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The Sky Was Pink

breve dietario sobre la situación musical

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El ar­tis­ta tie­ne una con­di­ción úni­ca que se­guir a la ho­ra de abor­dar su obra, ha­cer lo que le de la real ga­na ig­no­ran­do lo que sus fans se su­po­ne es­pe­ren de él. Cuando uno es­tá crean­do de­be de­jar­se guiar por lo que cree que de­be ser su obra y no lo que ter­ce­ros di­gan que de­be­ría ser; la muer­te del al­ma ar­tís­ti­ca se en­cuen­tra en la com­pla­cen­cia del otro. Y si un gru­po es­tá dis­pues­to a rom­per­nos las ex­pec­ta­ti­vas una y otra vez es­te es Boris, co­mo nos de­mues­tran en úl­ti­mo sin­gle PartyBoy.

Ante no­so­tros se abre un pop sen­ti­do, cá­li­do in­clu­so, de­co­ra­do con la dul­ce voz de Wata en un mar­ca­do rit­mo elec­tró­ni­co en­tre los cua­les mu­chos ve­rán la per­di­da de va­lo­res del gru­po. Nada más le­jos de la reali­dad, la can­ción man­tie­ne el es­ti­lo per­so­nal del gru­po; to­das y ca­da una de las no­tas de es­ta can­ción tie­ne la ge­nui­na im­pron­ta de Boris. El pe­sa­do ba­jo de ai­res sto­ner co­que­tea sin com­ple­jos con los dul­ces dis­pa­ros elec­tró­ni­cos mien­tras la afi­la­dí­si­ma gui­ta­rra cor­ta nues­tros oí­dos al bies pa­ra de­lei­te de la agre­si­va­men­te ama­ble ba­te­ría. Toda esa ter­nu­ra, esa di­ver­sión y lu­mi­no­si­dad en­mas­ca­ran unos ins­tru­men­tos du­ros; (ultra-)violentos, que no du­dan ni un só­lo mo­men­to en ras­gar la te­la de las con­ven­cio­nes de lo que de­be­ría ser. En es­te sin­gle Boris se en­ga­la­nan en pu­ra apa­rien­cia pa­ra ha­cer un pi­que­te en los ojos a los fal­sos fans; a los oyen­tes del to­do a cien, pa­ra ha­cer­se no­tar co­mo lo que son: un ge­nuino gru­po de y pa­ra ab­so­lu­tos aman­tes de la mú­si­ca. Todos los que no se in­clu­yan en és­te úl­ti­mo gru­po no en­ten­de­rán lo más mí­ni­mo y só­lo ten­drán una úni­ca po­si­bi­li­dad con dos ca­ras, que les gus­te o no por las ra­zo­nes equivocadas.

El true o snob, tam­bién co­no­ci­do co­mo au­tén­ti­co aman­te de las ar­tes, só­lo tie­ne una con­di­ción a la ho­ra de abor­dar la obra de un ar­tis­ta, exi­gir­le un es­ti­lo úni­co y per­so­nal que arre­ba­te el cri­te­rio. Negar que Boris en to­dos y ca­da uno de sus tra­ba­jos han con­se­gui­do es­to, lle­ván­do­lo has­ta el ex­tre­mo in­clu­so en és­te úl­ti­mo ca­so, me­re­ce só­lo un pe­que­ño chas­qui­do de des­apro­ba­ción. ¡Oyentes de la ciu­dad, tris­te opro­bio, vien­tres tan sólo!