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The Sky Was Pink

El pálido fuego de la literatura es su propia (posibilidad de) existencia (II)

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Pálido Fuego, por Vladimir Nabokov 

Una de las ma­yo­res di­fi­cul­ta­des cuan­do abor­da­mos una obra li­te­ra­ria es pre­ten­der que en ella el es­cri­tor no ha de­po­si­ta­do al­go par­ti­cu­lar de sí. Es ló­gi­co que en tan­to una per­so­na ha de­di­ca­do me­ses, sino años, en la ges­ta­ción com­ple­ta de un pro­yec­to ha­ya en es­ta, de for­ma más o me­nos no­to­ria, par­te de su es­pí­ri­tu de­po­si­ta­da co­mo mo­do de in­su­flar­le una au­tén­ti­ca vi­da más allá de su ca­li­dad in­trín­se­ca; to­da obra es hi­ja de su crea­dor, in­de­pen­dien­te­men­te de que es­ta lue­go ten­ga que re­co­rrer el mun­do so­la. Pero aun con to­do no hay oca­sión en la que una no­ve­la no es­té te­ñi­da de la opi­nión del otro, del lec­tor, de aquel que co­men­ta la obra en sus már­ge­nes ‑de for­ma li­te­ral o metafórica- apro­pián­do­se pa­ra sí de to­do cuan­to lee en ella. ¿Acaso no es ló­gi­co que, al leer una no­ve­la cual sea, nos sin­ta­mos iden­ti­fi­ca­dos o, co­mo mí­ni­mo, sa­que­mos in­ter­pre­ta­cio­nes que siem­pre es­ta­rán re­la­cio­na­dos con nues­tra pro­pia opi­nión al res­pec­to del mun­do? Lo es, por eso nos gus­ta la literatura.

La pe­cu­lia­ri­dad de Pálido Fuego de Nabokov no es ya el he­cho de crear una fic­ción bio­grá­fi­ca par­ti­cu­lar crea­da en for­ma de poe­ma de un per­so­na­je, co­sa que por otra par­te no tan ex­tra­ña, sino que su par­ti­cu­lar sin­gu­la­ri­dad es co­mo es­ta sir­ve de es­cu­sa pa­ra edi­fi­car una no­ve­la. Ahora bien, es­to no sig­ni­fi­ca que se val­ga del ma­ni­do re­cur­so de apro­ve­char un com­po­nen­te bio­grá­fi­co pa­ra edi­fi­car to­da una his­to­ria co­mo se lle­gó has­ta esa si­tua­ción, sino que re­tuer­ce to­da la pre­mi­sa has­ta con­ver­tir el co­men­ta­rio crí­ti­co del poe­ma en la pro­po­si­ción mis­ma de la no­ve­la en sí. No hay una cons­truc­ción a par­tir del poe­ma que de pie a una his­to­ria na­rra­ti­va en sen­ti­do clá­si­co, sino que el poe­ma es un ex­qui­si­to ejer­ci­cio de es­ti­lo que da a pie a la cons­truc­ción de otro aun ma­yor ejer­ci­cio de es­ti­lo; el poe­ma es pro­ce­so y cons­truc­ción de un to­do ma­yor, la no­ve­la, que se edi­fi­ca a par­tir de su per­tur­ba­ción de los có­di­gos de la crí­ti­ca. O, lo que es lo mis­mo, en Pálido Fuego po­de­mos de­cir que hay con­te­ni­da una no­ve­la por­que de he­cho es una no­ve­la que se dis­fra­za de otros gé­ne­ros ‑la poe­sía, el en­sa­yo literario- pa­ra así po­der de­fi­nir­se co­mo tal de for­ma que va­ya más allá de los me­ros con­ven­cio­na­lis­mos na­rra­ti­vos de lo que su­po­ne ser no­ve­la. Es un pá­li­do fue­go por­que es una pá­li­da no­ve­la, al­go que só­lo pa­re­ce no­ve­la por­que sa­be­mos que lo es. 

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