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The Sky Was Pink

vuestra miseria nos hace dichosos

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Los triun­fos del hom­bre son com­par­ti­dos por to­dos, cuan­do al­guien ga­na al­gu­na cla­se de even­to, con­tra más im­por­tan­te es, más gen­te afir­ma­rá ser par­tí­ci­pe de esa vic­to­ria que no les ata­ñe. Sin em­bar­go el su­fri­mien­to es al­go que no se com­par­te sino que nos re­le­ga ha­cia el ser el otro, nos ale­ja de los de­más, nues­tra mi­se­ria de­fi­ne al otro co­mo un triun­fa­dor. Pero na­die quie­re te­ner al la­do al des­gra­cia­do y por ello los apar­ta­mos, les ne­ga­mos la mi­ra­da y su al­te­ri­dad, los co­si­fi­ca­mos. Nada más y na­da me­nos que lo que ex­po­ne Luis Buñuel en su ra­bio­sa pe­lí­cu­la Los Olvidados.

Jaibo se es­ca­pa de un re­for­ma­to­rio pa­ra jun­tar­se con el jo­ven y al­go ván­da­lo Pedro el cual ve­rá trun­ca­da su vi­da cuan­do el pri­me­ro ase­si­ne a otro jo­ven por ha­ber­le de­la­ta­do de una de sus fe­cho­rías. Este es el mo­men­to pre­ci­so don­de la vi­da de am­bos se trun­ca­rá di­ri­gién­do­se a un in­exo­ra­ble des­tino don­de am­bos aca­ba­ran mu­rien­do co­mo lo que son, po­co más que ani­ma­les de car­ga he­chos pa­ra el tra­ba­jo que na­die de­sea. No son hu­ma­nos pues su hu­ma­ni­dad les es ne­ga­da una y otra vez cuan­do na­die es ca­paz de mi­rar­les a los ojos ni si­quie­ra en su pro­pia muer­te. En el due­lo dia­léc­ti­co la muer­te o la ren­di­ción lle­gan en un com­ba­te jus­to don­de las mi­ra­das se cru­zan y so­lo cuan­do se es mi­ra­do se ob­tie­ne la al­te­ri­dad. La ne­ga­ción de Jaibo le lle­va a la muer­te, al ne­gar a el otro a tra­vés del ase­si­na­to, lo cual só­lo glo­ri­fi­ca al otro co­mo hu­mano al crear el pro­pio re­cuer­do de la in­jus­ti­cia que no se de­be ol­vi­dar. Y so­lo así Pedro en­cuen­tra una iden­ti­dad que le es con­ti­nua­men­te ne­ga­da por su ma­dre, la cual siem­pre le da la es­pal­da. Ambos se glo­ri­fi­can en el pri­mer ca­so de ul­tra­vio­len­cia ci­ne­ma­to­grá­fi­ca en el cual, in­ten­tan­do ser afir­ma­dos por el otro, so­lo con­si­guen hun­dir­se en una ca­da vez más pro­fun­da co­si­fi­ca­ción. Pero so­lo uno al­can­za la redención.

Siempre se ol­vi­da al de­rro­ta­do, al que ja­más ven­ció en la dia­léc­ti­ca que lo nie­ga to­do y a to­dos, la dia­léc­ti­ca que ci­mien­ta el ca­mino de la his­to­ria con los muer­tos anó­ni­mos del des­tino. Siempre que­da­rá des­pe­dre­gar ese ca­mino y re­cor­dar a las víc­ti­mas del des­tino del po­der des­creí­do de to­da res­pon­sa­bi­li­dad. Sólo te­néis que en­con­trar el re­cuer­do, án­ge­les olvidados.