Ghost World, de Daniel Clowes
La vida en la era post-medias es como la existencia de un adolescente en el crepúsculo: un eterno volver a casa con la sensación del aburrimiento acechando detrás de cada casa resplandeciendo con el fantasmagórico pálido azul de las televisiones titilando ante plantas que en otro tiempo vágamente fueron humanos. Esa era, poco antes de nuestro tiempo, cuando Internet llevó el concepto de aburrimiento hasta unas cuotas completamente absurdas de hiperrealidad, se definía por una constante concatenación de rutinas diarias disimiles, paranoicas, basadas en la fascinación del pasado más inmediato-pero-no-demasiado y, especialmente, por la capacidad absoluta de abstracción para ver fascinante lo que nunca lo fue; en la era del aburrimiento, el tedio era el rey. ¿Cómo era la cultura entonces? Daniel Clowes, Kurt Cobain, y… supongo que sería muy radical afirmar que alguien recuerda a otro alguien cuya fama radicara en los 90’s y que no se pegara un tiro o se convirtiera en asquerosamente trendy, ¿verdad? Bienvenidos a Ghost World.
La novela gráfica tiene una capacidad que, aunque no sea precisamente virtuosa en la mayor parte de los contextos, aquí resulta una auténtica genialidad: es capaz de plasmar el spleen adolescente que inundó los 90’s, a la generación X. Ghost World, cuyo nombre surge de la canción homónima de Aimee Mann, es el proceso constante de tejer un páramo de aburrimiento, tedio, repetición, spleen, aburrimiento, coñazo, tedio, repetición, cansancio, tedio, aburrimiento, sopor, adocenamiento, cansancio, acabamiento, spleen, inapetencia, hartura, pesadez, cansancio, desgana, repetición, apatía, indiferencia y repetitivo aburrimiento que tenía la época que retrata. Como la canción cuyo nombre hereda, es el trémulo mínimo que mantiene una hipnosis catártica que nos sumerge en un sueño tan profundo, tan alucinado en su normalización, que siempre acaba surgiendo de detrás de todo cuanto ocurre una historia épica o una decepción absolutamente absurda; al no haber nada que vivir o ser vivido, sólo pueden conformarse sus protagonistas con amplificar su neurotismo, crear problemas donde no los hay para intentar domesticar un mundo que no se les muestra como un monstruo cruel y asolador, sino como un agujero negro del sopor insoportable de la levedad espacio-temporal del presente.
Enid Coleslaw, chica 1, ejemplo virtuoso de lo que querrían ser todas las modernas inadaptadas del siglo XXI. El aburrimiento encarnado en una jovencita que está en perpetuo cambio, siempre siendo motor inmovil del mundo, produciendo que ocurran constantemente eventos en un mundo desolado que es incapaz de comprender, aprehender o siquiera vislumbrar. Su vida gira entorno hacia el insulto, la palabrota, la palabra mal sonante, la crítica y el sarcasmo hiriente; es y no es el proceso de continuo, de construcción, de una realidad más divertida (por sórdida) que el absoluto delirius tremens estocástico que les ha tocado vivir en su existencia.
Rebecca Doppelmeyer, chica 2, ejemplo virtuoso de lo que en realidad son todas las modernas inadaptadas del siglo XXI. El tedio encuentra en ella una personificación tan perfecta como fascinante, siendo ella misma el proceso a través del cual el aburrimiento inunda cada linea del paisaje que en sí misma retrata. Todo le gusta, todo le pone, de todos querría tener hijos: el aburrimiento caústico del adorar todo indiscriminadamente en la (absolutamente vacía) ambición rubia. Aferrada al pasado, porque no encuentra sentido al presente e ignora completamente sus deseos para el futuro, se torna como acompañante inefable de su amiga por pura conveniencia de caracteres, por su incapacidad para ir nunca más allá de sí misma, que por auténtica pasión o amistad real. Es una comparsa necesaria, el acicate que sitúa un punto de anclaje a la realidad entre el caos constante de La Nada.
Muchos secundarios inanes, la mayoría capullos sin cerebro o encantadores jóvenes, o no tanto, que intentan sobrevivir en un mundo en el que no mimetizarse con el tedio supone ser motivo de chanza de un genio maligno ‑por aburrido, no por malévolo- llamado Enid. Todo son travesuras, intentos de aclimatar al caos un perfecto orden completamente irreal, completamente aburrido; ¿acaso es deseable un tiempo en el que no ocurre radicalmente nada? Todo es repetición sin diferencia, diferencia con repetición constante futura, momentos aislados de un mundo aislado del tiempo que parece medirse en la recursividad de su propia imposibilidad de salir de sí mismo, como un hombre intentando escapar constantemente de su propia sombra. El proceso que sufren los personajes ‑hacer una broma, hacer críticas, cabrearse=aburrirse- es siempre la inducción adecuada para que todo siga siempre igual, pues aunque sus esfuerzos son continuos y loables para intentar destruir su propio destino, uno decidido de antemano como el tedio en su forma más pura, están encerradas en su mismidad. El mundo es aburrido; es el mundo-aburrido.
Tiene un nombre, que es un adjetivo: kafkiano. En la adolescencia, representado por Enid y Rebecca, se está en un agujero de grandes pasiones desaforadas que destruyen cualquier noción de lógica y racionalidad, prostituyendo las decisiones en favor de las absurdas pasiones incontrolables del mundo. Ante el choque de la realidad, comprobar que en realidad es todo puro tedio, se sufre el desencantamiento en el cual todo se vive en un replay constante en el cual siempre se está perdido en el aburrimiento: no es que el mundo sea aburrido, es que nuestras expectativas con respecto de él están mal calibradas. Es por ello que si pretendemos que todo en la vida sea catarsis, como si para que se diera la catarsis no hubiéramos de vivir fuera de ella antes, acabaremos encerrados en un proceso perpetuo (de aburrimiento) en el cual no sabemos de que se nos acusa pero que, necesariamente, acaba en nuestra ejecución al amanecer. Aceptar este principio básico, que el mundo es la ida y vuelta del aburrimiento a la catarsis, de la catarsis al aburrimiento, es la única manera de salir de ese proceso sarcástico de la necesidad de las grandes pasiones ‑tan grandes, que son falsas- de la adolescencia. Para vivir el mundo hay que aceptar que sólo se puede estar en el justo medio pivotando entre sus dos extremos.
Me ha encantado la crítica. Y el último párrafo. De nuevo felicidades 🙂
Muchas gracias Clau, significa mucho para mi que te guste la entrada.