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The Sky Was Pink

Vampiro sin causa. Sobre «The Lost Boys» de Joel Schumacher

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No hay fi­gu­ra más pro­ble­má­ti­ca en el pre­sen­te que la del vam­pi­ro. Como hom­bre eterno que nun­ca de­cae, siem­pre se man­tie­ne, pe­ro ne­ce­si­ta vi­vir de la hu­ma­ni­dad a pe­sar de ser ca­da vez más ajeno de és­ta, su exis­ten­cia es pa­ra­dó­ji­ca; es mor­tal, por­que pue­de mo­rir, pe­ro es ajeno a la mor­ta­li­dad, por­que to­das sus re­la­cio­nes con la hu­ma­ni­dad son siem­pre tran­si­to­rias, efí­me­ras. Incluso si a lo lar­go del tiem­po es ca­paz de adap­tar­se, vi­vi­rá una eter­ni­dad de muer­te tras sus es­pal­das. El vam­pi­ro es más hu­mano que la ma­yo­ría de no­so­tros por­que es­tá más su­mer­gi­do en la an­gus­tia, en la au­sen­cia de to­do re­fe­ren­te an­te­rior (por­que ya ha caí­do) o pos­te­rior (por­que le es ajeno), de lo que nin­gún mor­tal po­dría so­por­tar ja­más. No-muertos in­clui­dos. Si su­ma­mos a la ecua­ción que vi­vi­mos en el tiem­po don­de la so­li­dez pa­re­ce ha­ber­se des­mo­ro­na­do, to­da exis­ten­cia es­tá pues­ta en te­la de jui­cio des­de el mis­mo mo­men­to que pre­ten­de ser vi­vi­da se­gún cual­quier có­di­go, aun­que sea el su­yo propio.

Hablar de The Lost Boys es ha­blar de la per­di­da de to­do gran re­la­to en la con­tem­po­ra­nei­dad. Viviendo en un tiem­po don­de se ha de­cons­truí­do to­do, don­de nin­gún dis­cur­so se ha li­bra­do de es­tar ba­jo sos­pe­cha —in­clu­so, no sin iro­nía, la de­cons­truc­ción: to­do lo que hi­cie­ron los crí­ti­cos más bri­llan­tes de la de­cons­truc­ción es de­cons­truir­la — , so­mos co­mo ni­ños de fies­ta per­pe­tua al ha­ber ma­ta­do al pa­dre y en­te­rrar­lo en el só­tano: na­da es ver­dad, to­do es­tá per­mi­ti­do. ¿Qué ocu­rre en­ton­ces con las gran­des fi­gu­ras del XIX, co­mo la del vam­pi­ro, en nues­tro tiem­po? Que ne­ce­si­ta­mos re-pensarlas, vol­ver a dar­les una sig­ni­fi­ca­ción que ya ha des­apa­re­ci­do pa­ra sí: Drácula es Casanova y, en tan­to la se­duc­ción ya no es el pun­to ome­ga de ele­gan­cia, ne­ce­si­ta ser James Dean. Es ne­ce­sa­rio con­ver­tir la fi­gu­ra del vam­pi­ro en otra cosa.

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