La destrucción del discurso dominante es cuestión de entropía (y II)
Al acercarnos a “Velvet Goldmine”, película del minusvalorado Todd Haynes, tenemos una problemática muy clara: el protagonista de la historia no es el protagonista de los acontecimientos; hay una disociación entre la historia y lo que acontece. Ya que cuando Arthur Stuart, un Christian Bale en estado de (des)gracia, inicia la investigación de que ocurrió con Brian Slade y su alter ego, el bisexual Maxwell Demon, nos está contando la historia de Slade pero nos narra los acontecimientos de su propia vida. Por ello siempre corre paralelo a su propio contexto: mientras la historia hablaba del movimiento glam como algo mainstream, completamente asumido, los acontecimientos particulares estaban muy lejos de una asunción naturalizada de la ambigüedad sexual. El conflicto último de la película sería averiguar quienes son los protagonistas de un contexto homogéneo que, sin embargo, está tremendamente fragmentado y confrontado.
Es por ello que el trabajo de Haynes detrás de las cámaras es sublime a todos los niveles. La asunción de un estilo documental que de paso a continuados flashbacks permite una narración falsamente fragmentada, que alude ese caos del que intenta montar un puzzle histórico a través del contexto de los acontecimientos particulares. Pero no sólo en la sala de montaje se encontró con esa dimensión de bruma ontológica la película, ya que la propia imaginería que desata se circunscribe en estos círculos. Con una predilección por los colores fríos se nos muestra el mundo entre la niebla, como en una memoria de una realidad que quizás nunca fue exactamente así; la predilección por una estética de colores apagados, casi muertos, incluso cuando se da el uso de colores calientes, nos connota todo en una suerte de fantasmagoría; de recuerdo lejano del cual es imposible escapar. Por ello todo lo que rodea la película nos sumerge en un pasado adusto, profundo, no tanto por su antigüedad, que es cercano, como por su proximidad: el contexto histórico sigue siendo algo que no se puede observar y, en tanto se asumen a través de los acontecimientos particulares, todo se proyecta como la visión de lo acontecido no por sus protagonistas sino por sus propios narradores.