abandona el terror si deseas devenir en individuo
La adolescencia es un momento problemático de la vida por situarse en los interregnos de la existencia: ya no se es un niño pero tampoco se es completamente adulto; hay una lucha paradójica por intentar conformarse en una entidad equilibrada entre ambos polos. Esta lucha que, bien que mal, nos acompañará el resto de nuestros días produce el terror que le es propio al adolescente. Porque si el adolescente se muestra rebelde e insumiso, no es tanto por un problema hormonal ‑cosa, por otra parte, perfectamente complementaria- tanto como por el hecho de sentir la necesidad de rebelarse contra el mundo que le es pasado y el mundo que aun le es negado. El adolescente es rebelde porque aun no ha cruzado la puerta que le lleve hacia el mundo adulto pero la casa de la infancia ya le es ajena; es una entidad en paradoja para consigo mismo.
La puerta, siempre entendido como umbral que une dos tierras, sería el símbolo que le es más cercana al adolescente, protege en la misma medida que recluye y mantiene ajeno dos mundos diferenciados; induce el cambio entre la esfera de lo público y la de la privado. Ahora bien, los adolescentes se enfrentan ‑como una y otra vez nos explicitó los slashers- ante el terror absolutamente ignoto en esta etapa: el descubrimiento de la sexualidad. Procediendo de la sexualidad pero siendo forma ajena de ella por causa de la estigmatización social que produce el mundo adulto sobre la sexualidad infantil cuando el adolescente deviene en entidad sexual se encuentra que, sus pulsiones, las siente como hecho inapropiado; es incapaz de abandonar el mundo de la infancia, estigmatizado por el adulto, por la visión depredatoria del sexo que le ha sido impuesta. Esto explicaría algunas desviaciones sexuales fascinantes como, por ejemplo, la moda erótica japonesa de lamer pomos.