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The Sky Was Pink

aquello que fue en el pasado no será igual en el presente

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En la so­cie­dad con­tem­po­rá­nea los ca­dá­ve­res son só­lo un es­ta­do tem­po­ral de la ma­te­ria pues la re­su­rrec­ción se ha vis­to de­mo­cra­ti­za­da ‑o p0p-atizada- en el ar­te. Así un gé­ne­ro que se creía ya muer­to y en­te­rra­do pue­de vol­ver en cual­quier mo­men­to con fuer­zas re­no­va­das en un (in)esperado re­vi­val con el cual de­vol­ver a la pa­les­tra un gé­ne­ro nun­ca del to­do ago­ta­do. Y ahí re­si­de la ma­gia del dis­co de­but de Charles Bradley, el ex­ce­len­te No Time For Dreaming, es la re­su­rrec­ción del soul en sus tér­mi­nos más estrictos.

Con Charles Bradley nos en­con­tra­mos un hom­bre ne­gro, ex­ce­len­te­men­te re­tro en sus ves­ti­men­tas, que pa­sa por no de­ma­sia­do las seis dé­ca­das de las cua­les al me­nos cua­tro de ellas ha pa­sa­do ac­tuan­do so­bre es­ce­na­rios mien­tras tra­ba­ja­ba de co­ci­ne­ro des­de Maine has­ta Alaska. Su voz que­bra­da, su­cia y con ese en­can­ta­dor pun­to eró­ti­co nos re­cuer­da a un James Brown de ener­gía in­fi­ni­ta que se ha de­ja­do se­du­cir por cier­tos to­nos à la Isaac Hayes. Alimentándose del es­pí­ri­tu de las vo­ces muer­tas de los gran­des del soul com­po­ne con sus re­ta­zos su voz pro­pia; ha­ce de la co­pia la au­tén­ti­ca sin­gu­la­ri­dad del ar­te vo­cal. Así, aun­que siem­pre ten­ga­mos en men­te sus re­fe­ren­tes, ja­más po­dre­mos ne­gar que hay al­go más allá, un al­go que nos trans­mi­te men­tal­men­te has­ta los 50’s a tra­vés de la in­ten­si­dad de su voz ro­ta. Proyecta sus es­pí­ri­tus ha­cia no­so­tros, que tam­bién son los nues­tros, con­su­mién­do­los con de­li­ca­de­za pa­ra que, a pe­sar de so­nar co­mo un clá­si­co ins­tan­tá­neo, po­da­mos sa­bo­rear­lo des­de la es­té­ti­ca pre­sen­te. El ma­yor lo­gro de Charles Bradley es so­nar re­tro, co­mo el soul añe­jo, pe­ro tam­bién con­se­guir que se ma­ce­re de tal mo­do que nos de­je un cier­to re­gus­to contemporáneo.

Pero co­mo el pro­pio nom­bre del dis­co in­di­ca, ya no es tiem­po pa­ra sue­ños. Con su vi­ta­li­dad des­bor­dan­te se ha abier­to pa­so des­pués de dé­ca­das de auto-cultivo pa­ra ha­cer es­ta­llar el con­cep­to ac­tual que te­ne­mos so­bre el soul. Y es que to­das las vuel­tas de la tum­ba de­be­rían ser así, un con­ju­ro ni­gro­mán­ti­co con un ojo en la tra­di­ción y otra en la ac­tua­li­dad. Nunca vuel­vas al pa­sa­do sino es pa­ra ac­tua­li­zar aque­llo que fue, pa­ra edi­fi­car aque­llo que será.