la novela gráfica como paradigma de las confesiones literarias

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Una cons­tan­te muy co­mún en la ac­tua­li­dad en el có­mic ‑no­ve­la grá­fi­ca, me co­rre­gi­rán algunos- es el aban­dono del pi­ja­mis­mo su­per­he­rói­co en bús­que­da de his­to­rias más ma­du­ras, que no ne­ce­sa­ria­men­te pro­fun­das o adul­tas, lo cual desem­bo­ca en un sub­gé­ne­ro que pa­re­ce que ha co­pa­do las for­mas de la no­ve­la grá­fi­ca: la auto-biografía. Aunque, pa­ra ha­cer jus­ti­cia a la ver­dad, la ma­yo­ría se es­ca­pan de la auto-biografía pa­ra caer en otro sub­gé­ne­ro li­te­ra­rio con mu­cha me­jor aco­gi­da en­tre los fi­ló­so­fos que en­tre el co­mún de los mor­ta­les: el de las con­fe­sio­nes; la ex­pli­ca­ción va­cía, ca­ren­te de jus­ti­fi­ca­ción, de los su­ce­sos que han ocu­rri­do en la vi­da del que es­cri­be. Sin pre­ten­sión al­gu­na de ex­pli­car­nos una vi­da de con­vi­ven­cia con­si­go mis­mo con áni­mo de la­mer­se las he­ri­das ni en­sal­zar­se, la tó­ni­ca co­mún de la auto-biografía, el au­tor me­dio de es­ta cla­se de his­to­rias bus­ca re­tra­tar sus fra­ca­sos y sus mi­se­rias, pe­ro tam­bién sus éxi­tos y vir­tu­des, en su más des­nu­da realidad.

En es­ta di­ná­mi­ca se cir­cuns­cri­be 103 Proteínas del ami­go e ilus­tra­dor del blog, Mikelodigas, a tra­vés del cual ex­plo­ra el pro­ble­ma más clá­si­co del ve­rano, el in­ten­tar per­der esos anti-estéticos ki­los de más que, quien más quien me­nos, to­dos arras­tra­mos tras no­so­tros. La die­ta y sus su­fri­mien­tos, la es­té­ti­ca ‑tan­to del có­mic co­mo de las personas- y por su­pues­to, las tri­bu­la­cio­nes del pro­pio Mikel con res­pec­to al sa­cri­fi­cio ali­men­ti­cio en pos del sue­ño ame­ri­cano de un cuer­po ideal, sin aban­do­nar ja­más su hu­mor des­ca­cha­rran­te, son las es­car­pa­das ci­mas que irá su­bien­do me­tó­di­ca­men­te a lo lar­go del tiem­po en és­te webcómic.

Las con­fe­sio­nes co­mo gé­ne­ro an­ti­quí­si­mo, de he­ren­cia cla­ra­men­te cris­tia­na, tie­nen un va­lor edi­fi­can­te del que ca­re­ce la auto-biografía ya que, a di­fe­ren­cia de es­ta, se pre­ten­de ser ejem­plo y guía ‑aun­que sea de lo que no se de­be hacer- a tra­vés del ejem­plo va­cío en su es­ta­do más pu­ro. He ahí que cris­ta­li­ce su va­lor en el có­mic, un me­dio de ori­gen hu­mo­rís­ti­co, y ten­ga tan buen tino en una idea co­mo és­te 103 Proteínas pues el va­lor co­mo re­pre­sen­ta­ción ‑edi­fi­can­te en tan­to es pro­yec­ta­do en el mundo- au­men­ta por el uso de un tono jo­co­so que ali­via la po­si­ble ten­sión dra­má­ti­ca de las pro­pias con­fe­sio­nes. La exa­ge­ra­ción, la hi­pér­bo­le, el ha­cer del no po­der po­ner­se una ca­mi­se­ta y un gri­to des­afor­tu­na­do una hos­tia dig­na del me­jor con­cep­to de slaps­tick es pre­ci­sa­men­te el cul­men úl­ti­mo del con­cep­to de con­fe­sión; don­de el au­tor con­si­gue lle­gar de for­ma in­cons­cien­te a no­so­tros a tra­vés del hu­mor. La con­fe­sión se cris­ta­li­za sin­ce­ra a tra­vés del hu­mor ingenuo. 

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