solitude & amore / colores prohibidos (II)

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La mú­si­ca os ha­rá li­bres, de Ryuichi Sakamoto

La re­la­ción de Sakamoto-sensei con la mú­si­ca, no así con otras for­mas de ar­te, es errá­ti­ca y li­ge­ra­men­te pro­ble­má­ti­ca. Sin un amor sus­tan­cial pri­me­ro por la mú­si­ca el ver­se arro­ja­do ha­cia la com­po­si­ción fue más una cues­tión de suer­te, de una con­ca­te­na­ción de ca­sua­li­da­des, que de una au­tén­ti­ca pa­sión pri­me­ra por la mú­si­ca. Su re­la­ción co­men­zó en el par­vu­la­rio cuan­do, te­nien­do que com­po­ner una pie­za a piano, hi­zo una can­ción so­bre un co­ne­jo; le in­co­mo­dó ho­rro­res. ¿Por qué una per­so­na com­po­ne una can­ción? Al ha­cer­lo se cris­ta­li­za una vi­sión, una opi­nión o un sen­ti­mien­to tra­yén­do­lo al mun­do. A tra­vés de la mú­si­ca lo que an­tes era pri­va­do, ex­clu­si­vo de cier­tas for­mas par­ti­cu­la­res del Yo, se tras­tor­na en una mí­me­sis crea­cio­nis­ta que ori­gi­na una reali­dad pa­ten­te de mi vi­sión del mun­do en los de­más. A tra­vés de to­do len­gua­je, y eso in­clu­ye el len­gua­je mu­si­cal, el Yo se re­pre­sen­ta en el mundo. 

¿Esto sig­ni­fi­ca que no exis­te una Realidad pa­ten­te, que no exis­te el mun­do an­tes del Yo ‑no ne­ce­sa­ria­men­te un Yo en par­ti­cu­lar, si no que val­dría cual­quier Yo fue­ra cual fue­re este-? No. La reali­dad exis­te co­mo in­ma­nen­cia, co­mo reali­dad ob­ser­va­cio­nal, pe­ro a tra­vés del len­gua­je (na­tu­ral o mu­si­cal) me­dia­mos a tra­vés de él y lo (re)construimos car­gán­do­lo de significado.

El len­gua­je, co­mo bien ex­pli­ci­ta Sakamoto-sensei, pro­du­ce ob­je­tos com­ple­ta­men­te dis­pa­res a los re­pre­sen­ta­dos que, sin em­bar­go, con­tie­nen su esen­cia bá­si­ca den­tro de sí. Cuando crea­mos una can­ción so­bre un co­ne­jo, co­mo es el ca­so de Sakamoto-kun, no hay nin­gún pa­re­ci­do real ‑in­ma­nen­te, ob­vio y ex­tra­po­la­ble per sé- en la com­po­si­ción del co­ne­jo y el co­ne­jo en sí. Sin em­bar­go, en tal com­po­si­ción hay una re­la­ción com­po­si­cio­nal en la cual la re­pre­sen­ta­ción mu­si­cal del co­ne­jo es una cons­truc­ción de la idea de co­ne­jo y, a la vez, una re­pre­sen­ta­ción del co­ne­jo que ha ins­pi­ra­do esa obra. Es por ello que cuan­do no­so­tros cons­trui­mos una can­ción ‑pe­ro no só­lo, tam­bién cuan­do de­sa­rro­lla­mos un con­cep­to en cual­quier me­dio cul­tu­ral­men­te dado- es­ta­mos crean­do una re­la­ción sim­bió­ti­ca en el que la ima­gen real (el co­ne­jo) se re­la­cio­na con una ima­gen bi­po­yé­ti­ca que es tan­to real (es una re­pre­sen­ta­ción de ese co­ne­jo) co­mo ideal (es re­pre­sen­ta­ción de to­dos los co­ne­jos que han exis­ti­do o exis­ti­rán); es una re­la­ción in­ci­den­tal, no ne­ce­sa­ria, que pro­du­ce una nue­va con­for­ma­ción en el mun­do que, a su vez, re­afir­ma la pre­sen­cia real de la en­ti­dad ya an­tes pre­sen­te en el mun­do. El ar­te per­pe­tua tan­to las vi­sio­nes del Yo de con­cep­tos da­dos co­mo la ima­gen sus­tan­cial­men­te real de esos conceptos.

Por eso Sakamoto-kun sien­te co­mo al­go ra­ro el com­po­ner una can­ción so­bre un co­ne­jo: es­tá cons­tru­yen­do reali­dad pe­ro, a su vez, es­tá ins­ta­lan­do so­por­tes de su­je­ción pa­ra un con­cep­to igual­men­te Real. Cuando no­so­tros com­po­ne­mos una obra, re­pen­sa­mos un con­cep­to y lo lan­za­mos al mun­do, es­ta­mos po­nien­do una par­te de no­so­tros en el mun­do a tra­vés de ese con­cep­to que he­mos mo­di­fi­ca­do con nues­tra vi­sión del mis­mo. Lo que na­ce co­mo al­go pri­va­do, pro­pio de un Yo ais­la­do del mun­do, se con­vier­te en uni­ver­sal cuan­do se de­ja en li­ber­tad en el mun­do des­pués de ino­cu­lar­le nues­tra vi­sión del mismo.

Y en al­gu­nos ca­sos, los más sin­gu­la­res de to­dos por su ex­cep­ción, esa vi­sión del mun­do aca­ba por uni­ver­sa­li­zar­se por­que se asu­me nues­tra vi­sión co­mo una vi­sión uni­ver­sal com­par­ti­da con el mun­do. Por eso la mú­si­ca, el len­gua­je, es un ejer­ci­cio si­nies­tro de con­fi­gu­ra­ción de un amor más pro­fun­do que el Yo mismo.

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