los superhéroes de la cotidianidad

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Los co­mics nos pre­sen­tan un ab­sur­do y po­co ló­gi­co mun­do don­de los su­per­hé­roes se es­ca­pan de to­das las le­yes que im­pe­ran en la reali­dad. Una vez más Mark Millar vie­ne a sa­car­nos de nues­tra a en­so­ña­ción y nos pre­sen­ta Kick-Ass, la his­to­ria de su­per­hé­roes reales.

Esta es la his­to­ria de Dave Lizewski, un jo­ven pán­fi­lo a los co­mics que ape­nas si sa­be na­die que exis­te afi­cio­na­do. Un día de­ci­de en­fun­dar­se en un tra­je de bu­zo y po­ner­se una mas­ca­ra pa­ra sa­lir a pa­tru­llar y ser un su­per­hé­roe, con el más que pre­vi­si­ble re­sul­ta­do de ser apa­li­za­do bru­tal­men­te y pos­te­rior­men­te atro­pe­lla­do. Claro que des­pués de me­ses de hos­pi­tal y reha­bi­li­ta­ción con­si­gue vol­ver a la ca­lle y sal­va a un hom­bre de una bru­tal pa­li­za por par­te de unos do­mi­ni­ca­nos. Alguien lo sube a you­tu­be y ya to­do es his­to­ria, el pri­mer su­per­hé­roe de la reali­dad ha na­ci­do, Kick-Ass ya es­ta aquí. Y es que con es­ta pre­mi­sa Mark Millar nos en­re­da en una his­to­ria per­fec­ta­men­te or­ques­ta­da de co­mo se­rían es­tos per­so­na­jes en la reali­dad, sin po­de­res y te­nien­do que vi­vir con res­pon­sa­bi­li­da­des reales.

Kick-Ass es un Spiderman de la reali­dad, que no uno rea­lis­ta, sin mor­de­du­ras de ara­ñas ni po­de­res de por me­dio so­lo es un per­de­dor que quie­re es­ca­par de su mo­nó­to­na y la­men­ta­ble vi­da. Así es­ta si­guien­do es­ta es­te­la de gen­te co­mún que se des­cu­bre ex­tra­or­di­na­ria que ya ori­gi­na­ría pre­ci­sa­men­te en Wanted so­lo que es­ta vez no se des­cu­bre con po­de­res más allá de la com­pren­sión hu­ma­na, su mo­do de es­ca­par es un ri­dícu­lo tra­je ajus­ta­do. Aquí no hay po­de­res e in­ven­tos mis­te­rio­sos, lo úni­co que en­con­tra­mos es gen­te co­mún lu­chan­do con­tra el cri­men pa­ra huir de la mo­no­to­nía de la exis­ten­cia. Solo la jo­ven y te­mi­ble Hit-Girl es al­go más que un ri­dícu­lo per­so­na­je con tra­je que ape­nas si sa­be co­mo gol­pear a al­guien, aun­que si­ga sien­do en esen­cia una ni­ña de 10 años ultra-violenta.

Una vez más nos en­con­tra­mos con la ob­se­sión por es­ca­par de una reali­dad abu­rri­da y alie­nan­te a tra­vés del hi­per­bó­li­co con­ver­tir­se en un he­roe, ya no le­yen­do co­mics, sino ba­rrien­do las ca­lles. Solo que es­ta vez, el des­cu­brir que uno es es­pe­cial no ha cam­bia­do na­da, so­lo el con que dis­po­si­ción se afron­ta el mun­do. Vivir la vi­da es más sen­ci­llo sa­bién­do­se se­cre­ta­men­te especial.

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