el sexo como catalizador de lo homogeneizante
Uno de los debates que se recuerda con más fuerza de la modernidad es sobre la propia condición humana. Puede ser que estos nazcan en un estado natural de paz y se convierten en seres perversos en la sociedad con Rousseau a la cabeza o sin embargo si la naturaleza humana es la guerra todos contra todos y sólo en la represión social se encuentra la paz según Hobbes. Pero preferimos dejar la elección de quien tiene razón en manos del más controvertidos de los humanistas posibles, Suehiro Maruo, en su adaptación del relato La Oruga de Edogawa Rampo.
En esta oscura historia nos narran con un gusto exquisitamente siniestro el descenso de una pareja hacia lo más recóndito de la naturaleza humana a través de los más extremos de los sucesos: la mutilación de brazos y piernas de un hombre. Éste, impedido tras su heroicismo en la guerra, es apenas si una suerte de oruga absolutamente dependiente de su esposa, una mujer que no soporta la nueva condición animal de su renovado amante. Una vez más Suehiro Maruo se concentra en la exhibición del ero dejando de lado el guro sólo para una exhibición particularmente violenta de maltrato doméstico. Y es que aquí nos encontramos con un Maruo en estado de gracia dominando de forma perfecta no sólo las formas físicas, esa sexualidad descarnada de toda humanidad, sino también la recreación de siniestros ambientes naturales que refuerzan el agobiante ritmo parsimonioso de esta obra maestra. La violencia que desata en esta ocasión es sutil, mucho más oscura que la mera violencia física, es la violencia emocional que la mujer de la postrada oruga descarga en cada uno de sus comentarios; en cada una de sus miradas.