Down, de Warren Ellis
Una de las constantes dentro de la crítica y la teoría cultural es que todo autor, en el interior de su corpus creativo, tiene su trabajo dividido en dos categorías básicas que se delimitarían con respecto de la calidad media de su trabajo: las obras mayores, para las piezas donde ha expresado las formas más triunfalistas de su talento, y las obras menores, para los trabajos de transición o fallidos. El problema de esta delimitación es que supone que se puede hacer una diferenciación clara e indistinta con un carácter absoluto cuando esto, aunque posible, está teñido del absurdo propio de un intento de hacer del particular (del gusto más o menos fundamentado) un universal. O, lo que es peor, se pueden discriminar las menores cuando en estas, casi siempre, se encuentran fórmulas e iteraciones del autor tan o más interesantes del propio autor como las que se dan en sus mal catalogadas obras mayores.
Para esto el caso de Down es absolutamente paradigmático: parte de su condición de obra menor desde la absoluta consciencia de serlo y, sin embargo, se va tiñendo aquí y allá de elementos, de ideas en fuga, que definirían ciertas conformaciones propias de un Warren Ellis más maduro en su estilo; incluso si podemos hablar del cómic que nos ocupa como menor tiene una importancia historiográfica a la hora de comprender el estilo de su autor. Toda obra, independientemente de su clasificación, tiene un valor per se al ser parte inherente del pensamiento del autor en un momento dado de su existencia.