os ayudaré a ti y al pueblo

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Una pre­gun­ta que ha renacido

en to­do de­ba­te des­de ha­ce un tiem­po es, ¿qué pue­de ha­cer el hom­bre an­te la ad­ver­si­dad de la na­tu­ra­le­za? La res­pues­ta se­gu­ra­men­te sea na­da, sal­vo pre­pa­rar­se pa­ra ma­xi­mi­zar el va­lor po­si­ti­vo de sus ac­cio­nes. Luchar con­tra la na­tu­ra­le­za es una ba­ta­lla per­di­da de an­te­mano, ¿o qui­zás no? Para los per­so­na­jes de Las ca­jas de luz de Shane Jones nun­ca ca­bría re­ple­gar­se a los de­seos de lo que acontece.

Esta es la his­to­ria de un pe­que­ño pueblo

don­de Febrero, el es­pí­ri­tu del frío y la os­cu­ri­dad, ha ins­tau­ra­do su do­mi­nio du­ran­te más de no­ve­cien­tos días. En es­ta si­tua­ción don­de la luz se ha per­di­do y se ins­ti­tu­yó la prohi­bi­ción in­vio­la­ble de vo­lar la tris­te­za se vuel­ve in­fi­ni­ta. Un gru­po de fa­ná­ti­cos del vue­lo con­for­ma­ron un gru­po re­vo­lu­cio­na­rio, La Solución, pe­ro no co­no­ce­rían un au­tén­ti­co au­ge en su lu­cha con­tra Febrero has­ta la des­apa­ri­ción de la ni­ña Bianca. Entonces, con Thaddeus al fren­te, to­do el pue­blo lu­cha­rá con es­toi­cis­mo con­tra el ma­lé­vo­lo ca­rác­ter in­ver­nal del es­pí­ri­tu. Lo ha­rán a tra­vés de la flui­da pro­sa de su au­tor que ha­rá de ca­da uno de los ins­tan­tes un pre­cio­so me­mo­rán­dum so­bre la ne­ce­si­dad de la fan­ta­sía en el mun­do. Con un es­ti­lo dan­za­rín, ro­zan­do ‑o pe­ne­tran­do de for­ma vi­ru­len­ta incluso- en los ne­va­dos cam­pos de la pro­sa poé­ti­ca va hi­lan­do una his­to­ria frag­men­ta­da; he­cha en­tre ima­gi­na­ti­vos sal­tos de estilo.

La so­lu­ción
es­tá en nues­tras plumas,

Fe bre ro
cru el.

Lágrimas co­mo co­pos de nieve

po­dría ser la cons­tan­te que de­fi­nie­ra el li­bro. En la lu­cha con­tra la na­tu­ra­le­za el hom­bre in­ten­ta en­car­nar­se en una suer­te de lo otro de es­ta sin per­ca­tar­se de que no exis­te otre­dad al­gu­na an­te la na­tu­ra­le­za; es­ta lo es to­do. Así to­da ac­ción con­tra ella que se di­ri­ma des­de la opo­si­ción an­te es­ta y no des­de la acep­ta­ción de sus re­glas es, ne­ce­sa­ria­men­te, un ac­to abo­ca­do al fra­ca­so. No po­de­mos pre­ten­der ex­tin­guir el Sol cuan­do nos mo­les­te o in­ten­tar fin­gir el ve­rano cuan­do nos ata­quen las he­la­das; la na­tu­ra­le­za va más allá de la ne­ce­si­dad del hom­bre. En úl­ti­mo tér­mino po­dría­mos de­cir que la na­tu­ra­le­za es to­do aque­llo que te­me el hom­bre, el es­ta­do que és­te in­ten­ta evi­tar siem­pre. Ante es­ta te­si­tu­ra, co­mo di­ría la lis­ta de Febrero, qui­zás una de las po­si­bles cu­ras de Febrero sea con­ver­tir el mie­do en ne­ce­si­dad; ha­cer del te­rror al es­ta­do de na­tu­ra­le­za la ne­ce­si­dad de ser en ella.

Lista de las ca­jas de luz

1. El amor in­de­le­ble en­tre dos personas.
2. La ne­ce­si­dad pe­ren­to­ria de una vi­da mejor.
3. Llevar más­ca­ras de pá­ja­ros pa­ra de­sear vo­lar co­mo ellos.
4. Ser con­for­me estar.
5. Nunca olvidar.
6. Cuidar del jar­dín interior.
7. Aceptar nues­tra con­di­ción de ser co­mo hu­ma­nos en la ayu­da de la naturaleza.

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