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The Sky Was Pink

esa no es mi América; dijo el sureño

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Por el tra­ta­mien­to que se le ha da­do des­de Hollywood, ex­ten­so y cruel en la mis­ma me­di­da, no hay na­die en el mun­do que no ten­ga una ima­gen men­tal muy cla­ra de co­mo es el Sur de EEUU. El su­re­ño, des­de el hill­billy has­ta los red­necks, es un pa­le­to des­den­ta­do ca­paz de las más au­tén­ti­cas bar­ba­ri­da­des cuan­do no es un psi­có­pa­ta de fac­to. La mú­si­ca de ban­jo, el cam­po, el ra­cis­mo y el odio vis­ce­ral ha­cia El Otro, ha­cia cual­quier fo­ras­te­ro ‑al­go que, por otra par­te, es co­mún con el ca­brón del cam­po español‑, ha­ce de él la fi­gu­ra anti-urbanita por ex­ce­len­cia; el mons­truo del sa­co al cual de­mo­ni­zar co­mo mé­to­do de man­te­ner lim­pios nues­tros ana­que­les ideo­ló­gi­cos del yo, y los que son co­mo yo. Aun cuan­do son acep­ta­dos co­mo al­go po­si­ti­vo, co­mo bien po­drían ser los ge­nia­les Lynyrd Skynyrd, se de­be ha­cer en los tér­mi­nos más in­sul­tan­tes po­si­bles; lo cual ha­ce di­fi­cil en­con­trar al­gu­na re­se­ña so­bre el gru­po que no in­ci­da en que no son una pan­da de pa­le­tos con­fe­de­ra­dos. Es por eso que es tan in­tere­san­te “Un ge­ne­ral con­fe­de­ra­do de Big Sur” de Richard Brautigan ‑pu­bli­ca­da en una edi­ción ex­qui­si­ta, co­mo de cos­tum­bre, por Blackie Books‑, por­que con­si­gue ser in­ci­si­vo e hi­rien­te, a la par que dul­ce sin caer en la con­des­cen­den­cia, co­mo só­lo lo po­dría ser un au­tén­ti­co su­re­ño (de adop­ción) con sus compatriotas.

En prin­ci­pio de los 60’s un jo­ven lla­ma­do Jesse co­no­ce a otro jo­ven lla­ma­do Lee Mellon, nie­to de un an­ti­guo ge­ne­ral con­fe­de­ra­do de Big Sur cu­yos dien­tes son un eterno bai­le de dis­po­si­cio­nes en can­ti­dad y po­si­ción. La re­la­ción que se tra­ba en­tre ellos es (ca­si) la de alumno y maes­tro: Lee Mellon se ob­ce­ca­rá en si­tuar­se co­mo un guía ha­cia lo in­apren­si­ble de to­da cla­se pa­ra un tai­ma­do Jesse que se de­ja arras­trar por lo in­evi­ta­ble. O por­que, sien­do evi­ta­ble, es más di­ver­ti­do de­jar­se lle­var has­ta don­de nos lleve.

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