por un puñado de yenes

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En una re­la­ción es vi­tal pa­ra su buen fun­cio­na­mien­to la con­fian­za en el otro, ya que cuan­do se ca­re­ce de ella las co­sas tien­den a tor­cer­se. Esto es igual pa­ra la siem­pre di­fi­cil re­la­ción músico-oyente y es al­go que pa­re­ce que Doping Panda ha olvidado.

En su sin­gle, beat ad­dic­tion, nos re­ga­lan un avan­ce de su dis­co Decadence que nos ha­ce es­pe­rar la vuel­ta a los me­jo­res tiem­pos del gru­po. Una can­ción con va­rias ca­pas de per­cu­sio­nes, una gui­ta­rra afi­la­da con una bue­na dis­tor­sión y un ba­jo que acom­pa­ña en una in­tere­san­te his­te­ria en cla­ve jun­gle. La vuel­ta a so­ni­dos más ca­ri­be­ños su­ma­da al abra­zo ha­cia el uso de unas fla­gran­tes y ex­ce­si­vas per­cu­sio­nes les acer­ca a una suer­te de D&B en cla­ve in­die, hi­per­bo­li­za­do y lle­va­do al ex­tre­mo de la den­si­dad. Así con­for­man una pie­za abi­ga­rra­da, den­sa, don­de tras ca­da ca­pa se es­con­den otras dos de pu­ro tri­ba­lis­mo elec­tró­ni­co. Cumplen con es­to los sue­ños hú­me­dos de los fans más acé­rri­mos con una can­ción que con­si­gue dar lo me­jor del gru­po. El pro­ble­ma es cuan­do es­cu­cha­mos beat ad­dic­tion ya en el disco. 

El dis­co en sí re­sul­ta ex­tra­ña­men­te cal­ma­do, muy pop y po­co ins­pi­ra­do, una co­sa in­sul­sa que no se ajus­ta de­ma­sia­do a lo que uno es­pe­ra en un dis­co de Doping Panda. Cuando lle­ga­mos a beat ad­dic­tion es­pe­ra­mos que le­van­te el vue­lo en su par­te fi­nal y, en­ton­ces, to­do se va a la mier­da. Se han per­di­do al­gu­nas per­cu­sio­nes, otras han cam­bia­do has­ta ser una es­pe­cie de break­beat mal he­cho con ba­te­ría y en ge­ne­ral to­do es­tá ecua­li­za­do fa­tal, dan­do pre­do­mi­nan­cia a un con­tras­te de vo­ces que no tie­ne su­fi­cien­te jue­go co­mo pa­ra dar la ca­ra. Así se aso­man a un jun­gle mu­cho más con­ven­cio­nal, un so­ni­do tí­pi­co y ma­ni­do pe­ro re­co­no­ci­ble pa­ra el oyen­te me­nos ave­za­do. Así Doping Panda pa­san por el es­tu­dio pa­ra cam­biar la can­ción pa­ra ofre­cer­nos una ver­sión fá­cil de su can­ción. En vez de con­fiar en la in­te­li­gen­cia y ba­ga­je mu­si­cal de su oyen­te re­ba­jan el ni­vel pa­ra lle­gar a un pú­bli­co más po­ten­cial­men­te analfabeto.

Finalmente el nom­bre del dis­co es pre­mo­ni­to­rio y la de­ca­den­cia al in­ten­tar ajus­tar­se a unos cá­no­nes mains­tream les al­can­za con un im­pe­ca­ble man­do­bla­zo en su ca­li­dad y con­fian­za ha­cia sus fans. Esa adic­ción por el beat, al fi­nal, no es tal, ya que pre­fie­ren he­rir la con­fian­za en su mú­si­ca de sus fans que de­jar de ga­nar un pu­ña­do de yenes.

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