El lenguaje es un virus en la medida que la existencia su contingencia
Los electrocutados, de J.P. Zooey
Para toda versión oficial, oficiosa o, al menos, gustosa de un gran número de personas no necesariamente doctas siempre aparece un contrapunto que no sólo pone en cuestión su validez sino que la tira por tierra para edificar una alternativa más o menos plausible. Lo interesante de este suceso es que nunca se hace desde una oposición netamente radical pues, en la mayoría de los casos, se hace partiendo de una premisa cercana, similar o igual trufada de otras clausulas adyacentes completamente diferentes; hay una tendencia en el pensamiento a crear teorías disimiles en la articulación global del pensamiento más allá de sus nociones básicas. Un ejemplo evidente sería como a raíz de la existencia de la medicina científica se considera que la homeopatía es la otra clase de medicina del mismo modo que de la versión oficial de cualquier suceso político-social siempre le sucede una ilustración conspiranoica detrás; todo movimiento en una dirección por el pensamiento humano propugna siempre un mismo movimiento de base, paralelo, en otra dirección. Por ejemplo, si el terror post-industrial del mundo se puede explicar desde Theodor Adorno también se puede, igualmente, explicar desde Mike Ibañez: toda teoría tiene en su seno su contrapunto divergente.
Cualquier lectura, o al menos cualquier lectura que se precie de ser una buena lectura, habrá de tener en cuenta esta contraposición que reside como motor inmóvil de Los Electrocutados pues, como no podría ser de otro modo, se nos presenta como una historia alternativa de los eventos de un universo en caos. Toda la acumulación de papers, de carácter realista especulativo en su sentido más ampliamente literal, que se dan entre la historia cotidiana del triángulo de la divergencia [Dizze Mucho, Oidas Mucho y el in absentia (espiritual) presente J.P. Zooey] se nos presentan como un intento de descifrar el mundo interior de unos personajes que siempre se nos demuestran herméticos a nuestra mirada; como si las palabras no dijeran nada, parece que sólo su visión positivo-especulativa del mundo pudiera cristalizar su ser.