es la Estación Nuestra de la Humillación
Situar el punto exacto donde acaba la justicia y comienza la venganza es un debate de tan sencilla solución que, casi por necesidad, parece esconder alguna trampa tras de sí. En el estado de naturaleza no hay distinción alguna entre ellas en tanto dominará siempre el más fuerte pero en una sociedad de derecho se presupone a la justicia el carácter despersonalizado del derecho mientras la venganza es el carácter pasional de los implicados. Nuestro deber no es sólo ponerlo en duda, sino también exponer esta duda de la forma más clarividente posible como hace Tetsuya Nakashima en la mejor película de lo que llevamos de año, Confessions.
Yuko Moriguchi es una profesora de instituto que anuncia su dimisión al comienzo de una de sus clases. Sus jóvenes alumnos, llenos de júbilo, no tardarán en contener su felicidad cuando esta comience a contarles estructuradamente, casi como si de una clase se tratara, todo lo ocurrido desde hace unos meses en su vida para tomar esta decisión. Y en la de otras personas. Pronto desplegará sus cartas mostrándonos que la depresión sufrida por la muerte de su hija le impide sobrellevar la situación, especialmente después de descubrir que Estudiante A y Estudiante B de su clase fueron los que la asesinaron. Entonces no dudará ni un segundo en declararles su intención de venganza ya que, al tener sólo 12 años, la ley no podría hacer nada con ellos más allá de una insuficiente reprimenda por su comportamiento; su intención ya cumplida de mezclar la sangre infectada de VIH de su marido muerto en la leche que esa misma mañana tomaron en clase. Aunque sólo este fragmento podría haber sido un excelente cortometraje en verdad no estamos más que ante el preludio, el comienzo para la auténtica película: la sucesión de confesiones donde cada uno de los implicados irán dando su particular visión de lo ocurrido en el transcurso del tiempo. Hasta la venganza final.