¿Qué tiene la épica que es la estructura más antigua y que más ha perdurado a lo largo de la historia sin apenas cambiar? Pocas cosas tienen ese honor de infabilidad, de perfección: la rueda, el fuego, la épica, nada más. El hombre sólo ha inventado tres cosas perfectas para sobrevivir al tiempo. Quizás por eso, lejos de parecer inventos humanos —partiendo de que el fuego es, por definición, descubrimiento y no invento — , parecen más bien emanaciones de algo más perfecto, más absoluto, que lo que una mente humana puede concebir; la circularidad como símbolo del absoluto, la épica como historia de dioses caminando entre hombres. No es casual. No es casual porque la perfección remite a la perfección, la forma redunda en el contenido, y nada es más sencillo que asociar el círculo con la forma más alta de toda creación o la épica con los dioses y los héroes capaces de hacer tambalear los cimientos del mundo. Su inmensidad, su condición inaprensible pero natural, lo permite.
Hablar de Free to Play es hablar de un documental agradecido y sentimental, ni inmenso ni comprometido más que consigo mismo, donde se exploran los tejamanejes detrás no tanto de la estructura del juego profesional —lo cual requeriría no un documental, sino toda una serie estudiando sus implicaciones que aún no estamos viendo más que en germen — , como del primer torneo de Dota 2, The International, como punto de inflexión en el mismo. Punto de inflexión no sólo en la profesionalización de los jugadores, que ya conocían de patrocinios desde la era Counter-Strike/StarCraft, sino también para sus vidas; he ahí, en términos narrativos, su interés: la carga emocional de seguir a Benedict «Hyhy» Lim, a Clinton «Fear» Loomis y Danil «Dendi» Ishuti supera, con creces, el interés que pudiera suscitar, al menos sobre quien no tuviera un interés previo específico por los videojuegos, el análisis de la competición en sí. O lo que es lo mismo, su interés radica en lo sentimental.