La otredad de la araña. Sobre «Tarántula» de Thierry Jonquet
Si existe un problema filosófico que ha tenido gran peso dentro de la tradición, e incluso hoy no ha hecho más que polarizarse y fragmentarse con los avances técnicos a los cuales nos arrojamos con felicidad, ese es el carácter último de la identidad. Definir cuál es la identidad real de una persona es difícil, más aún teniendo en cuenta que no es unívoca ni permanente. Somos más de una persona. Depende de como podamos interpretar el problema de la identidad no cambiará sólo nuestra perspectiva de las personas particulares, sino también el paradigma socio-político en el cual nos movemos; conocer la fluidez o fijeza de la identidad determinará nuestra perspectiva de la realidad social. Estamos, por necesidad, determinados por nuestra visión de la identidad.
Resulta evidente lo anterior desde la perspectiva de Thierry Jonquet en Tarántula, que ha sido trasladada al cine de forma libre por Pedro Almodóvar en La piel que habito —con tanta libertad que, aunque respeta trama y forma, es más próxima a la problemática desarrollada en Les yeux sans visage—, en tanto nos presenta una manera radical de vislumbrar la identidad humana. A través de una narración fragmentada, sólo en primera apariencia inconexa, que acaba confluyendo en una linea temporal común que clarifica todo en un punto determinante de la historia, haciendo así del cuerpo (literario) la misma búsqueda de identidad que practica su protagonista en el cuerpo (físico), vamos adentrándonos en la identidad fragmentada de un joven cuya psicología es convertida contra su voluntad al tiempo que lo hace su cuerpo. Los juegos de violencia y sexualidad extrema se suceden con celeridad, sin pausa, aconteciendo todo por las ironías de una fortuna dada al capricho; la identidad del hombre se dirime en tanto por cómo es reflejado por los otros. Aquí, de forma literal.