Sólo en el vivir la vida desde los ojos de un niño el mundo cobra sentido

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Teary Eyes And Bloody Lips, de Moonface

Lo más di­fi­cil de cre­cer no es acep­tar la ma­du­rez, sino acep­tar que la vi­da só­lo se pue­de com­pren­der si aña­di­mos to­dos los cam­bios que vie­nen ha­cia no­so­tros des­de la pers­pec­ti­va des­preo­cu­pa­da de un chi­qui­llo. El pro­ble­ma es que pa­ra cre­cer pa­re­ce que te­ne­mos que aban­do­nar el jue­go, la pre­ci­sión ab­so­lu­ta de la di­ver­sión y la ino­cen­cia ob­tu­sa que nos va lle­van­do des­preo­cu­pa­da­men­te en­tre el pe­li­gro y la fas­ci­na­ción con la fuer­za que só­lo pue­de ha­cer­lo la in­cons­cien­cia; la ma­gia de los ni­ños es que no im­pos­tan su fe­li­ci­dad, no ne­ce­si­tan fin­gir­la, to­do es ge­nui­na­men­te nue­vo pa­ra ellos. Quizás por eso Moonface eli­gió co­mo sin­gle una can­ción en la que se re­crea en una lí­ri­ca apa­ren­te­men­te com­pues­ta a re­ta­zos, com­ple­ta­men­te in­co­ne­xa de cual­quier sig­ni­fi­ca­ción pro­fun­da ul­te­rior, por­que só­lo es­cri­bien­do co­mo lo ha­ce un ni­ño ‑a sal­tos, sin ló­gi­ca, sal­tán­do­se to­do lo que hay en­tre me­dio de la pu­ra y du­ra acción- pue­de sin­te­ti­zar aque­llo que in­ten­ta trans­mi­tir­nos con una an­sie­dad acuciante. 

Con esa mis­ma an­sie­dad co­mien­za la can­ción can­tán­do­nos su pro­pio tí­tu­lo, pe­ro tam­bién dán­do­nos la pri­me­ra pis­ta al res­pec­to de lo que se­rá el de­sa­rro­llo de to­da la can­ción en sí: Ojos llo­ro­sos y la­bios en­san­gren­ta­dos / Te ha­cen ver co­mo Stevie Nicks / Nunca su­pi­mos que ser cruel era una co­sa guay pa­ra ha­cer. De en­tra­da Moonface se si­túa con res­pec­to de la po­si­ción de una chi­ca con la que ha des­cu­bier­to el pri­mer pa­so ha­cia la ma­du­rez: el en­can­to de la cruel­dad. El ver a una chi­ca, ami­ga su­ya con la que siem­pre se re­fie­re en es­ta pri­me­ra par­te en pri­me­ra per­so­na del plu­ral, apun­to de llo­rar y con los la­bios en­san­gren­ta­dos, de­bi­do a que nos reía­mos has­ta que te es­tre­llas­te en bi­ci­cle­ta, pre­ci­sa­men­te por­que ve en ella una es­tam­pa que le re­sul­ta atrac­ti­va aun en la cruel­dad del ac­to en sí pa­de­ci­do ‑y si só­lo le re­sul­ta atrac­ti­va aho­ra, es por­que an­tes no lo hizo- en tan­to le re­cuer­da a Stevie Nicks. Este ac­to pri­me­ro de cruel­dad, una en la cual se des­cu­bre el pla­cer cons­cien­te de ser­lo, po­dría­mos aso­ciar­lo tam­bién con el na­ci­mien­to del ero­tis­mo ya que es el mis­mo ins­tan­te don­de él la ve a ella co­mo un en­te se­xua­do, co­mo Stevie Nicks, co­mo una chi­ca; el pri­mer mo­men­to don­de se de­ja atrás la ni­ñez es cuan­do nos ha­ce­mos cons­cien­tes de la cruel­dad pe­ro, tam­bién, nos ha­ce­mos cons­cien­tes de que el otro es efec­ti­va­men­te un otro: el cruel es el mun­do, pe­ro la be­lle­za es de la chi­ca; aquí hay una pri­me­ra cons­tan­cia del he­cho de que, efec­ti­va­men­te, exis­te una otre­dad de yo con res­pec­to de los otros o del mundo.

