La maldición de la consciencia. Sobre «The Curse of Kazuo Umezu» de Kazuo Umezu
Los difusos límites entre la vigilia y el sueño son un clásico ya no sólo del terror o la ficción, sino del pensamiento occidental en general. Ante nuestra dificultad de poder afirmar si nuestra vida es real en algún grado o, cuando menos, si la realidad está ahí cuando nosotros estamos ausentes, duda metódica mediante, cuanto más pienso más dudo. No existe forma de encontrar principios universales que nos demuestren que estamos despiertos, que habitamos el mundo real, por lo cuál debemos aceptar que lo estamos haciendo un salto conceptual que evade cualquier forma posible de la razón: simplemente debemos aceptarlo. Independientemente de cuantas veces lo pensemos, jamás seremos capaces de dilucidar los límites auténticos de lo real.
Cuando al mundo onírico se suma la fantasía, ya sea en forma de fantasmas o maldiciones, entonces la dificultad implícita en dilucidar qué es real se multiplica. Los cimientos de la lógica que hemos aprendido hasta el momento, que nos permitían hacer ese salto conceptual, se tambalean. En ese momento es cuando entra en juego el terror, en tanto es entonces cuando desconocemos de forma absoluta si debemos desconfiar o de nuestros sentidos o de nuestra razón; en cualquier caso, al confrontar lo sobrenatural siempre nos enfrentamos al hecho de que algo en lo cual confiábamos de forma ciega, bien sea nuestra capacidad para entender el mundo o para captarlo, ha fracasado de forma absoluta. No podemos confiar en que habitamos la realidad de modo alguno. Si los acontecimientos sobrenaturales nos dan miedo no es sólo porque los muertos acechándonos resulten aterradores, sino también porque en el proceso de saber que existen se cuestionan todas nuestras creencias de lo que creíamos era el mundo: lo más aterrador de un fantasma no es su presencia, sino descubrir que no tenemos conocimiento alguno para lidiar con él. O para naturalizar su presencia.