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The Sky Was Pink

El arte de los cuerpos es el devenir en constante modelar

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Body Art, de Don DeLillo

Un cuer­po no es só­lo un cuer­po, pues tam­bién es la po­si­bi­li­dad de la in­fi­ni­dad de cuer­pos en que és­te se pue­de con­ver­tir. Si par­ti­mos de que, co­mo de­cía Artaud, to­do cuer­po es un pro­ce­so en de­sa­rro­llo que aun no ha acon­te­ci­do, en­ton­ces to­do cuer­po ne­ce­sa­ria­men­te siem­pre es­tá na­cien­do en su pro­pia con­for­ma­ción fi­nal; no hay cuer­pos ab­so­lu­tos o com­ple­to, to­do cuer­po es per­pe­tua­men­te en de­ve­nir to­ta­li­dad de sí mis­mo. El cuer­po es­tá en un pro­ce­so cons­tan­te de adap­tar­se a lo que es en sí, a lo que va con­for­mán­do­se pa­ra sí con el tiem­po, por­que ca­da par­te de sí mis­mo es un ma­pa que con­fi­gu­ra su pro­pio te­rri­to­rio. Cada arru­ga, ca­da plie­gue, ca­da es­tría y ca­da ci­ca­triz son con­for­ma­cio­nes oro­grá­fi­cas que nos di­cen al­go de nues­tro pro­pio cuer­po a la par que, en su pro­pia con­di­ción bi­po­lar, nos di­ce al­go so­bre nues­tra exis­ten­cia mis­ma: el cuer­po se con­for­ma se­gún las ex­pe­rien­cias a las cua­les nos he­mos vis­to arro­ga­dos. Cada con­for­ma­ción del cuer­po que cam­bia in­sis­ten­te an­te nues­tro in­te­rés de mar­mo­li­zar­lo en una fi­gu­ra eter­na que sea nues­tra cul­tu­ra de no­so­tros mis­mos es un tra­ba­jo in­fruc­tuo­so es im­po­si­ble, pues no­so­tros so­mos en nues­tro pro­pio devenir.

Es por to­do ello que to­da re­la­ción que sos­te­ne­mos con nues­tro cuer­po vie­ne in­flui­do por el pro­pio ca­rác­ter emo­cio­nal im­preg­na­do en ca­da he­cho de la exis­ten­cia, ya que, a fin de cuen­tas, son es­tos los que nos per­fi­lan co­mo lo que so­mos más allá de lo que po­dría­mos ser; si el cuer­po es una pie­dra que se va es­cul­pien­do, en­ton­ces los vai­ve­nes sen­ti­men­ta­les son los que cin­ce­lan con ma­yor fuer­za nues­tro cuer­po. Body Art es el pro­ce­so de fi­si­ca­li­za­ción ex­tre­ma de la pe­na — el body art es el ejer­ci­cio de fi­si­ca­li­za­ción ex­tre­ma de la pe­na; cuan­do Lauren pier­de a Rey Robles, el amor de su vi­da, co­mien­za un pro­ce­so don­de la fi­si­ca­li­dad de és­te se plas­ma­rá só­lo en tan­to lo que ella ha­ga de los cuer­pos pa­ra que se ase­me­jen a él. Es por ello que es­ta es una pie­za en tres ac­tos de la acep­ta­ción y fi­si­ca­li­za­ción de la pe­na, de co­mo el due­lo se con­for­ma en di­fe­ren­tes cuer­pos, ha­cien­do que ca­da pro­ce­so sea una sin­gu­la­ri­dad úni­ca den­tro de esa acep­ta­ción par­ti­cu­lar. No hay una so­la oca­sión en la no­ve­la en que Lauren es­té so­la, en que su pe­na no sea el ac­to fí­si­co de cuer­po in­ten­tan­do amol­dar­se al cam­bio en el mundo.

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