in the Woods, de Drew Goddard
Hace tiempo me aficioné hasta la obsesión con lo que considero una de las mejores plataformas web para los amantes de la ficción: TVtropes.org. Se trata de una wiki editable donde se agrupan, por chistosos nombres, todos los tópicos comunes en la ficción, y con ello, todas las herramientas y recursos que los autores reciclan o burlan en sus historias. Lo interesante es que cada objeto cultural que tiene una ficha en esta wiki sufre un análisis quirúrgico que no sólo pone al desnudo todo lo que lo compone, sino que le pone en relación a otros, ya que a su vez, cada tópico descrito en la ficha tiene su propia ficha, lo que extiende una larga lista de ficciones que comparten el mismo recurso.
TVtropes me parece una página de referencia e imprescindible a la hora de tratar desentrañar constantes genéricas o de encontrar desglosada una obra. El nivel metareferencial es tal que algunas de las fichas son, a su vez, un tópico de otro tipo de fichas. En este absoluto caos, lo importante es la mano que está detrás, que organiza y clasifica a la perfección el cúmulo de referencias, enumeradas hasta atomizar cada obra de ficción.
Tras muchos retrasos, Cabin in the woods, el projecto de Joss Whedon y Drew Goddard, ha salido por fin a la luz este año. No hace falta explicar como Whedon arrastra consigo una fama que ha sido capaz de crear tanto un estilo como un lenguaje propio, pero sobre todo una marca, un standard, que le ha valido también este año el reconocimiento popular con Los Vengadores. Cabin in the woods podría haberse quedado en la parodia, podría haberse quedado en el guiño o el comentario jocoso y nadie le habría reprochado nada a Whedon, pero en cambio se despliega con un carácter enciclopédico, un desglose sobre estereotipos y reiteraciones del terror adolescente que ni siquiera se contempla a sí misma como algo completo, sino que proyecta en su metraje caminos insospechados, puertas abiertas no de cara a continuar franquicia —su conclusión no puede ser menos ambigua al respecto— sino a que esta sea completada de memoria por el espectador, que reconoce los límites del proyecto pero sabe que puede expandirlos con los conocimientos adquiridos a base de memoria cinéfila.
En otras palabras, Cabin in the woods es una derivación de TVtropes. Lejos del comentario sarcástico y postmoderno a lo Kevin Williamson, lo que se nos presenta es la capacidad no sólo de contemplar un discurso propio en la película que ejerce de interesante ensayo —la relación entre el cine de terror adolescente y los miedos atávicos a entes superiores, los modelos de clasificación que forzamos en nuestra propia especie como algo tan arraigado que pasamos por alto— que merecía un comentario aparte, lo que realmente importa de Cabin in the woods es que funciona como una plantilla en el que reflejar todos sus modelos pasados y futuros —Sam Raimi y Diablo Cody tendrán en el remake de Evil Dead una prueba de fuego de la era post-CITW— y lo más destacado es que está en nuestra mano completar ese mapa.
Cojamos las secuencias de oficina de Cabin in the Woods y traslademoslas, con un poco de habil edición, a cualquier película similar. Cortemos esas secuencias e introduzcámoslas como insertos en Cube (Vincenzo Natali, 1997), El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), Cabin Fever (Eli Roth, 2002), Km. 666 (Rob Schmidt, 2003), El cobertizo (Ti West, 2005) o incluso en sus hermanas más resabidas, como La casa de los mil cadáveres (Rob Zombie, 2003), Detrás de la máscara: el encumbramiento de Leslie Vernon (Scott Glosserman, 2006) o Tucker y Dale contra el mal (Eli Craig, 2010). Por supuesto, también funcionan en los clásicos, desde La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) o Campamento sangriento (Robert Hiltzik, 1983). No queda tampoco descartado el horror asiático, tanto desde los hermanos Pang a Hideo Nakata, Takashi Shimizu o el más respetado Kiyoshi Kurasawa. Incluso aunque la película apunta al cine español con una referencia un tanto confusa —¿Paul Naschy, tal vez?— este no queda exento a través de películas recientes como Tuno negro (Pedro L. Barbero y Vicente J. Martín, 2000), El arte de morir (Álvaro Fernández Armero, 2000), School Killer (Carlos Gil, 2001), La monja (Luis de Madrid, 2005), La central (Francisc Giró, 2006), [•REC]¹ (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) o XP3D (Sergi Vizcaíno, 2011).
Desde aquí, se regala esa idea, se propone como ejercicio para el lector: coja una película nombrada en el párrafo anterior y salpique su metraje con las secuencias de la organización de la película de Drew Goddard. Y no olvide compartirla en internet y notificarnos.
Nada escapa al modelo planteado por Cabin in the Woods porque es un modelo que hunde sus raíces en los orígenes antropológicos del terror, pero también en el mundo paranoico moderno. Es capaz de ser entendida desde la lectura literal hasta la metacinematográfica, y además expandirse a través de otras películas a las que su modelo se ajusta como un guante. Cabin in the Woods es una película que acaba poseyendo todo e imposibilitando que vuelvas a ver nada con la inocencia de antes, y eso es lo más aterrador de todo.