¿Qué con­se­cuen­cias tie­ne abra­zar la edad adul­ta, que no la ma­du­rez, pa­ra el ni­ño? El he­cho de que aho­ra po­de­mos ren­dir­nos fren­te a la ciu­dad pre­ten­dien­do que se tra­ta de una pe­lí­cu­la, ha­cien­do que la cruel­dad, el amor o la se­xua­li­dad que es­tán in­ci­pien­tes pe­ro de fac­to ahí se mues­tren co­mo al­go le­jano que les son im­pro­pias ‑lo cual es, en úl­ti­mo tér­mino, la ma­du­red: vi­vir la vi­da ba­jo las con­di­cio­nes de vi­vir­la pe­ro po­co. Sin em­bar­go no pa­re­ce ser que es­ta idea les se­duz­ca y co­rre a afir­mar que po­de­mos abra­zar la ce­gue­ra que vie­ne con la adop­ción de la no­che / di­go, po­de­mos abra­zar la ce­gue­ra que vie­ne con la adop­ción de la no­che 3 4, en­ten­dien­do la no­che co­mo lo prohi­bi­do, to­do lo que es­tá más allá del co­no­ci­mien­to y só­lo se da en la ex­pe­rien­cia emi­nen­te­men­te hu­ma­na, abra­zar la no­che es abra­zar el sin sen­ti­do de la cruel­dad, el amor y el ero­tis­mo con el fer­vor ju­ve­nil que ca­rac­te­ri­za a to­dos los aman­tes de la no­che. He ahí que el 3 4 no só­lo sean una do­ta­ción de rit­mo par­ti­cu­lar­men­te fa­vo­ra­ble al so­ni­do pe­ro sin sig­ni­fi­ca­ción úl­ti­ma, por­que de he­cho sí la tie­ne: en su pro­pio sin sen­ti­do afir­man la adop­ción de sí mis­mos co­mo hi­jos pu­tati­vos de la no­che: de­se­chan la ló­gi­ca, la ma­du­rez, lo que de­be­rían ser; no di­cen ni sí, ni no, di­cen 3 4.

Pensamos que nues­tros que­ri­dos re­co­no­ce­ría el olor de nues­tra piel y no lo re­co­no­cie­ron ya que aquí hay un cam­bio del no­so­tros aso­cia­dos, que aun si­gue pre­sen­te, por un no­so­tros co­mo dos en­ti­da­des di­fe­ren­tes. ¿Por qué? Porque Moonface di­ce que lo sien­to por la for­ma en que re­sul­tó, ¿pe­ro el qué no re­sul­to? No lo sa­be­mos, pe­ro no tar­da en ade­lan­tar­nos que te veías tan her­mo­sa en­ton­ces y te ves tan her­mo­sa aho­ra, por lo cual su­po­ne­mos que am­bos se se­pa­ra­ron in­ten­tan­do en­con­trar otra per­so­na, un ter­ce­ro y un cuar­to en dis­cor­dia ‑he ahí el 3 4, era una ne­ga­ción afir­ma­da a tra­vés de unas en­ti­da­des aje­nas a sí mismas- que les hi­cie­ron se­pa­rar­se el uno del otro. No eli­gie­ron la no­che, el ex­plo­rar en su con­jun­ción en tan­to uno a tra­vés de su amor la vi­da en sí mis­ma, eli­gie­ron se­pa­rar­se y bus­car lo que po­dría es­tar más allá de la ex­plo­ra­ción que co­men­za­ron jun­tos co­mo sí de he­cho pu­die­ran ne­gar su con­di­ción de ena­mo­ra­dos, co­mo si la no­che no fue­ra el lu­gar don­de dos se ha­cen uno. 

