Los prejuicios, pese a quien le pese, son un método bastante efectivo para codificar una información básica con respecto de culturas ajenas que transmitir de modo eficiente entre individuos de una cierta cultura en particular. Por eso los prejuicios, muchos nacidos de una interpretación falaz o directamente ofensiva, en ocasiones pueden utilizarse como una arma contra el otro; una medida de seguridad para no contaminar la cultura ajena con posibles cuestiones que pondrían en duda algunos aspectos, más o menos dudosos, de nuestra propia cultura. South Park, que en la sátira social no tiene rival, hace un análisis exhaustivo del tema en el capítulo City Sushi desde dos perspectivas diferentes del tema: el prejuicio con respecto de el otro culturalmente diferente y el prejuicio con respecto de el otro racionalmente diferente; el prejuicio contra el extranjero y el loco respectivamente.
Al abrirse un nuevo restaurante japonés en South Park el entrañable Butters, enfundado en su juego de Cartero Butters, va entregando por toda la ciudad publicidad del restaurante con tan mala pata de hacerlo también en un restaurante chino, produciendo una guerra racial entre ambos propietarios. De éste modo Butters se verá obligado a ir al psicólogo donde le diagnosticarán un trastorno múltiple de la personalidad. A su vez, el chino y el japonés, dimirán sus diferencias a tortas hasta que se pongan de acuerdo para iniciar una serie de eventos en favor de la prevención de los prejuicios; para diferenciar el abismo cultural entre chinos y japoneses. Butters y el japonés serán víctimas del trastorno psicótico del Dr. Janus/Tuong Lu Kim que intentará destruirlos incesantemente por el prejuicio que sostiene con respecto de ambas minorías: de “el loco” ejemplificado en un niño y de “el extranjero” ejemplificado por un japonés.
El niño es diferente con respecto del adulto porque usa su imaginación, sin limitarse con respecto de una personalidad marcada ‑de un carácter “humano” particular-; el japonés es diferente con respecto del chino, o de cualquier otro individuo de otra cultura, porque su historia ha ido definiendo unos paradigmas culturales particulares con respecto de su pensamiento. Así, ante el temor de ver intoxicado su realidad, el adulto/el foráneo se reviste con sus prejuicios para no dejar entrar otra idea que no sean sus concepciones ofensivas con respecto de el otro; cosifica la idea de la otra persona hasta reducirlo hasta un mero perjuicio de lo que supone toda su realidad. Es por ello que los prejuicios pueden ser positivos, si se aplican como medida de adaptación de una cultura dispar hacia otra, pero pueden ser nefastos cuando sólo sirven para defender una idea absolutista de que debe ser el hombre. No hay visión humana que no pueda entenderse, hay pretensiones de imponer una realidad que sólo beneficie al censor.