El res­to de la can­ción es só­lo una cons­ta­ta­ción de es­tos he­chos de una for­ma ra­di­cal a tra­vés de la me­tá­fo­ra: es la bi­fur­ca­ción en el río, ¿acep­tar el ero­tis­mo y la no­che de quien se ase­me­ja a Stevie Nicks o de­jar­nos lle­var por lo que la so­cie­dad im­po­ne co­mo lo co­rrec­to?; es el rom­per el cen­tro del es­pe­jo, no acep­tar la ima­gen que nos re­fle­ja de nues­tras elec­cio­nes de ma­du­rez, no acep­tar que he­mos cre­ci­do y por ello te­ne­mos que ser al­go di­fe­ren­te de lo que so­mos: se tra­ta de la se­pa­ra­ción de las puer­tas del sui­ci­dio que lle­ga­mos a en­ten­der. Es la acep­ta­ción de la no­che, de lo in­fan­til, del amor y el ero­tis­mo en­ten­di­do co­mo arre­ba­to que des­es­ta­bi­li­za el mun­do en sí ne­gan­do to­da po­si­bi­li­dad no de ser adul­to, sino de com­por­tar­se co­mo la so­cie­dad in­di­ca de for­ma cons­tan­te que de­be com­por­tar­se un adul­to. Por eso cuan­do flo­ta­mos en el agua no se es­tá en la au­sen­cia de el otro, pe­ro la au­sen­cia de cual­quier un otro es lo que nos aho­ga­rá en el fi­nal por­que de he­cho en la au­sen­cia del otro, de la per­so­na ama­da ‑en­ten­dien­do amor tan­to en un amor ro­mán­ti­co co­mo de amis­tad o co­mo me­ro signo de comunidad- no po­de­mos man­te­ner­nos a flo­te en la vi­da y la au­sen­cia de un Uno, de la uni­dad que só­lo se con­for­ma en el amor, es lo que nos ma­ta­rá. Porque só­lo en tan­to nos ha­ce­mos uno con el otro, en tan­to abra­za­mos la no­che con to­das sus con­tra­dic­cio­nes con la in­cons­cien­cia de un ni­ño, en­ton­ces po­de­mos des­cu­brir el au­tén­ti­co sen­ti­do de la vida.

One thought on “Sólo en el vivir la vida desde los ojos de un niño el mundo cobra sentido”

  1. Hola, es in­crei­ble có­mo ver a una per­so­na que pien­sa igual que yo.
    Desde ha­ce 3 años, bus­ca­ba per­so­nas fe­li­ces en la ca­lle, una son­ri­sa ver­da­de­ra, un de­seo pu­ro, di­ver­sión sin un ob­je­ti­vo con­cre­to y aven­tu­ras sin la ne­ce­si­dad de una re­com­pen­sa. Desgraciadamente no lo en­cuen­tro en ca­si nin­gu­na per­so­na adul­ta, ellos son fe­li­ces pe­ro den­tro de unos pa­rá­me­tros, unas re­glas que se im­po­nen ellos mis­mos y por la so­cie­dad, sa­bia que eso no me lle­va­ria a la fe­li­ci­dad, por lo que se­fui bus­can­do, y aun­que sin pre­ten­der­lo, sa­bia deb­tro de mi que en los ni­ños es­ta­ba la respuesta.
    ¿Es po­si­ble que las res­pon­sa­bi­li­da­des que se im­po­nen a los ni­ños (esa pre­pa­ra­ción pa­ra la vi­da real) ha­ce que la fe­li­ci­dad dis­mi­nu­ya o se con­vier­ta en al­go no mas pu­ro que una sim­ple plu­ma blan­ca en sus­pen­sión en el aire?
    Tengo 26 años e in­ten­to en­con­trar la fe­li­ci­dad, se que es­ta en los ni­ños, y creo que se me ha ol­vi­da­do ser un ni­ño, vi­vir con los ojos de un ni­ño, el sig­ni­fi­ca­do de la di­ver­sión (na­da de fies­tas, al­cohol, dro­gas o cual­quier mé­to­do ur­ba­nís­ti­co don­de la gen­te ha­ce to­do es­to pa­ra es­ca­par y es­con­der­se de la vi­da real).
    Me es­ta cos­tan­do pe­ro po­co a po­co sien­to re­na­cer, me gus­ta es­tar con los ni­ños por­que te di­vier­tes con ellos y prio­ri­zas su bien­es­tar que el de uno mismo. 

    Enhorabuena por lo escrito!! 😉

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